David Rubiales
Roma, la magnificencia. Ocho trompas ejecutan cadenciosamente el motivo principal compuesto por otras tantas notas mientras ante nuestros ojos, y con el tañido de una campana, la cúpula de San Pedro se eleva majestuosamente hacia la bóveda celestial. La cualidad divina del alumbramiento, la trascendencia de la creación, la atemporalidad del genio, encuentran cobijo en este motivo como contraposición a la humilde y emotiva frase melódica que, seguidamente e interpretada por la viola, y posteriormente por el oboe, envuelve las tribulaciones humanas.
Como la calma precede a la tormenta, ambos elementos se alternan y se conjugan en la descripción de las encendidas pasiones mortales que impulsan a Miguel Ángel, el artista que no quería pintar, a amar ásperamente todo lo que le rodea, como ama a la piedra, y cómo éstas, tras el tormento de la creación, alcanzan la pureza decantándose serenamente a través de sus inmortales obras.
Tallando cada nota, cincelando y puliendo, como si de un escultor se tratase, cada acorde de los cinco movimientos que componen la pieza, Jerry Goldsmith logra traducir musicalmente las cualidades divinas y las pasiones humanas que rodean la obra de un artista que ha trascendido su tiempo.
Concebida posteriormente a la conclusión de la película, los atributos musicales de esta pieza logran traspasar las barreras y las reglas que sujetan y gobiernan su soporte fílmico dotándola de una estructura y entidad propia fuera de lo común. Quizá por ello, a algunos nos gusta pensar en este prólogo como en un elemento enriquecedor de la exigua, si exceptuamos las piezas Music for Orchestra, “Fireworks” y la cantata “Christus Apollo”, herencia concertística del compositor californiano. Un breve pincelada de lo que fue y no pudo ser.
Dos años después de su trabajo en “Cleopatra” y cinco desde “Spartacus”, además de sendas nominaciones al Óscar de la academia, habían posicionado a Alex North como uno de los músicos más respetados de la industria, alzándole hacia la cúspide de su carrera como compositor de música cinematográfica. No en vano, su habilidad para desarrollar conceptos musicales propios del género épico-histórico dotándolos de un trasfondo lo suficientemente emotivo y psicológico como para reflejar la vida interior de sus protagonistas, traspasando así la frialdad del celuloide, era admirada, más si cabe teniendo en cuenta la galería de complejos e intrincados caracteres a los que tuvo que hacer frente, y le convertían en el perfecto candidato para elaborar no sólo el subrayado musical que debía acompañar la relación paterno-filial entre el Papa Julio II y Miguel Ángel sino también los evidentes claro-oscuros que acompañaban a la figura del genio florentino: "El tormento y el éxtasis".
Demostrando desde sus inicios un enorme respeto por las complejas y vastas hechuras de la historia, y en particular por este episodio del espíritu humano, North inaugura la obra con un grandilocuente preludio (“Prelude – The Mountains of Carrara”) en el que el órgano, instrumento que curiosamente no aparece en el montaje final de la película y que quizá fue añadido posteriormente en la, común por aquellos tiempos, re-grabación para el LP, se atribuye la primera voz para evocar el poder que albergaba la Iglesia a principios del siglo XVI. A continuación las cuerdas y los metales, impregnados de un marcado cariz religioso, interpretan un sentido tema que ilustra el trabajo que se desarrolla en las montañas de Carrara.
Seguidamente, en “The Warrior Pope” el compositor recurre a los ritmos marciales y a las fanfarrias para revelar el espíritu aguerrido del Papa Julio II en su intención de extender por la fuerza el poder de la Iglesia.
North, como ya es costumbre, interpreta el pasado en términos del presente eludiendo cualquier alusión musical directa a la época, salvo en aquellas piezas que forman parte diegéticamente de la película (“The Medici”, “The Contessina”), evitando así entorpecer su objetiva descripción de los caracteres que dominan la trama. De la misma forma que en "Spartacus" o "Cleopatra”, el compositor recurre a sonoridades frías y bárbaras, comúnmente basadas en los metales y la percusión, como método descriptivo de la cruel conducta de los hombres y a otras más cálidas o nostálgicas, mediante las cuerdas y los instrumentos de viento-madera, para reflejar las contradicciones o los estados de ánimo de los principales protagonistas de la historia.
En un agudo ejercicio de astucia musical, el compositor logra identificar e ilustrar con solo dos temas los tres epicentros básicos de la acción dramática: la influencia política de la Iglesia, representado por el órgano escuchado en “Prelude”; el poder militar que ostenta la figura del Papa, adscrito a las fanfarrias y ritmos marciales de “The Warrior Pope”; y los sentimientos religiosos y/o el poder de la doctrina religiosa, desarrollado en “The Mountains of Carrara”.
A partir de estos tres conceptos musicales, North teje un elaborado tapiz moldeando, adaptando o modificando todos y cada uno de ellos según las circunstancias. Buena prueba de ello es el tema "Genesis”, corte que acompaña al encuentro de Miguel Ángel, en la cima de una montaña, con la inspiración divina que le ilumina para acometer los trabajos en la Capilla Sixtina, y en el que el compositor moldea el concepto religioso comenzando con un tono grave, ante su frustración, para ir derivando, a medida que se revela la epifanía, hacia lo místico y lo solemne, haciendo especial hincapié en la soledad como elemento permanente en la vida del artista.
Comercializada de forma limitada por Varèse Sarabande bajo su sello CD Club, esta edición Deluxe recoge casi todo el material compuesto por Alex North para la película con una gran calidad de sonido y un extenso y bien resuelto libreto firmando por Robert Townson. Lamentablemente, unido al estado del tema "Mountain Scene", presente en la edición como bonus track pese a su evidente deterioro, hay que sumar la definitiva pérdida de otros dos cortes titulados "Twelve Apostles" y "Marble" que, debido al mal estado de las cintas originales, han sido imposibles de recuperar. Una desgracia que, aún así, no merma el inmenso disfrute que produce la adquisición de esta auténtica joya, no ya de la filmografía del compositor, sino de la música cinematográfica.
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