José-Vidal Rodriguez
La “brillantez” de ideas de los guionistas actuales hollywoodienses, les está llevando en este último lustro a incidir de manera un tanto exagerada en las adaptaciones al cine de cómics con mayor o menor popularidad en su momento. A las sagas “X-Men” y “Spiderman”, se les ha unido otro conocido serial como es el de “Los Cuatro Fantásticos”, sin olvidar la adaptación del peculiar personaje “Hellboy” que en breve tendrá su correspondiente secuela.
En este contexto de “rabiosa” creatividad argumental, llega a las pantallas la última muestra de cómo las viñetas pueden cobrar vida en el celuloide. ”Ghost Rider” no es sino una cinta basada en otra publicación de la Marvel centrada en la figura de Johnny Blaze, un motorista acróbata que, años atrás y para proteger a sus seres queridos, realiza un pacto con el diablo que condicionará el resto de su existencia. Tanto es así, que la contraprestación que deberá asumir Johnny es la de convertirse, cuando cae la noche, en un esquelético jinete en llamas dedicado a la busca y captura de demonios deshonestos.
En lo concerniente al apartado musical, encontramos a un Christopher Young en pleno resurgir laboral, después de una época de partituras rechazadas y proyectos que no acababan de cuajar. El autor vuelve a la primera fila de Hollywood curiosamente con dos trabajos con el denominador común del cómic. Ante el inminente estreno de “Spiderman 3”, Young se destapa aquí con un score que sigue en parte los parámetros convencionales de este tipo de productos, pero al que a su vez dota de su inconfundible estilo, ofreciendo una sobria banda sonora que aun con sus leves defectos, se erige por encima de lo habitual en el género.
Uno de los primeros puntos a destacar del score, es el elaborado ambiente decadente y apocalíptico (incluso me atrevería a decir, rozando lo gótico), que el compositor aplica a la película mediante su inagotable paleta de colores orquestales. La oscuridad del personaje y su dualidad de caracteres (hombre de día y demoníaco motorista de noche), es reflejada perfectamente por el de New Jersey mediante la utilización, no sólo de aquel sinfonismo aplastante levemente deudor de alguna que otra obra reciente de Young (véase “The Core”), sino también acudiendo a tres recursos sonoros que tendrán especial protagonismo en la partitura: por un lado, las texturas corales, claramente evocadoras del descenso a los infiernos del protagonista; en segundo lugar, el caótico y atrayente uso de los metales, manejando Young figuras disonantes de indudable complejidad, cuyos resultados, aun en su distancia estilística, podrían equipararse a los logrados antaño por Don Davis en la saga “Matrix”. De hecho, los efectos que consigue con las trompas en pasajes como el “Artistry in Death“ o “More Sinister Than Popcorn”, son de lo más destacado que podremos oír en el álbum. Y como tercer recurso de indudable trascendencia, el compositor introduce numerosos momentos de hard rock, apelando no sólo al vanguardismo rebelde del personaje, sino también enfatizando su mitad salvaje, en una buena muestra de la perversidad armónica que empapa gran parte del score.
El primer corte correspondiente a los títulos de crédito (que, como recordarán los asistentes al SONCINEMAD 2006, fue presentado en exclusiva durante la impagable ponencia de Young), presenta ya el inevitable tema asociado al héroe en cuestión, introducido por esas guitarras que parecen apelar al carácter de forajido solitario con el que es retratado Johnny Blaze (referencias claras a una especie de western crepuscular y tenebroso, que encontramos también de forma aún más obvia en el arranque del “San Venganza“). Este motivo central de sombría y lenta cadencia, no romperá con furia hasta bien entrado su segundo minuto, a través en ese ritmo frenético plenamente circunscrito al plano heróico (o mejor dicho, antiheroico) de Blaze. Un main theme muy adecuado, cuyo comedido uso favorece el disfrute de rendiciones más pausadas e introspectivas del mismo, como pudieran ser “Penance Stare" o el magnífico “Blood Signature”.
Mientras que el arranque del score se mueve dentro del más amplio sinfonismo y contundencia orquestal, los cortes que preceden a aquel “Ghost Rider” golpean al oyente con la introducción de los comentados ejercicios de rock duro. Cortes éstos basados principalmente en constantes riffs de guitarra eléctrica que acompañan a los incisivos ritmos a batería, los cuáles de forma algo difusa pero al menos adecuada, subrayan el carácter “diabólico” (nunca mejor dicho) de la trama. En este sentido, tanto el comentado “More Sinister Than Popcorn” como el “Chain Chariot“, conforman sendas piezas en las que Young se desenvuelve con meridiana habilidad por las distintas secciones orquestales -sobre todo las cuerdas- en su fusión con la música rock; quizás ésta más previsible y algo “metida a calzador”, pero al fin y al cabo necesaria como énfasis sonoro asociado a este peculiar caballero andante.
Sin dejar de destacar los pocos momentos en que la partitura transita por agradecidos ejercicios netamente melódicos, como el “No Way To Wisdom” o aquel bucólico leitmotiv a tres acordes de guitarra acústica (“A Thing for Karen Carpenter”, "Serenade to a Daredevil´s Devil"), es justo reseñar que en el “debe” del trabajo, el compositor se halla dividido, al igual que el personaje de la película, en dos acercamientos que rompen un tanto la coherencia musical del trabajo en su conjunto. Tan pronto oimos a un Young de indudable estilo personalísimo, como después atendemos a ideas y clichés más socorridos. Cortes éstos que, en su entrega a la acción a raudales, deslucen de manera evidente determinados pasajes del álbum, al acudir a un tipo de música esteriotipada que, caso del “Santa Sardonicus”, no acaba por desarrollarse con el tino esperado.
Afortunadamente, el bueno de Chris Young clausura la partitura con una pieza francamente destacada (“The West Was Built on Legends”), en la que los cantos corales en latín se combinan con otros ritmos rock incesantes, introductorios de una nueva rendición al tema central con la que finaliza de manera grandilocuente el compacto.
Como comprobará el lector, las luces y sombras de este ”Ghost Rider” no ofrecen sino la conclusión de que estamos ante una muestra más de la tremenda profesionalidad de Christopher Young y de su inimitable estilo, con el que aquí logra, aún bordeando por momentos los senderos de lo convencional, un “envoltorio” lo suficientemente atractivo como para recomendar sin paliativos la audición de esta apocalíptica y violenta obra musical.
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