Miguel Ángel Ordóñez
Cuarta entrega de la saga “Harry, el Sucio”, en donde emergen, de nuevo, la venganza y la violencia como únicas armas eficaces, en manos del ciudadano, para hacer frente al corrupto sistema de justicia. Dirigida por el propio Eastwood, “Sudden Impact” denota un cansancio estético y argumental alarmante. Una mujer, después de ser violada junto a su hermana por varios hombres, decide vengarse de todos ellos pasados diez años. Como ya ocurriera en “Magnum Force”, donde un grupo paramilitar formado dentro de los propios cimientos del cuerpo de policía se encargaba de ajusticiar a los “desechos” de la sociedad (mafiosos, traficantes….), la ley no supone suficiente garantía para salvaguardar la seguridad ciudadana. A diferencia de aquella, donde la condena consiste en morir a manos de Harry porque la ley está por encima de cualquier otra consideración, aunque se empleen instrumentos nada ortodoxos para cumplirla, el mensaje extremista de “Impacto Súbito” desemboca en el perdón de la justiciera, liberada finalmente por la propia moral de Harry.
Retomada la saga por Lalo Schifrin, tras la esporádica intervención de Jerry Fielding en “The Enforcer”, el maestro argentino continúa por la senda formal ya establecida en la primera entrega (“Dirty Harry”): descripción anímica de personajes a través de una estructura más leitmotívica que temaria; potenciación de la violencia a través de una canalizada confrontación de instrumentación moderna y clásica; e introducción de armonías y técnicas avant-gardé, de estrato psicológico, como vehículo sobre el que definir una ambientación insana que separa conductas dentro y fuera de la ley.
Es en este punto, como ya ocurriera en “Dirty Harry”, en la creación de un sustrato emocional de índole psicológico, donde Schifrin logra sacar el mejor partido de “Sudden Impact”, o al menos, donde se esfuerza por hacer comprensible el ambiguo final ideado por Eastwood, ya que el ánimo de venganza de Jennifer (Sondra Locke) reside en una auténtica patología no superada. Ante la casi inexistente remisión al leitmotiv de Harry (apenas emerge en la soledad de su piso, como al final del corte “You´ve Come Along Way”), Schifrin construye para ésta, uno de tres notas que precede a sus asesinatos. Identificado en un instrumento, el saxo (al igual que en “Dirty Harry”, donde el mal residía en la voz, o en “Magnum Force”, en un redoble percusivo), sensual y algo desequilibrado, el leitmotiv evoluciona cuando Jennifer entra en contacto con Harry, surgiendo entre ellos una atracción conectada a sus particulares ideales de justicia. Situado en las maderas, el motivo aparece humanizado, apelando con ello a la doble personalidad de la protagonista: mujer sensible en su vida ordinaria, cruel asesina fruto de un acto del pasado, vil e inmoral, que no ha tenido resarcimiento alguno. Para hacer hincapié en ese desequilibrio emocional, Schifrin acude al uso del waterphone (de la familia tímbrica del theremin, las ondes martenot o la armónica de cristal), instrumento electrónico nacido en los 60 donde unas varillas de metal, el agua y un arco de frotación logran arrancar un particular sonido adscrito a la pesadilla (“Remembering Terror”), conectado directamente a los recuerdos de Jennifer (Schifrin ya lo había utilizado con fines sobrenaturales en su partitura de género “The Amityville Horror” o incluso, con una cualidad onomatopéyica, en ese magistral corolario de su interés por la música experimental contemporánea, “The Hellstrom Chronicles”).
Sin embargo y como ya ocurriera en “Magnum Force”, la música de acción, sinónimo descriptivo de la hiperbólica violencia de la cinta, se sujeta sobre clichés nacidos en el acercamiento del autor al género policiaco en los 60. El “Shifting Gears” de “Bullit” está demasiado presente en cortes como “Palancio” (“Magnum Force”) y “Cocktails of Fire” (“Sudden Impact”), síntoma de una fórmula (cimentada sobre el uso de un rítmico contrapunto al bajo eléctrico) ya agotada tras sus quince años de existencia. Si bien puede entenderse como el último intento por ofrecer una coherencia estética que conecte las diferentes secuelas con la matriz de origen, entra en contradicción con el punto más discutible y trasnochado de la composición: su viaje al más rancio ochenterismo, iniciado sobre los propios títulos de crédito (una vista nocturna de las calles de San Francisco), con una orquestación salpicada de constantes referencias a la música electrónica surgida en la década. En un intento vano por renovar el mito del personaje y adecuarlo a los nuevos tiempos, este contraste provoca que Harry aparezca más ligado a la decadencia que a la madurez. Lo peor es que este viaje a la modernidad, que visto 25 años después provoca cierto sonrojo, tendrá aún peores efectos en la última entrega de la saga, “The Dead Pool”.
La canción de los créditos finales (“This Side of Forever”, con letra de Dewayne Blackwell y voz de Roberta Flack) es sustituida, imaginamos que debido a problemas con los derechos legales, por una versión instrumental del tema (“San Francisco After Dark”), funcionando como punto y aparte estilístico respecto del resto del entramado sonoro. No es que “Impacto Súbito” desmerezca en exceso de las anteriores aportaciones de Schifrin a la saga, pero a estas alturas, la fórmula ya resulta cansina y previsible, mucho más aún, en su intento por ajustarse a los tiempos del pelo cardado y la ropa deportiva.
16-junio-2008
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