Pablo Nieto
Ambientada en la Norteamérica de los años 20, “Leatherheards” es toda una “screwball comedy”: un homenaje de Clooney a las comedias de Howard Hawks y Preston Sturges, que aparte de dirigir, también protagoniza dando vida a Dodge Connolly, un emprendedor jugador de fútbol americano que engatusa a una estrella de la liga universitaria para que forme parte de su equipo y de paso lograr una mayor atención de la prensa. En su intento, conocerá a Lexie Littleton (Zellweger), una periodista que está preparando un artículo sobre la joven estrella, y que victima propiciatoria de ese subgénero tan americano (el de la “guerra de sexos”), terminará rendida a los pies del galán.
Pongámonos en situación: si a uno le dicen que Randy Newman va a trabajar a las órdenes de George Clooney en una película deportiva ambientada en los años 20, lo primero que se nos viene a la cabeza son precedentes tan estimulantes como “Ragtime”, “Avalon” o “El Mejor”. Además, las orquestaciones y arreglos de J.A.C Redford, tan interesante como desconocido estandarte del sinfonismo cinematográfico americano, ayudan sin duda a generar un clima de confianza en la propuesta. Sin embargo, “Leatherheads” supone a la postre un decepcionante y saturado glosario de tópicos entregados a ritmos de big band, que se circunscribe a ejercer de delimitador geográfico y temporal, a retrotraernos a las coordenadas de una época pretérita sin contribuir a una necesaria progresión narrativa de la trama.
Precisamente, Newman había sido un ejemplo de moderación a la hora de echar la vista atrás para ambientar sus cintas de época (un ejemplo bien reciente lo encontramos en su infravalorada “Seabiscuit”). Por desgracia, el amigo Clooney, ortodoxo musical donde los haya (léase su recopilatorio de canciones de época de “Buenas Noches y Buena Suerte”), parece tener claro lo que quiere de Newman: un bombardeo absolutamente insano de swing, jazz, golpeos de contrabajos, contrapuntos de trombón y cualquier otro tipo de variables musicales asociadas a los tiempos de la gran depresión americana.
Es difícil rescatar algo del preciosismo melódico al que nos tiene habituado Newman, entre tanta música diegética de salón y cabaret; lugares donde algunos pueden sentirse confortables (donde no desentona esta composición de Newman), pero permítanme evocar la nostalgia o abrazar el conservadurismo, según se vea, y es que se echan en falta las evocadoras atmósferas que el primo de Thomas Newman (hace pocos años era todo lo contrario, las vueltas que da la vida) acostumbraba a regalarnos. Sus sencillas orquestaciones de cuerda y piano, donde entraban de vez en cuando coplandianos solos de trompa, pueden encontrarse en “Leatherheads” con cuenta gotas, lo que confirma la alarmante carencia de ideas de este compositor (que lo fue, y esperemos repunte) de primera línea.
El mismo autor que, al limitarse a sobrexplotar un estilo tan físico como nulo, emocionalmente hablando, llega al punto de incomodar y hastiar a todo aquel oyente que se enfrente a este producto musical en su versión aislado de las imágenes.
No obstante lo anterior, merece la pena detenerse en el clarinete que se eleva sobre las cuerdas en “Ah, Love”, donde se presenta un tema de amor que no termina de emocionar, como tampoco lo hace el ramplón tema central que encontramos en “Carter is Blue”, un motivo tan desvirtuado por la propia esencia del jazz, en las diferentes introducciones/variaciones que se extienden a lo largo de la edición, que terminamos por no reconocerlo.
“Iche Gebe Auf” todavía nos permite reconciliarnos brevemente con el Newman de toda la vida. Un corte contenido y emocional, donde al menos durante dos minutos sí reconocemos la esencia del padre de “Toy Story”, más aún en la variante de mayor cuerpo sinfónico presente en el tema “Up Close and Personal”. En el fragmento más interesante de toda la partitura, “The Ambiguity of Victory”, Newman logra mezclar, en su justa medida, su optimista obertura con pasajes entregados al swing, que emerge por fin como elemento definidor de la acción (estamos en el partido decisivo para los Tigres de Princeton), para finalizar en un tono noble y heroico acorde con el climax de la secuencia. Lástima que el resto de la partitura no ahonde en estas ideas, que aunque poco originales, han sido la causa directa del éxito del compositor de “The Natural”.
4-junio-2008
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