Gorka Cornejo
Hay compositores de cine que lo son sólo episódicamente, que componen bandas sonoras como un campo más donde desarrollar su necesidad de autoafirmación creativa. Esta intermitencia en la explotación de un género musical tan difícil como el cinematográfico, hace que sus escasos trabajos sean insuficientes para elaborar una opinión lo suficientemente vehemente, teniendo que conformarnos con impresiones. Jonny Greenwood, guitarrista del emblemático grupo Radiohead, es un buen ejemplo. Multiinstrumentista, además de compositor, cada vez está más presente en proyectos ajenos a su grupo, siendo el último de ellos la banda sonora de la última y esperada película de Paul Thomas Anderson, “There Will Be Blood”. Con esta colaboración se rompe el hasta ahora ininterrumpido y fascinante binomio establecido entre el director y el compositor Jon Brion (también proveniente de otros campos musicales).
Si de impresiones se trata, la que nos dejó la escucha de su primer score, “Bodysong” (2003) no fue del todo buena. En aquella ocasión, Greenwood se nos presentaba con un estilo sencillo, atmosférico, centrado más en texturas sonoras que en la densidad de la composición, instrumentalmente ecléctico, machacón en el despliegue de sus conocimientos sónicos. Había en sus composiciones una acumulación de elementos sonoros, definibles o no, que parecían querer sorprender al oyente, sumiéndolo en la escucha de un universo heterogéneo en el que todo puede sonar, aunque poco parezca concretarse. Es el tipo de música que más se reclama hoy en día en el cine de autor con ribetes de modernidad, una música despegada de las imágenes, que las sobrevuela, describiendo estados de ánimo, superficies, nociones abstractas, que se coordinan al film de forma copulativa, como una capa que cubre a otra, pero en las que no hay interacción ni subordinación, injerencia directa ni concreta, sino la simple repercusión que la una tiene sobre la otra como consecuencia de la coexistencia.
Sin embargo, quizá el hecho de colaborar con alguien tan narrativamente estructurado y exigente como Paul Thomas Anderson haya influido para que la banda sonora de ”There Will Be Blood” nos muestre a un Greenwood más centrado y autolimitado, más interesado en construir un cuerpo musical compacto, unidireccional, sin los excesos experimentales que acababan por volver insufrible lo interesante de su anterior score. El hecho de que dos de las piezas que forman parte de la banda sonora (“Henry Plainview” y “Proven Lands”) pertenezcan a una obra sinfónica escrita por Greenwood en 2006, “Popcorn Superhet Receiver”, parece indicar que Anderson ha solicitado del compositor una continuación del mismo estilo, un desarrollo de ese material preexistente.
Greenwood apuesta por una música opresiva y dramática, sustentada en la labor de una expresiva orquesta de cuerdas, con especial protagonismo de violines y chelos solistas, sutilmente aderezada con piano, percusión y sonidos electrónicos. La mejor de sus bazas, la sobriedad, parece responder a un acercamiento muy personal a las raíces musicales norteamericanas, ecos de un country manso y crepuscular que ayudan a situar al espectador de esta historia sobre el poder y la ambición, centrada en la figura de Daniel Plainview (Daniel Day-Lewis), un inteligente pero inmoral hombre de negocios enriquecido gracias a las explotaciones petrolíferas que encuentra en su propia conciencia el peor y más encarnizado de sus enemigos. La música de Greenwood se centra en la culpabilidad, el insoportable peso del arrepentimiento, que lastra la exteriormente envidiable vida del triunfador, atenazado por sus propios demonios.
La impresión general es la de una partitura monocromática, que basa su efectividad en la intensidad y la variedad de registros, mientras que temáticamente se muestra sobria y sencilla hasta el punto de exponer una única melodía propiamente dicha, consistiendo lo demás en turbias y densas composiciones de idioma contemporáneo, que recuerdan a ilustres creadores como Penderecki o Ligeti, nombres con los que Greenwood ya ha sido comparado en ocasión del estreno de algunas de sus composiciones para sala de concierto.
Esa única melodía, sorprendentemente sencilla (tan sólo tres notas, largas y suspendidas), es sin embargo una eficaz ventana hacia algo apacible, en medio de la oscura marea del conjunto. Las tres variaciones del tema que se escuchan en la edición discográfica de la banda sonora, son pasos hacia una lejana redención, puesto que se van suavizando las distorsiones que enturbian su austera diafanidad. En “Prospector´s Arrive”, Greenwood explora con sutileza sonidos de infinitud y de cierta estabilidad, tímidos destellos de luz y calor amenazados por un entorno molesto y borrascoso. “Oil” es una deliciosa variación más afable y expansiva, donde las cuerdas aventuran preciosismos que enriquecen la mansa sucesión de lastimosas notas. Finalmente, en “Prospector´s Quartet”, el último corte del disco, la pieza más melódica y emocionante de todas las que aquí se recogen, encontramos una versión conclusiva, ligeramente satisfecha, como un círculo que se cierra.
Con todo, Greenwood no deja de mostrar su gusto por la experimentación. En “Henry Plainview” las cuerdas construyen una pieza fantasmagórica y ondulante, un mantra inquietante que es de agradecer por su sobriedad, desquiciada en momentos de gran tensión como en “There Will Be Blood”. Compartiendo no pocas características (la autonomía motívica, la coherencia interna y la verborrea autosuficiente) de la música concertística más avanzada, figuran piezas de innegable intensidad emotiva como “Eat Him By His Own Light” (casi una pieza de repertorio) o “Stranded the Line”. El goldenthaliano “Proven Lands” y “Future Markets” exploran ritmos desasosegantes y enérgicos, destacándose del resto de la banda sonora por su intensidad dramática. La simple decisión de centrar la partitura en un grupo instrumental determinado confiere a estos ejercicios de búsqueda incierta la coherencia de formar parte de un esquema bien reflexionado y sobre todo equilibradamente distribuido.
El resultado general, aún a falta de ver la película, es altamente positivo. La música de Greenwood se distingue de las habituales bandas sonoras compuestas por músicos provenientes del pop-rock gracias a su elegancia, su modestia y su evidente fuerza y expresividad. Esperamos que Greenwood no tarde demasiado en volver a componer para cine, para saber si podemos considerarlo una figura prometedora o un simple visitante capaz sólo de esporádicos aciertos.
16-enero-2008
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