José-Vidal Rodriguez
Parece que el sello Varése está siendo el encargado de impartir justicia últimamente a la figura del comercialmente maltratado Bill Conti. Ni más ni menos que 26 años, que se dice pronto, han tenido que transcurrir para que el público disponga de la edición oficial de una de las obras maestras del compositor de Rhode Island.
”Gloria” es uno de esos trabajos que marcan la diferencia entre la funcionalidad y la genialidad, una de esas obras que todo compositor grande puede presumir de tener en su currículum. Y es importante tener en cuenta el momento en el que Conti escribió esta joya sonora, un 1980 en el que por aquél entonces seguía siendo ese músico todavía asociado a la frivolidad, a los ritmos setenteros y melodías facilonas; por tanto, no era el nombre en principio adecuado para trabajar en un tipo de cine más “intelectual” o reducido (aunque bien es cierto que ya había colaborado con cineastas minoritarios, caso de Paul Mazursky); algo que el bueno de Bill se encargaría aquí de desterrar de un plumazo, porque para eso estaba en el período más fructífero de su dilatada carrera.
No excesivamente conocida para el aficionado medio -a pesar de popularizarse gracias a un bootleg de espléndido sonido-, “Gloria” no es en absoluto un score autocomplaciente, no es un trabajo cimentado en clichés o trampas comerciales, sino más bien todo lo contrario. Obra compleja, tan brutalmente incidental como por momentos deliciosamente melódica, la partitura transita en un tono claramente melodramático que Conti enfatiza de manera absolutamente genial, mediante esa combinación de suspense, melancolía y ciertos momentos de trepidante acción, registros precisamente sobre los que se mueve una partitura que, por una vez, cuenta con la duración exacta para terminar por satisfacer plenamente al oyente.
Y es que Bill fue a juntarse con otro genio del Séptimo Arte como el cineasta John Cassavettes, aunque lo haría quizás en una de las películas menos personales -que no peores- del autor. Su esposa en la vida real, Gena Rowlands, encarna a Gloria, ex-pareja de un gangster y mujer de armas tomar, que de la noche a la mañana se ve obligada a proteger al hijo puertorriqueño de sus vecinos, asesinados a sangre fría por la Mafia como parte de un ajuste de cuentas. Conformando un peculiar dúo, tanto Gloria como el pequeño Phil serán perseguidos sin tregua por los peores secuaces de la Mafia, con los bajos fondos de Nueva York retratados de manera espléndida por Cassavettes y transformados en un protagonista más de la película.
Considerada como una de sus obras predilectas por el propio Conti, el presente score ofrece una tan singular como atractiva mezcla de recursos, dando cabida al sinfonismo tradicional, la ambientación netamente urbana e incluso a leves arranques de música flamenca, seguramente asociados a la procedencia latina de Phil. La peculiar orquestación, que incluye el uso de una sección entera (más de una decena) de clarinetes, es otro de los puntos fuertes con los que Conti asegura esa enorme expresividad en sus acordes, amén del brutal grado de comunión música-imágen que apreciamos de principio a fin del filme.
Si un tema ha convertido en mítica la partitura, ese es sin lugar a dudas aquella joya llamada ”Main Title”, una pieza única que sin embargo suele obviarse entre el grupo de cortes más notorios en la filmografía del autor. Varios factores convierten a este tema central en uno de los mejores y más originales tanto del músico de Rhode Island, como incluso de toda la década de los 80: la sorprendente fusión de la guitarra española de Tommy Tedesco con la voz quebrada de un cantaor de flamenco que grita “Mama!” (algo que impuso a toda costa Cassavettes); el deslumbrante y embriagador saxofón de Tony Ortega, que se reencontraba con Conti tras varias colaboraciones anteriores; y sobre todo, la maravillosa melodía que el compositor reserva para la explosión a cuerdas final, regalándonos un fragmento de exquisito dramatismo y, por qué no decirlo, salpicado de un agradable regusto a cine clásico.
Lo cierto es que estamos ante uno de esos temas centrales que no pasan desapercibidos, de abrumadora sinceridad y frescura, que acaba por cautivar gracias a aquellas tremendas dosis de imaginación en sus formas (repito que la orquestación alcanza un cromatismo esplendoroso), con las que el compositor dota al score de una innegable personalidad.
De esta forma, alcanzado el paroxismo tras escuchar esta maravilla de prólogo musical, es obvio que el oyente está más que predispuesto para disculpar el hándicap que caracteriza la partitura en general, cual es el acabado francamente incidental de gran parte de los temas (”Hide and Seek", “Bonding”), un aspecto que se explica por la peculiar estética del filme y el lenguaje fílmico de un Cassavettes más preocupado por otros aspectos técnicos que por la música en sí. Al respecto, Conti fue muy gráfico a la hora de explicar la despreocupación de John por el acabado musical del filme, en la entrevista que concedió a esta web hace unos meses.
De todas formas, el gran empaque que Conti ofrece incluso en los cortes más insustanciales resulta admirable, ante todo comprobando la perfecta comunión de sus acordes con el ambiente de un Nueva York decadente trás el que se esconden y huyen dos personajes tan antagónicos como Gloria y Phil.
No podría obviar en esta reseña los brillantísimos momentos de acción que jalonan la última parte del álbum, capitaneados por la dupla de cortes ”Chase #1” y “Chase #2”. Piezas ambas en las que el autor vuelve a demostrar sus innegables aptitudes rítmicas para dinamizar escenas de persecución, acudiendo a ese piano contundente que con los años volvería a utilizar con semejantes intenciones en scores tales como “For Your Eyes Only” o “F/X”. Especialmente destacada es la colorista percusión oida en el “Chase #2”.
Y para concluir, el ”Reunion and Finale” supone el broche de oro perfecto al trabajo: la guitarra de Tudesco, siempre expresiva, de nuevo ofrece esa mirada afligida de la protagonista, completada con las omnipresentes sonoridades de clarinetes y saxo, que juntos nos conducen hasta el resurgir del tema principal en su tercer minuto, presentado como al comienzo en su versión más arrolladora y desencarnada a cuerdas.
Espectacular epílogo para una partitura que pedía a gritos su publicación, y que como obra maestra que sigue siendo, se me antoja imprescindible no sólo para el seguidor incondicional de Bill Conti, sino para cualquier aficionado que huya de las cuadriculeces actuales y busque la calidez de tiempos pasados y mejores.
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