Ignacio Garrido
La carrera de Jonny Greenwood dentro de la música de cine puede verse más como un camino casual e intermitente de exquisitas cualidades artísticas que una auténtica andadura dentro del medio. Su filtro selectivo (quizás limitación externa, quizás miras elevadas autoimpuestas) respecto a los proyectos en los que se ve involucrado, le permite un acercamiento a los mismos basado en un ideario propio difícil de ver hoy día, siguiendo la estela intelectual que antes que él cultivaran en el pantanoso terreno indie/autoral americano, nombres tan destacados y (otrora) extrernos a la industria como Jon Brion, Mark Knopler o John Cale.
No es de extrañar, por lo tanto, verle aparecer en los créditos de la adaptación japonesa de "Tokio Blues", una de las novelas más populares de Haruki Murakami, formando parte de un equipo prácticamente nipón. Aspecto que pese a lo inicialmente sorprendente es bastante común en las producciones orientales de cierta aspiración internacional, ya sea con miras al reconocimiento crítico como bien pudiera ser el caso, o comerciales como fuesen en su momento "The Promise" de Klaus Badelt o "Dragon Wars" de Steve Jablonsky.
La mínima, numéricamente hablando, pero sólida y envidiable trayectoria cinematográfica de Grenwood viene a ejemplificar el mimo por el detalle en cada proyecto audiovisual que aborda. No parece ser el cine para él una meta de éxito (como viene siendo habitual para las nuevas generaciones de músicos especializados en el medio), sino un barómetro estilístico ocasional, donde probar, extender o depurar ideas propias de aquí y allá. Motivo por el que quizás nos haya entregado hasta ahora obras tan estimulantes dentro de la disciplina. Desde la hibridación y experimentación sonora conceptual de la interesantísima "Bodysong", pasando por el aroma a sala de concierto contemporáneo de la soberbia "There Will Be Blood", hasta llegar al lánguido romanticismo de la obra que nos ocupa.
Su apertura remite directamente al personal empleo de cuerdas del músico durante la pista "Mou Sukoshi...", de ambiente suspendido y onírico, bordeando la atonalidad con un oscilante motivo fantasmagórico y sugerente que pronto se torna en ambiguo diálogo politonal. Su estática continuación en "Suogen...", sugiere frío y angustia existencial gracias a la ejecución de su doliente violín solista, mientras que "Mata Aini..." bordea la sonoridad litúrgica en su construcción y orquestación. "Toki no..." resulta un giro de ciento ochenta grados respecto a lo previamente expuesto, un breve halo lírico abiertamente romántico y ensoñador de la mano de una exclusiva guitarra solista, que no deja de apuntar por otro lado cierto cariz de pérdida y que continuará en "Iiko Dakara Damatette".
"Reiko" recupera la intensidad dramática inicial con el fluido intercambio de voces del Emperor Quartet, dando paso a uno de los momentos más sobrecogedores del trabajo con "Naoko ga Shinda", pieza que se abraza directamente a ese malsano registro atonal deudor de Penderecki y tan del gusto del miembro de Radiohead, para luego sorprender con las florituras cuasi mágicas e impresionistas de "Quartetone Bloom", que se adscriben parcialmente a esa línea expresiva de Osvaldo Golijov o Alberto Iglesias en el trabajo de cuerda. Acto seguido se recuperará el sentimiento desolador inicial con "Watashi wo...", para cerrar con una síntesis final extraña (por la inclusión algo forzada de la electrónica) y lastimosa, de carácter difuminado, etéreo, que sugiere al tiempo y de modo sutil un inasible poso romántico, estirando casi hasta lo incómodo la sensación de conclusión, para finalmente acabar con un cierre abrupto en una jugada discutible pero rotunda.
Trascendiendo por momentos a experiencia sinestésica, haciéndonos sentir el frío, congelando las emociones como un instante suspendido en el tiempo, la composición de Greenwood para Norweigan Wood resulta una bocanada de aire fresco en el panorama internacional de la banda sonora por su elaborada línea estilística, por la calidad de su escritura, por la sobriedad de su aproximación conceptual y pese a lo arduo de una aproximación convencional a la misma (ni fastuosas melodías retentivas, ni coros, ni gran orquesta, ni similares vacuas pirotecnias) o a su contención emocional, deviene en una de las mejores bandas sonoras del pasado año.
Cosidas con particular visión de conjunto a la partitura original, las tres canciones incluidas en el disco del grupo CAN se fusionan e integran en la propuesta musical con inusual solvencia y curioso contraste si atendemos a lo que esta maniobra comercial suele suponer de limitador para con el trabajo del compositor en la edición discográfica. Como se apunta no es el caso y Nonesuch cumple con una edición idéntica a la que ya mostrase con "There Will Be Blood", denotando en ello una destacable coherencia interna en la colaboración (y resultados) con el músico.
13-abril-2011
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