Pablo Nieto
La iconoclasia musical de Danny Elfman puede y de hecho siempre ha suscitado sentimientos encontrados de rechazo y admiración a partes iguales. Genial como pocos en sus orígenes durante el tránsito del cassette de los 80 al cd de los 90 e irregular como casi todos en el decadente nuevo siglo, es difícil encontrar pinceladas vistosas en partituras de Elfman sin el mecenazgo de su alter ego esquizofrénico Tim Burton. Aún así, sólo su firma revaloriza cualquiera de sus pentagramas, sea cual sea su exégesis y con independencia de la repercusión incidental de la misma.
“Men in Black” es una de esas obras sobrevaloradas. Tanto, que incluso le permitió pasear por primera vez por la alfombra roja como nominado al Oscar en el apartado de mejor música de comedia o musical en 1997. Un trabajo con el que compositor consiguió enganchar al espectador con una propuesta alejada del sinfonismo gótico que le había dado la fama, entregándose a la electrónica, dotando de gran protagonismo a los loops en combinación con súbitos crescendos de metales. Pura excentricidad, un ejercicio de aspavientos sin parangón que suponía la consagración de un nuevo estilo del compositor que bebía de fuentes antecedentes como “A Civil Action” o “Mission Impossible”. Un trabajo sometido al contagioso sentido del ritmo de la marcha bufa que utiliza en los dinámicos títulos de crédito y que terminará convirtiéndose en el inconfundible leit motiv, que por supuesto, será utilizado como hilo conductor en la prescindible continuación del film de 2002 y, como no, en esta forzada revisitación plagada de viajes en el tiempo, mejores y más espectaculares efectos especiales, pero con un guión dañino y carente de gracia que sin duda debería llevar al baúl de los recuerdos a una pretendida franquicia (en la que se demuestra que su director, Barry Sonnenfeld, ya no está para estas cosas) donde ni el saber estar de Tommy Lee Jones, ni el carisma de Will Smith, debería justificar su permanencia ni un minuto más en las salas.
La propuesta de Elfman para esta nueva misión de los hombres de negro, como cabía de esperar, es más de lo mismo. Misma estética y armonía, así como omnipresencia del leit motiv, más sobreactuado que en ocasiones precedentes y dando un mayor rol protagonista a guitarras eléctricas y coros, el tema es presentado en los agresivos títulos de crédito de inicio y fin con un interesante aire hardrockero mientras se desarrolla a través de múltiples variaciones en cortes como "Spiky Bulba," "Headquarters," y "The Prize - Monocycles". Elfman acude a la nostalgia de las maderas y la guitarra española identificándolas con el viaje en el tiempo que nos ofrece una nueva perspectiva del Agente K, como podemos escuchar en los cortes "Regret," "Mission Accomplished," o "A Close One”. Contención que entronca con la fantasía coral presentada en “Griffin Steps Up” y “Under the Bridge”.
Pero sin duda, donde Elfman se despacha a gusto es en ese desparrame orquestal, donde el tema central entra y sale a su antojo, entre percusiones y crescendos de los metales, cuyo primer ejemplo lo encontramos en “The Prize Monocycles”, para posteriormente entregar el testigo, previa militarización del ritmo y la percusión, a la pieza más intensa de todo el score “The Mission Begins”, todo un tour de force del compositor, donde los chelos juegan a su antojo con el leit motiv adaptándose a los atrevidos contrapuntos de metales y reiterados arpegios que lo aderezan.
Es más que probable que salvo casos de Elfmandependencia, la falta de interés que a priori ya generaba el encargo de este “Men in Black 3” limite su difusión entre el aficionado de a pie. Pero la verdad es que, aunque honestamente hay que afirmar que se puede sobrevivir sin él, es tan absolutamente mediocre y decepcionante el panorama actual de la música de cine, que cobra plena vigencia el manido proverbio de “más vale lo malo conocido…”.
17-julio-2012
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