Miguel Ángel Ordóñez
Implantada una especial iconografía dentro del género policiaco con la primera entrega de las andanzas del inspector Callahan en 1971 (“Harry el sucio”), súmmum del antihéroe violento y solitario, que bordea peligrosamente las prácticas aceptadas para un garante de la ley; ninguna de sus posteriores secuelas lograron alcanzar el éxito del precedente. Es indudable que el gran manejo del ritmo y la dirección por parte de Don Siegel (quien ya había transitado terrenos paralelos en “The Killers” o “Coogan´s Bluff”), no tuvo continuación en la ridícula planificación que James Fargo acometió para esta tercera entrega de las aventuras del policía más irreverente de San Francisco.
“The Enforcer” supone el encuentro de Harry con una peligrosa banda de sádicos terroristas que planean atemorizar la ciudad de San Francisco con una cruel cadena de atentados a cambio de fuertes sumas de dinero. Además, deja al descubierto el aire misógino y machista de Callahan, quien deberá aceptar como compañero a una mujer policía (la inspectora Moore, una inexpresiva Tyne Daily). La simplicidad de la trama, la resolución arbitraria de multitud de escenas (especialmente aquellas que sirven únicamente como vehículo para la demostración de una violencia inútil en el personaje del policía) y la nula profundidad psicológica dedicada a cualquiera de los personajes (el diseño moral del grupo terrorista es demencial) juegan en contra de una película que se observa con una simpatía más propia del pastiche, incapaz por si misma de tomarse en serio.
El gran Jerry Fielding es el encargado de aportar el sustrato emocional necesario a la trama. Sin embargo, el acercamiento realizado por el compositor de “Grupo Salvaje” no es del todo libre y satisfactorio, al partir de un condicionante estricto: continuar con la unidad estilística establecida por Lalo Schifrin en los filmes precedentes, acción sobre la que queda marcada la concepción musical del conjunto, en especial a la hora de asociar la figura de Harry Callahan a un funky-jazz urbano. Tampoco es cuestión de rasgarse las vestiduras, puesto que Fielding había demostrado su maestría en este particular ámbito musical junto a directores como Winner o Peckinpah.
Pero no cabe duda, que el conjunto se resiente especialmente por la casi nula aportación dramática de la música. El compositor, lejos de describir la acción, parece más cómodo retratando un ambiente dual en el que contrapone una línea imaginaria que separa el bien del mal. Nunca entendida ésta en términos estrictos, el mal quedará reflejado en la música que acompaña las acciones del grupo terrorista (“Prologue”, el inicio de “Warehouse Heist” o los magníficos pasajes de “Alcatraz Encounter” y “Death on the Rock”, cien por cien deudores del estilo del autor), de suerte que Fielding construye una sucesión de disonancias que amén de sugerir el peligro que se cierne, exponen claramente el elemento físico de la violencia.
Por otro lado, el personaje de Callahan queda profundamente circunscrito al de la ciudad de San Francisco. El garante de la ley se mueve en un territorio urbano donde la delincuencia queda ligada al propio concepto de mestizaje (funky, jazz, ritmos latinos….. demostrando el carácter racista de una sociedad americana, la de los 70, que yuxtapone mal con todo aquello que se aleja de la raza blanca). Un sobrio leitmotiv de cuatro notas ascendentes se asocia al personaje de Callahan (“Main Title”, “Harry´s World”), potenciando el mimetismo con el que éste se desenvuelve entre los sujetos que operan al margen de la ley, al adoptar al fin y al cabo sus mismas tácticas para vencerlos.
Establecida esa dualidad en un primer momento, ciertos cortes (“Rooftop cChase”, “Kidnap Zap”) rompen el estilo diseñado por Fielding. Es aquí donde la música demuestra ser un mero vehículo ambiental, perdiendo el gran potencial de las escenas que acompaña. La música parece situarse en esos momentos más cercana a la esfera de Harry, pero no alcanza a encontrar justificación emocional alguna, ejerciendo de contrapunto inútil.
Sin embargo, Fielding acabará redimiéndonos de estas incomprensibles soluciones musicales con la magnífica elegía dedicada a la inspectora Moore. Carente en todo momento de subrayado musical, Fielding destina finalmente uno de sus mejores temas al cuerpo sin vida de la mujer policía (“Finale (Elegy for Inspector Moore)”), corolario de la aprobación que Harry realiza del personaje, punto y aparte musical de un complejo entramado de patrones sintetizados, stacattos percusivos, rudo jazz y etéreas disonancias sobre el que asienta el universo violento de esta fallida cinta.
12-julio-2007
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