David Serna
Cuando en Hollywood se supo que se iba a filmar una película sobre Alfred Hitchcock (¡albricias!), y más concretamente centrada en el legendario rodaje de “Psycho”, Danny Elfman casi entregó su alma al diablo para agenciarse el proyecto. Era lo lógico y lo esperado: además de ser un devoto de su cine, el pelirrojo siempre ha sido algo más que un admirador de Bernard Herrmann, el músico que engrandeció y embelleció la obra del “mago del suspense” entre 1955 y 1966. Su obsesión, de hecho, le ha llevado a reconocer que “no tendría una carrera musical en el cine de no ser por Bernard Herrmann, quien me ha inspirado desde que tenía 12 años”, igual que siempre ha intentado “no sonar muy ´herrmanniano´ puesto que su música ya está demasiado presente en mi ADN musical”. Al hacerse con los mandos de este simpático e inofensivo “Hitchcock”, Elfman no solo mantuvo la promesa de evitar toda referencia al compositor (según él, en su inminente “Oz, the Great and Powerful” habrá mucho más de Herrmann…), sino de rechazar también cualquier sonido clásico o romántico para ser él mismo, algo tan evidente cuando se escucha el score (100% Elfman) como claramente insuficiente, en tanto podía haber aprovechado tan pintoresca ocasión para construir algo menos corriente y mucho más atrevido, en la línea, por ejemplo, de lo que escribiera Howard Shore en 1994 para la irresistible “Ed Wood”, otro travieso biopic nada alejado, por cierto, en intenciones y cinefilia.
Puede que este “Hitchcock”, de hecho, sea la respuesta light a quienes se han preguntado durante largo tiempo (nos hemos preguntado, qué caramba) cómo hubiese sonado “Ed Wood” con música de Elfman; una partitura en la que el californiano se sirve de secciones orquestales reducidas para potenciar (a la Herrmann) la expresividad de determinados instrumentos en un lenguaje que, más que heredero de “Edward Scissorhands”, parece usurpado directamente de cualquiera de sus colaboraciones con Tim Burton de aquella época, con una voluntad revisionista a priori saludable e incluso efectiva sobre las imágenes, pero francamente despojada de la originalidad y la luminosa imaginería que hicieron brillar a Elfman a comienzos de los 90 (algo que, a buen seguro, y he aquí la diferencia, no hubiese padecido un “Hitchcock” compuesto en 1994). El autor de “Batman” echa mano de ese llamativo envoltorio tímbrico solo para camuflar una creación tan funcional como intrínsecamente hueca, que renuncia a subrayar las emociones de los personajes para limitarse a seguir efímeramente sus pasos mediante breves acotaciones musicales, algo que, por naturaleza, impide el despliegue de un discurso más sólido y robusto (muchos cortes del CD ni siquiera llegan al minuto de duración).
Los primeros acordes del disco (“Logos”) evocan tímidamente a Herrmann tanto en la instrumentación (el uso del arpa y el viento) como, sobre todo, en la repetida variación de una frase de seis notas rápidamente reconvertida en siete en uno de los motivos secundarios del score (por no decir el único, aunque no parezca vinculado a ningún referente), reconocible en el xilófono de “The Swim” y “End Credit”, el aire de vals de “Walk With Hitch” o sus variaciones en “Celery” o “It’s a Wrap”. Podría parecer un primer paso en falso, pero Elfman deja caer el detalle para demostrar, ipso facto, que sabe evitar la tentación herrmanniana abrazando su propia caligrafía en el único tema que desarrolla plenamente (“Theme From Hitchcock”): una sencilla melodía para cuerdas de aire afligido que parece intentar bucear en las frustraciones y los deseos no consumados del Hitchcock hombre para quedarse, como la propia película, solo en el intento (los continuos rechazos sexuales de sus “rubias” o los problemas de cama con su esposa Alma aparecen fulminados de un guion demasiado políticamente correcto y concentrado en todo momento en el affair “Psycho”). El “tema de Hitchcock” va cogiendo dramatismo en la parte resolutiva, en cortes como “Finally” o “Home at Last”, pero al no dedicar la película un mínimo espacio a indagar en el lado oscuro de “Hitch”, es consecuente que Elfman tampoco se lance a la piscina. A la postre, su nostálgica melodía guarda un humilde parecido con la que Carter Burwell sí expresaba los deseos reprimidos de James Whale en “Gods and Monsters”, otro biopic (¡ya van tres!) dedicado a un director de cine.
Es posible que Elfman haya sido consciente de sus limitaciones en todo momento y que se haya quedado en la superficie forzado por los productores o, simplemente, ante la imposibilidad física de dedicar más tiempo al proyecto, en un año en el que, desde “Dark Shadows”, ha escrito además las bandas sonoras de “Men in Black 3” “Silver Linings Playbook”, “Frankenweenie” y las esperadas “Promised Land” y “Oz, the Great and Powerful”. Siendo mínimamente positivos, el resultado no desentona del todo y hace la película más llevadera, pero si tanto interés tenía Elfman en ocuparse del filme (como lo tuvo, en 1998, por trabajar en la nueva grabación del score de Herrmann para el “Psycho” de su amigo Gus Van Sant, una de las regrabaciones más espeluznantes y geniales de todos los tiempos), es de justicia pensar también que debería haberse implicado con más arrojo incluso aunque no le hayan abierto muchas puertas: el mismísimo Hitchcock no quería música en la escena de la ducha de “Psycho” y fue Herrmann quien tuvo que luchar por ilustrar con sus feroces violines ese momento cumbre. La presencia física de Herrmann en la película (encarnado por el actor Paul Schackman) acaba siendo, por cierto, tan anecdótica como otras tantas omisiones, relegado a una sola línea de diálogo: casi las mismas palabras con las que el “mago del suspense” exhibe su incisivo humor cuando le presentan a alguien y suelta de puntillas aquello de… “Llámame ‘Hitch’, cómeme el resto”.
3-marzo-2013
|