David Rodríguez Cerdán
Pocos especialistas, qué duda cabe, tendrán a bien quitarse (públicamente) el sombrero ante la música de Shostakovich para la película animada de Mikhail Tsekhanovsky ”El Cuento del Pope y su criado Balda”, aunque no sea para menos. No es cuestión de sibaritismo, ni de cicatería, concederle al césar lo que es del césar. Para la musicología (salvo que el centenario obre una dirección inesperada) Shostakovich será un músico eternamente tocado por el blanco y el negro, de apostura endeble y mirar pesante que, transfigurando el sufrimiento en música, dio al siglo veinte sus mejores sinfonías y cuartetos. Pero en ”El Cuento del Pope” no hay alimento para este mito (tampoco lo hay en su repertorio “ligero” ni en la ulterior “El Cuento Del Ratoncillo Estúpido”). Sus pentagramas no vienen hollados por el signo del artista castrado ni por la presa del vil aparatchik. En ellos, en cambio, prorrumpe el color y la danza, la disipación y el júbilo del cuento folclórico. Si en las sinfonías, que en su recia corporeidad parecen concebidas en una forja y no en un estudio de Leningrado, el autor se dice con una intensidad herderiana, como queriendo hacer hipóstasis de todas las guerras y todas las injurias, en ”El Cuento del Pope” , Shostakovich parece mudar en manso fabulador, en un poeta de tradición y terruño para quien no existiera la desdicha.
El homónimo cuento de Pushkin en que se basa la inconclusa película de Tsekhanovsky (a principios de los años 30 el cineasta escribiría el guión y durante 1933 y 1934 Shostakovich compondría la música de algunas escenas) narra las desventuras de un hombre robusto e ignorante (el Balda del título -en ruso, “baldas” significa “bodoque”-) que pacta con un avaro sacerdote un sorprendente acuerdo: durante un año, y en compensación por los servicios prestados, el sacerdote sólo remunerará a Balda con raciones de gachas y, en caso de que cumpla todas sus tareas, le permitirá como retribución propinarle tres golpes en la frente. Al cerciorarse de que Balda es diligente y concienzudo el sacerdote teme lo peor y con el fin de librarse de pagar el (doloroso) estipendio, mantendrá ocupado a Balda con un sinfín de agotadoras tareas, imaginando que éste acabará desistiendo. Pero el tesón de Balda no conoce límites y, al final, el sacerdote acabará recibiendo los tres golpes que se habían apalabrado, el último de los cuales le dejará completamente sonado.
Tsekhanovsky, que había rodado en 1931 la película animada “Pacific”, sincronizada a partir del honeggeriano “Pacific 231”, quería emplear el mismo principio de inversión (la imagen sometida a la música) con la fábula de Pushkin; por este motivo, e inspirándose en el guión de Tsekhanovsky, Shostakovich diseñó un tableux musical que, una vez completado, habría de estructurar la animación. Desafortunadamente, la producción cesó en 1934 y Shostakovich no pudo concluir el trabajo.
Desde entonces han pasado casi setenta años y, con motivo del centenario, el productor de la DG, Sid McLauchlan, ha auspiciado la grabación íntegra de la partitura completa, que un antiguo alumno de Shostakovich, Vadim Bibergan, se dedicó a reconstruir incentivado por la viuda del compositor. Lástima que los detalles de la que se antoja un interesantísima intrahistoria (¿hasta qué punto la partitura procede del puño y letra del compositor?) hayan caído en saco roto. Puede que sea ésta la única imprecisión (la documentación es demasiado sintética) del que, me atrevo a decir, es el mejor disco de música cinematográfica editado en 2006. Por lo demás, a quien asome el oído, le espera un auténtico manjar de gourmands: es ésta una partitura excelsa en sus formas y hechuras (la concreción de los cuadros mussorgskyanos, que las inspira, asume aquí el hermoso ropaje del folclorismo, atemperado por la severidad de un Glazunov) que, a través la narración (confiada a un niño), la lírica (en el reparto figuran cuatro bajos, un tenor, una mezzo y una soprano, así como un coro, en representación de los distintos personajes) y la descripción sinfónica (troquelada a base de deliciosos bailables) configura una de las obras más delicadas y honestas en el repertorio de su autor. Auténtica porcelana musical que el experto Thomas Sanderling, al frente de la cada vez más imprescindible Filarmónica Rusa (no olvidemos su impecable “Hamlet” de Naxos) ha bruñido con una sensibilidad exquisita, encapsulando colores y formas con un arte fuera de lo común (el “Vals” o el célebre número del “Bazar” son auténticos relojes acústicos) que viene a preservarlo todo en una perfecta caja sonora. No obstante, que este edificio de pies perfectos luzca sin mácula en nuestros hogares se lo debemos a la excepcional toma de Alexander Karasev y Gennadi Trabantov, que trasplantan a Sanderling y la Filarmónica con una fidelidad que parece cosa de ciencia ficción.
Como propina, el disco trae una suite recortada (Allegro Con Brio / Presto / Allegretto) de la malparada primera ópera de Shostakovich, la “Lady Macbeth del Distrito de Mtsensk”. En efecto, los del sello amarillo podrían haber sido más generosos (habida cuenta de la luenga suite que Conlon grabó en 2002 para Capriccio), o tal vez haber elegido mejor comparsa, pero sería refunfuñar por refunfuñar. ”El Cuento Del Pope” , en todas sus dimensiones, es impagable. No todos los días podremos presumir de gastar tan bien nuestros euros.
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