Ignacio Garrido
La naturaleza sonora del espectáculo fílmico de nuestros días, se encuentra cada vez más cercana a la deconstrución y simplificación de los conceptos básicos que articulan la música en sí misma. Prueba de ello es que una aproximación a sus elementos coincidentes nos deja con cuatro pilares básicos (por supuesto; ritmo, melodía, armonía y timbre), con los que hasta un compositor tan infinitesimal como Steve Jablonsky, puede jugar del modo más pueril y directo, y por lo tanto más fácil e impactante – aunque también epatante por desgracia en el caso que nos ocupa – consiguiendo hacer pasar por grandioso y espectacular lo que en realidad tan sólo es superficial y vacuo. No obstante en ocasiones como la que toca, uno no puede sino dejarse llevar amable y condescendientemente por esa sensación de “placer culpable” con la que tan tosca y fácilmente el autor de “Tranformers” (cuyo comentario también obra de un servidor puedes leer aquí), arrastra al oyente hacia un carrusel de fuegos artificiales, tan plano y predecible, como pulsátil y disfrutable si nos acercamos al mismo sin complejos de ninguna clase.
El film donde se ubica su última aportación sonora es “D-Wars”, una super-producción coreana ambientada en Los Angeles, donde dragones mitológicos despiertan para sembrar el caos y propiciar las aventuras pertinentes. Como viene siendo habitual en el último mercado oriental y en cintas con gran dosis de presupuesto, su apartado sonoro se encomienda a músicos de gran tirón comercial y renombre internacional (recordemos a Klaus Badelt con “The Promise” o Trevor Jones con “Aegis”) que aporten caché, aun a expensas de vilipendiar el talento patrio, tan dado en ocasiones, por otro lado, a emular los cánones occidentales.
Retomando la idea inicial, si atendemos a las prioridades naturales de nuestra –para qué vamos a negarlo– en general escasa comprensión musical como aficionados a la música de cine, obtenemos en obras como ésta un producto extremadamente sencillo de digerir, puesto que al volcarse, creo yo intencionadamente, en el juego rítmico (primer y fundamental pilar antes referido), es capaz de sustraer al aficionado de un mayor pronunciamiento sobre los subsiguientes aspectos. Al ser aquéllos los mínimos imprescindibles (para “D-Wars” melodías de una complejidad inexistente, reducidas a la expresión emocional más básica, armonías de exigua inteligencia y un timbre empastado, difuso), su calidad musical se reduce a la mínima expresión como ya ocurría en “The Island” o la propia “Transformers”.
Pero he aquí el eterno debate; ¿ha de ser buena una composición cinematográfica para ser buena música de cine? Evidentemente para el que esto suscribe, la respuesta es una lánguida negativa, siempre que atendamos al detalle de que no es calidad musical lo que el film necesita, sino el desarrollo sonoro que mejor lo acompañe. Si damos por válida esta afirmación, casi cualquier cosa se podrá tachar de buena música de cine, alegando el, a estas alturas, algo patético comentario “queda bien con las imágenes”, “encaja a la perfección en el film” o similares, a los que hasta el más lego en el campo puede replicar con equivalente énfasis “si es música para una película eso es lo único que se le pide” o “si no se alcanza ese mínimo ni siquiera sería música cinematográfica”, es decir, que la partitura funcione a nivel audiovisual no es algo realmente meritorio si nos movemos en el aspecto analítico musical.
No obstante, incluso con estas ideas en la cabeza, tampoco se pueden aplicar tramposos silogismos sobre las ediciones en disco de dichos trabajos, en las que tan sólo se debería juzgar con honestidad si, exclusivamente la música, es o no buena. Al abordar el comentario de la misma como hace un servidor, el palpable resultado se inclina sin concesiones hacia el rapapolvo, aun mostrando la simpatía pertinente por el buen rato de evasión de encefalograma plano que tanto cultiva Jablonsky.
Llegados a este punto el lector puede estar preguntándose porque la nota adjudicada a este título es superior a la del reciente film de Michael Bay, si parecen por lo que en estas líneas se dice, entrar ambas de lleno en el mismo saco. Dando por sentado que la nota es a fin de cuentas la peor de las invenciones de la crítica, pues potencia la vagancia cultural y anula la curiosidad lectora, lo mínimo exigible para con las –escasas– virtudes de este trabajo es auparlo por encima del anterior, al contener una serie de elementos que allí eran completamente obviados. Si no es menos cierto que “D-Wars” tan sólo oscila ligeramente por encima de “Transformers” tanto en cuanto no se acentúan en ésta tan claramente los temp-tracks (pese a los claros “The Last Samurai” o de nuevo “Batman Begins”, ambas de Zimmer) y sus soluciones sonoras relativas a la propia evolución en intensidad narrativa parecen algo más redondas, menos coartadas por imposiciones ajenas, el conjunto resulta sobre todo no tan afectado por la terrible dispersión temática y estilística que aquella sufría.
“D-Wars” se mueve, pues, entre el sencillo contraste de dos temas bien diferenciados, el que apela a la aventura y la esperanza (con una colorista variación final para coro) de su inicio en “Imoogi” y el más evidente todavía, empleo del Dies Irae como contrapunto amenazador y apocalíptico. Jugando con estas sencillas bazas, más todos los clichés del género de acción moderna, Jablonsky completa otro trabajo de cartón piedra para añadir a su dudoso currículo, aun consiguiendo suplir aquí con la sencillez de una grandilocuencia artificiosa las otras carencias que tanto le limitaban en obras anteriores.
14-enero-2008
|