José-Vidal Rodriguez
En 1983, James Horner comenzaba a saborear los réditos profesionales logrados un año antes con su magnífica irrupción en la saga “Star Trek”. De figurar como un compositor prácticamente desconocido y relegado a series B, el californiano llegaría a firmar hasta ocho partituras en dicho periodo, algunas de ellas de gran trascendencia en su carrera, como bien pudieran ser su espectacular ”Krull” o la hermosa ”Something Wicked This Way Comes”, en la que tuvo el honor de sustituir a última hora al gran Georges Delerue. Era una época de inventiva, de una radiante versatilidad en un autor entregado a los postulados del Hollywood de la época, pero bendecido por esa capacidad compositiva que le auguraba un lugar trascendental en la música de cine de las siguientes décadas. En el marco de esta eclosión creativa, Horner comenzó a figurar como nombre de garantía en distintos géneros, aunque partituras como “48 Hrs.”, “Gorky Park” o instantes de su mencionada entrada en el “Enterprise”, revelaron una especial habilidad parar tratar el género de acción.
De esta forma, a los 29 años de edad, el compositor abordó por primera vez en su filmografía el marco bélico con “Uncommon Valor”, una entretenida cinta dirigida por un especialista en el género como Ted Kotcheff, y centrada en el personaje del coronel Jason Rhodes (Gene Hackman), quién vive atormentado por el paradero de su hijo, desaparecido en combate durante la guerra del Vietnam. Pese a que ha transcurrido una década desde que terminara el conflicto, Rhodes no desespera en su creencia de encontrarle con vida, por lo que decide formar un grupo de infantes de marina retirados, antiguos compañeros del desaparecido, que irán a su búsqueda reviviendo así la hostilidad de un territorio tristemente recordado por todo el equipo.
Atendiendo al argumento de la cinta, el score escrito por Horner se mueve en unos parámetros convencionales, sin demasiado margen para la sorpresa o el virtuosismo, pero formalmente dotados de una resolución pulcra y honesta con la que el californiano sale más que airoso del envite. De este modo, la partitura incide en tres niveles fundamentales de la trama: El primer propósito del autor es presentar una instrumentación con la que, desde formas netamente occidentales, encuadrar parte de la acción en territorio vietnamita, escenario último de la cinta. Con la ayuda de algunos de los solistas más afamados de aquel país (Tran-Van Nguyen, Lien Van La), Horner adereza su partitura con un sonido autóctono que salpica cortes como “Vietnamese Solo” o, en gran medida, el inédito “Main Title Extension”, en los que destaca, en especial, la aparición de la cítara y diversos instrumentos regionales de viento y percusión (amén de la inclusión de su venerado shakuhachi).
En segundo lugar, el drama intrínseco a la situación del coronel Jason Rhodes, tratado en el filme como un padre que busca respuestas antes que como un verdadero militar, origina la aparición de un noble motivo de siete notas que a la postre quedará asimilado no sólo a la incertidumbre por el paradero de su hijo (los primeros instantes del “Airport”), sino también funcionará como lema en honor a las víctimas del Vietnam (“Main Title”, “A Lot Of Us Have Been Killed”). Es ésta una frase a la que Horner concede especial importancia, no sólo por su frecuente uso sino por la función emotiva -íntimamente ligada al argumento- que le reservará en los cortes de conclusión del filme.
Y en tercer lugar, el autor trata el trasfondo puramente bélico de la historia de una forma peculiar, que tan pronto se abraza a la socarronería, como acaba por culminar en una entrega musical absoluta a la heroicidad. Asi, la preparación del equipo para la misión, con unos ex-combatientes faltos de forma y disciplina, sirve de pretexto a Horner para desarrollar una retentiva marcha militar en donde la flauta otorga un marcado caracter bufonesco al conjunto (“Airport”, “Tag”), rememorando así el recurso conceptual de camaradería ya desarrollado, entre otros, por Elmer Bernstein en su emblemática “The Great Escape” (y que dos años antes a este “Uncommon Valor”, fue reutilizado por Bill Conti, con análogos propósitos a los de Horner, para su “Escape to Victory). Otra versión de esta estructura marcial fue finalmente desechada del montaje (“Parade Ground”), lo que no es óbice para significar la soltura del compositor en este tipo de texturas militaristas, que tendría su culminación tres años después en varios instantes de la sugestiva "Aliens".
Al margen de este tratamiento desenfadado, las primeras incursiones en territorio enemigo encuentran en una nerviosa figura rítmica a piano y percusión (“Steal The Sucker”, “First Trek/Yellow Rain”), el recurso incisivo idóneo para presentar a oídos del espectador la hostilidad del entorno, constituyendo el prólogo al último tercio del score, en el que el compositor incide en las secuencias de acción propiamente dichas cuando el equipo inicia el ataque suicida en el campo de prisioneros vietnamita. En este bloque temático, Horner da rienda suelta ya al sinfonismo netamente occidental, utilizando con mayor profusión los metales en tono heroico (en particular, mediante un leitmotiv de tres notas, que marcará varios de los actos épicos de los soldados en “Escape Airbase” o en el vibrante “Choppers Over Hill“). La conclusión del corte “Final Escape”, en el que el tema dedicado al hijo, como ya hemos señalado, cobra una especial significación argumental, nos remite a ese epílogo agridulce de la cinta que conecta con una correcta canción (“Brothers In The Night”) en clave nostálgica a la “First Blood” (película también dirigida por Kotcheff), bastante más apropiada que la recuperación jocosa de la marcha de entrenamiento que Horner había grabado para dichos “End Credits”.
La presente edición de Intrada, viene a mejorar el sonido de aquel bootleg del dudoso sello “Pony Boy Records” que circuló durante años en el mercado paralelo, añadiendo además varias pistas inéditas no recogidas en su día por dicho compacto (cortes 4, 13 y 14). Si bien “Uncommon Valor” no es desde luego una obra referencial en la carrera de James Horner (aunque sí de cierta aceptación popular entre sus seguidores), lo cierto es que su adecuación, sensación de oficio y los talentosos momentos apreciados en determinados bloques, inclinan la balanza a la hora de recomendar un buen trabajo que, no olvidemos, fue escrito por el californiano cuando sólo bordeaba la treintena, demostrando una madurez que le haría erigirse, con posterioridad, en uno de los autores clave para el resurgimiento de la música de cine durante la década de los 80.
18-octubre-2010
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