Pablo Nieto
El ser uno de los primeros seres humanos en desafiar las leyes de la física, superando la velocidad del sonido, no le sirvió a Chuck Yeager para alcanzar su verdadero sueño: viajar al espacio. Sin embargo, su logro si abrió las puertas de los siete astronautas del “Mercury”, la primera misión espacial tripulada de la NASA. Un hito en la historia de los Estados Unidos, en plena guerra fría contra la extinta URSS, pero también un ejemplo de superación por parte de unos hombres que lucharon por ser algo más que marionetas políticas y cobayas de laboratorio.
El retrato de los héroes, sus familias, sus logros, fue objeto de un intenso y fidedigno relato periodístico a cargo del escribano mayor de la villa y corte americana del siglo pasado: Tom Wolfe. Éste, participaría estrechamente con Philip Kaufman en la adaptación cinematográfica de la historia, y quizás por ello, “Elegidos para la Gloria” se mueve por terrenos más cercanos al docudrama que a la gran superproducción, donde la mordaz y ácida mirada de Wolfe no parece, como era de prever a priori, tergiversada en su traslación a fotogramas. Aún así, y a pesar de la exquisita factura técnica de la cinta, su excesiva duración (tres horas), y ciertos maniqueísmos en la dirección, no ayudaron mucho a su explotación comercial. Y es que Kaufman resulta mucho más interesante como guionista (“El Fuera de la Ley”, “En Busca del Arca Perdida”) que como director (“La Insoportable Levedad del Ser”, “Sol Naciente”).
La partitura de Bill Conti para “Elegidos para la Gloria” nacía de antemano con las limitaciones impuestas por el propio Kaufman, quien había concebido musicalmente la película al tiempo que preparaba el guión, acudiendo a la música diegética como gran aliada y a la épica de “Los Planetas” de Gustav Holst como referente épico-musical. De este modo, el encargo final con el que se encuentra Conti es el de escribir apenas una hora de música original para secuencias previamente seleccionadas y a reorquestar la obra de Holst, en especial, movimientos como “Marte”, “Júpiter” o “Neptuno”. Por supuesto, Conti opta por integrar su composición original dentro de los parámetros de Holst, imprimiéndoles su estilo propio e inconfundible que en aquellos años (1983) gozaba de una extraordinaria salud. Era el Conti de “Evasión o Victoria”, “Norte y Sur”, “Gloria” o “Danza Lenta de la Gran Ciudad”.
Lo más curioso de todo, es que apoyado por el éxito de crítica del film, Conti pudo obtener su única nominación al Oscar en el apartado de mejor banda sonora, alzándose finalmente con la estatuilla. Un premio que hacía justicia al desprecio sufrido por el compositor con “Rocky” (sólo la canción “Gonna Fly Now” fue nominada), pero que como suele ocurrir cuando la Academia aplica su particular teoría de la compensación, dejó como gran damnificado a Jerry Goldsmith y su obra maestra “Bajo el Fuego”. Polémicas aparte, esta edición especial de Varèse permite apreciar el trabajo de Conti sin apasionamientos y una mayor perspectiva. Un score que hasta ahora había tenido que compartir cartel con la excelente “Norte y Sur”, en una de las primeras ediciones discográficas de Varèse (allá por el año 1986) y como parte de una regrabación a modo de suites de 20 minutos de duración en total a cargo de la LSO dirigida por el propio Conti.
Esta edición especial, de cerca de 40 minutos, nos invita a adentrarnos en una oda al heroísmo caracterizada por la intensidad de los metales, la búsqueda de la emoción de las cuerdas y la indudable capacidad melódica de Conti, quien consigue imprimir a la orquesta el ritmo y la velocidad adecuada al frenético montaje, jugando con el tempo que primero marcan los test de Yeager y posteriormente la odisea del “Mercury”. Así, ya desde el primer corte, “Breaking the Sound Barrier”, Conti se muestra conforme con las reglas marcadas por Kaufman, elaborando un leitmotiv (a la postre omnipresente durante toda la partitura), asociado al personaje de Chuck Yeager y reminiscente del “Concierto para violín” de Tchaikovski, y un segundo tema, identificado con los astronautas de la Mercury, que tiene su origen en el himno oficioso del Ejercito del Aire Americano, la canción “Wild Blue Gonder”. Temas apuntados en este corte a través de una noble introducción de las trompas, antes de su eclosión melódica hacía los parámetros de Holst. Dicho motivo será objeto de un interesante, aunque más limitado, desarrollo en “Mach I” y “Training Hard / Russian Moon”, corte en el que comparte protagonismo con una melodía de obvia reminiscencia rusa, asociada a la constante amenaza del bloque soviético, que también escucharemos en “Mach II.”.
Tras la notable intensidad de “Yeager and The F104” y la emoción de “Light this Candle”, nos adentramos en el controvertido “Glenn´s Flight”, un corte donde la influencia holstiana es más evidente, en especial sus movimientos “Marte”, “Júpiter” y “Neptuno”, que eso sí, son excelentemente reorquestados por Conti, en un intento por dotarles de personalidad propia, consiguiendo integrarlos sin problemas en su ecuación musical.
Para el clímax final, Kaufman optó por introducir el reflexivo “Claro de Luna” de Debussy y ofrecer una ejemplar lección sinfónica con el espectacular score de Henry Mancini para “Amanecer Blanco” (utilizando concretamente los cortes “Main Titles” y “Artic Whale Hunt”), un film dirigido por el propio Kaufman, de cuya banda sonora incompresiblemente no hay vestigio discográfico. Conti y su ya mítico “Yeager Triumph”, suponen la resolución perfecta de la película, pieza donde el tema de Yeager se entremezcla con la marcha de los astronautas, eclosionando como un colorido tributo a la épica y la superación del hombre a través de una estimulante fanfarria y marcha victoriosa, que además cuenta en este disco con un curioso, aunque bizarro, bonus discotequero. Un cierre que no desmerece un trabajo más que digno del compositor italo-americano, quien a pesar del “material prestado” no deja de estar efectivo y transparente.
17-agosto-2009
|