Miguel Ángel Ordóñez
No confundir con una de las cumbres teatrales de Shakespeare, “Tempestad!” de Alberto Lattuada, antiguo guionista que había comenzado a dirigir con estilo caligráfico durante la guerra, es una versión de la novela “La Hija del Capitán” de uno de los escritores y poetas rusos más importantes del siglo XIX, Alexander Pushkin. Hijo de aristócratas, cuyo carácter rebelde proviene de la incontestable influencia en su estilo de personajes como Byron y Voltaire, con esta obra trasplanta a la literatura las revueltas campesinas capitaneadas en el siglo XVIII por el autoproclamado zar Pedro III, Pugachev, contra la emperatriz Catalina la Grande. No muy conocidos en Occidente, los escritos de Pushkin han dado pie a óperas de referencia de la música rusa (el “Eugene Oneguin” de Tchaikovski o el “Boris Godunov” de Mussorgsky) y su nombre, gracias a un marcado antizarismo, recuperado con todos los honores durante los años del realismo soviético, donde algunas de sus obras, las más reaccionarias, fueron llevadas a la gran pantalla, como por ejemplo “El Cuento del Pope y su Criado Balda”, cuya partitura, encargada por el régimen al mismísimo Shostakovich, ha sido recientemente grabada por el sello alemán Deutsche Grammophon.
Coproducción italo-americana, la cinta incluye la participación de un estudio como Paramount, lo que facilita la presencia de un elenco de actores de la talla de Agnes Moorehead, Van Heflin, Viveca Lindfords u Oskar Homolka, además de contar con dos pesos pesados del cine italiano, Silvana Mangano y Vittorio Gassman, éste último en un insignificante cameo final. Lattuada, muy alejado de sus inicios neorrealistas pero manteniendo intacto ese sello personal de aparente distanciamiento de la acción que tomó prestado de Carné, no consigue que la película esté a la altura como espectáculo de masas (mal dirigidas y nulamente aprovechadas unas escenas bélicas que cuentan con miles de extras), y lo que es peor, tampoco traducir verismo a partir del uso de un almibarado y rancio romanticismo que relega a un segundo plano el verdadero trasunto del relato: la pacata visión política de la disputa entre el autoritarismo, tradicional y poderoso, y un provincianismo rural centrado en un desencantado populacho ávido de reformas.
Desde el punto de vista estético, la música de “La Tempesta” está más cercana al clasicismo de la Golden Age americana que a la experimentación y el populismo propios de la música italiana de su tiempo, cercana ya la década de los 60. Piccioni, maestro en el uso temprano del jazz en el cine transalpino (“Un Tentativo Sentimentale”), había trabajado con Lattuada en dos películas anteriores (“La Spiaggia” y “Guendalina”, en las que firma como Piero Morgan) donde pueden apreciarse la influencia de fórmulas vigentes durante el neorrealismo, en especial el uso dramático (también lírico e irónico) de la cuerda, técnica de rabiosa actualidad en obras del director como “Anna” y “Senza Pietà” (Rota) o “Il Capotto” y “La Lupa” (ambas compuestas por su padre Felice). Muy al contrario, la música que Piccioni compone para Lattuada tras “La Tempesta” es hija de los nuevos aires de cambio que marcan la cinematografía italiana de los 60. Ello se hace evidente tanto en “Dolci Inganni”, cuya extrovertida sensualidad explora la inmoral relación entre un adulto y una adolescente de 17 años (por un par de años, precursora de la “Lolita” de Kubrick), todo hay que decirlo, con no pocos altibajos (no muy afortunada la introducción del órgano como puerta al deseo en sus créditos iniciales), como en la mucho más lograda “Mafioso”, ejemplar filme con guión de Ferreri y Azcona, donde el compositor turinés experimenta, a partir de un sorprendente pseudo vals, con el semblante tragicómico de una música que evita caer en los clichés sicilianos imperantes y que adopta posiciones estéticas emparentadas a las de “Il Bell´Antonio”, el primer éxito internacional del autor a las órdenes de Bolognini.
