Miguel Ángel Ordóñez
A excepción de sus incursiones en el terreno del cómic (“Spiderman 3” y “Ghost Rider”), donde ha aportado lo que se espera de él, fibra y músculo –aunque en partes de ese discurso no haya sabido alejarse de los procelosos caminos que conducen al vacío y a lo insustancial-, empieza a resultar preocupante la crisis creativa que en los últimos años acompaña a uno de los mejores compositores cinematográficos en activo. Tras la magnífica “The Exorcism of Emily Rose” (que como quedó advertido en su momento era una obra para gozar plenamente con la imagen), Christopher Young ha encadenado una sucesión de obras rutinarias y aburridas que en nada recuerdan al original, dinámico y personal compositor que fue en un pasado aún reciente. Obras de género convencionales y previsibles (“Grudge 2” o “Untraceable”), estiradas hasta la extenuación a partir de una simple anécdota (“Lucky You”) o decididamente irritantes (“Sleepwalking”) ponen de manifiesto que Young parece más preocupado por su legión de fans, recorriendo España año sí y año también, que por mantener esa coherencia estética y artística que, a pesar de alejarle del éxito popular, ha contado siempre con el beneplácito del aficionado-gourmet.
“Something the Lord Made” es una película para televisión que se remonta al 2004 y que se adscribe en la carrera de Young entre sus proyectos cinematográficos “The Devil and Daniel Webster” y “The Grudge”. Dirigida con convicción por el artesanal Joseph Sargent, la cinta, precedida de numerosas nominaciones a los Globo de Oro y los Emmy, cuenta la verdadera y emocionante historia de dos hombres que desafían las reglas de su época, durante el período segregacionista del Sur, para emprender una revolución en la medicina. En Baltimore, en los años 40, el Dr. Alfred Blalock (algo sobreactuado Alan Rickman) y el asistente de laboratorio Vivien Thomas (Mos Def) forman un equipo asombroso, trabajando en una técnica sin precedentes para realizar cirugías de corazón en "bebés azules". Pero aunque corren una carrera contra el tiempo para salvar vidas, ambos ocupaban lugares muy distintos en la sociedad. Blalock es blanco, adinerado y el Jefe de Cirugía del Hospital Johns Hopkins; Thomas es un habilidoso carpintero, negro y pobre. Mientras Blalock y Thomas inventan un nuevo campo en la medicina, las presiones sociales amenazan con socavar su trabajo y desafiar su amistad. Como es lógico, la película disecciona las profundas grietas del racismo en la sociedad americana de la época y se centra en la historia de superación de Vivien, quien sólo alcanzará el reconocimiento que merece una vez se superan las profundas huellas de la segregación racial en los Estados Unidos, varias décadas más tarde.
Con una reducida orquesta de 44 instrumentistas, el 90 % de ellos pertenecientes a la sección de cuerda, Young firma una partitura vocacionalmente menor, de raíces convencionales y emotivas, cuyo referente más cercano lo encontramos en “Huracán Carter” –o lo que es lo mismo, una mezcla del Young más poético (“Murder in the First”) y del “jazz man” sinuoso de trabajos como “Rounders” o “Norma Jean and Marylin”-. Desde ese punto de vista, el score parte de una serie de temas que sin innovar lo más mínimo sí que logran con facilidad su objetivo de involucrar al espectador en la acción, someterlo al dictado de los emocionantes avances médicos que se suceden y situarlo en un panorama geográfico y político determinado. Un tema central, consistente en cinco notas a piano (“Something the Lord Made”), el asociado a Vivien que deriva de aquél (“Dr. Vivien Thomas”) y un grupo de cortes que apuestan por un timbre muy especial (de blues y jazz), ligados a la comunidad negra (“Class Three”, “Me Oh My”), constituyen el armazón de un trabajo que no renuncia a varios motivos secundarios de apoyo que o bien ahondan en la tensión derivada de las intervenciones quirúrgicas inciertas, o acaban por hurgar en el sufrimiento de las familias que esperan cura para sus bebés.