Con un estilo más cercano al romanticismo raksiniano de “La Donna Che Venne Dal Mare” que al americanismo glennmilleriano y psicologista de “La Spiaggia”, la genética molecular de esta “La Tempesta” viene marcada por un rotundo guiño al nacionalismo ruso del “grupo de los cinco”, favoreciendo un colorido tímbrico nítido y recortado en su arabesco. De un dramatismo intenso, Piccioni rehuye edificar su trabajo sobre la mera estratificación semántica del empleo de leitmotivs (aún habiéndolos, la planificación del score tiende a dar una mayor amplitud interpretativa a los motivos melódicos) para incidir en una exposición dual de las diferentes contraposiciones dialécticas que conforman el núcleo del relato (el palacio de la zarina/el fuerte fronterizo; los verdes jardines palaciegos/la cruda y nevada estepa; la traición y la envidia de Savelic/el amor de Masha y Piotr; la malicia de Catalina/la justicia mal entendida de Pugachev), otorgando a la composición un fuerte trasfondo psicológico.
Piccioni construye una obra de gran tradición sinfónica (cuasi operística) en la que contrasta la convivencia de dos temas que marcan el tratamiento musical de toda la partitura. Por un lado, un gran tema épico, de impronta dramática y fatalista, construido a partir de líneas descendentes en la cuerda con claro sabor rozsiano (“The Big Battle”, “Despair”), por otro, un maravilloso tema de amor que se ancla sobre crescendos de violín (“First Kiss” y “Masha and Grinov”) que recuerdan lo mejor de la vena romántica del turinés (autor de uno de los temas de amor más brillantes de todo el cine italiano, el compuesto para “Il Baccio”). Con ese planteamiento, las coloristas variaciones que Piccioni introduce sobre el material de referencia van encaminadas a un satisfactorio desarrollo de ambas ideas. De la necesidad de introducir combinaciones instrumentales cuyo objetivo sea traspasar la simple intensidad en la construcción de temas orientados a la pura acción, surgen cortes como “Snow Storm and Rescue” y “Battle Plans”, donde el compositor italiano emplea pequeñas células disonantes y una orquestación con la que logra que la cinta bascule de manera natural hacia el misterio (acudiendo a breves apuntes electrónicos), mientras en el lado romántico de la balanza emergen títulos de indudable valor como “Wounded Grinov”, estructurado sobre magníficos diálogos solistas de arpa, clarinete y violín.
Como viene siendo habitual cada vez que hablamos de la recuperación de un clásico del cine italiano, la remasterización y presentación llevada a cabo por el sello de rigor (en este caso Legend), demuestran no estar a la altura de lo exigible. Mientras que los títulos de crédito han sido obtenidos a partir de una copia en lamentable estado del VHS francés (incomprensible la inclusión de ambos temas en la edición), el resto de bloques obtienen un sonido en mono, aunque aceptable, no prístino. Peor aún, algunos de los pasajes más importantes del score no han sido incluidos en la grabación, entre ellos, gran parte del viaje de Pugachev por la estepa, el enfrentamiento bélico de sus tropas y las de la zarina en su primera escaramuza fronteriza, o los cortes de música palaciega compuesto para la ocasión por el propio Piccioni (sólo se incluye su adaptación de un minueto de Mozart en “Court Music”). Lo que podría significar la recuperación de un trabajo sólido y, por momentos, brillante en la discografía del turinés, se reduce a la presentación de un disco que, aún recomendable como ejemplo del buen hacer de uno de los compositores más interesantes del panorama transalpino, resulta incapaz de trascender sus notorios problemas de sonido demostrando cómo a la hora de editar y recuperar, Italia sigue más preocupada por ofrecer cantidad que calidad.
3-enero-2011
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