Al margen de transitar estos terrenos colindantes al convencionalismo artesanal, o por decirlo de otra manera, de ocupar posiciones donde la música acrecienta sentimientos que la imagen y la palabra ya han puesto de manifiesto en pantalla, lo realmente apasionante de este “Something the Lord Made” es comprobar como Young se muestra en plena forma desde el punto de vista narrativo, regalándonos un par de momentos de gran cineasta, de alguien cuyo discurso acaba incidiendo sobre la acción, ofreciendo lecturas que a la postre ayudan a que la película gane en profundidad e incluso en complejidad. Así, en los “main titles”, Young introduce los motivos más decisivos de la obra: coincidiendo con la aparición del título de la cinta en pantalla, cuya traducción al castellano sería algo así como “Una Creación del Señor”, emergen las cinco notas definitorias del tema central, adquiriendo el leitmotiv una condición espiritual y religiosa bastante explícita. Acto seguido el jazz y el blues presentan a Vivien en su condición de carpintero junto a otros compañeros de color, momentos antes de ser despedido. Young asocia claramente esos timbres a la comunidad negra, ya que incide en esa idea al presentar a la mujer de Vivien unos segundos después y, especialmente, cuando nos revela la segregación racial imperante al mostrar a los negros apilados en la parte de atrás de un autobús, ocupando los blancos la parte delantera.
Contratado inicialmente por el Dr. Blalock como ayudante de limpieza, para poner en orden el laboratorio y limpiar las jaulas de los perros, Vivien demuestra sus indudables virtudes en el manejo de los instrumentos quirúrgicos, destacando además, por su insaciable apetito de conocimiento –lee en sus ratos de ocio los libros del científico-. Blalock decide convertirlo en su ayudante de laboratorio, constatando su nueva condición al entregarle una bata médica. Cuando Vivien se la prueba, Young hace reaparecer el leitmotiv de cinco notas a piano. Con ello logra aportar una doble información muy valiosa: primero nos indica la verdadera condición de semidioses, de ángeles benefactores dispuestos a salvar vidas, de estos investigadores médicos, al haber asociado al motivo componentes espirituales y litúrgicos en los créditos; segundo, nos adelanta que a pesar de todas las dificultades económicas, de su falta de titulación y de todas las trabas raciales, Vivien acabará convertido en uno de estos “ángeles” terrenales. Con esa información a nuestra disposición a los diez minutos de metraje, Young es capaz aún de sacarse de la manga otro gran momento de cine. Una vez Vivien decide llevar adelante su vocación médica, Young abandona el blues y el jazz como signos identificadores de la comunidad negra sometida, por lo que resulta sorprendente un último empleo de dicho timbre mediada la cinta. Vivien trabaja en el reputado Hospital Johns Hopkins y comienza a realizar progresos junto a Blalock en la búsqueda de una cura para la enfermedad de los “bebés azules”. Sin embargo, un compañero de color, receloso de un negro vanidoso que anda todo el día en compañía de blancos, le comunica que sus categorías laborales son idénticas: cobra como si trabajara en mantenimiento y no como ayudante de laboratorio. Vivien quien malvive, además, haciendo chapuzas a su arrendador, decide preguntar en las oficinas del hospital. Allí le confirman su adscripción a la “clase 3” o “de mantenimiento”. De nuevo, Young parece acudir al jazz para remarcar los condicionantes que arrastra el color de su piel (como ha hecho al principio en la escena del autobús). Pero, algo es diferente. Lo interesante es que la música aquí no ayuda al espectador a comprender algo que ya se ha hecho evidente hasta entonces y que, desde las primeras escenas, no ha necesitado de ningún otro subrayado que lo ponga de manifiesto, sino que, y ahí radica su novedad, Young hace que el tema actúe directamente sobre el personaje, se dirija hacia él para hacerle comprender la verdadera raíz del engaño. Hasta entonces, Vivien ha creído en Blalock, le ha considerado su mentor, alguien al que no le importaba el color de la piel sino los conocimientos. A partir de ahora deberá aceptar que jamás será considerado uno de esos blancos destinados a salvar vidas, haciéndose más honda la distancia entre ambos (Sargent se encarga de redundar en ese discurso en el clímax de la cinta). Superados los problemas raciales, y ya cercana la muerte, Vivien será aceptado y agasajado por sus compañeros, regresando Young al motivo de cinco notas en detrimento del tema específico creado para el personaje, símbolo del triunfo de su condición metafórica de enviado de Dios.
Aunque “Something the Lord Made” no puede considerarse una obra notable, sí que Young demuestra a través de ella una innegable capacidad para la narración, haciendo que su escucha sea aún más disfrutable en comunión con las imágenes. Teniendo en cuenta el escaso interés despertado por sus últimos proyectos, se hace necesario apuntar que nos enfrentamos ante una de las obras más sugerentes salidas de su batuta en este último lustro. La reciente edición de la espantosa “Scenes of the Crime”, a cargo de la misma Buysoundtrax, puede haber jugado en contra de un disco que editado a mil ejemplares, a día de hoy aún dispone de copias a la venta. No es cuestión de desaprovecharlas.
13-octubre-2008
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