Miguel Ángel Ordóñez
En América, la llegada de la televisión y su auge durante los 50 y 60, supuso el intercambio del poder fáctico entre dos generaciones de compositores que vivían la crisis de los Estudios de manera muy diferente. El fin de la Edad de Oro de Hollywood enterraba los viejos modos compositivos, hasta hace poco, afines a los gustos populares, y llevaba a una difícil encrucijada a una terna de músicos acostumbrados a trabajar a destajo dentro del sistema. Herrmann, Duning, Waxman, Moross y muchos otros eran requeridos entonces por la televisión para participar de las innumerables series y telefilms, que fruto de la actividad febril del nuevo formato, eran levantadas por todo el país. A su vez, jóvenes compositores que habían utilizado el campo televisivo como terreno de pruebas para la introducción de novedosos estilos musicales, más acordes con las historias y los aspectos formales y de ratio del recién nacido, empezaban a trabajar para la gran pantalla como demostración palpable del final de un ciclo y el comienzo de otro nuevo.
Williams, Goldsmith, más tarde Broughton, hoy día Giacchino (punta de lanza de la demostración palpable de que el videojuego logrará matar la estrella del cine), dieron sus primeros pasos en un medio que les sirvió tanto de aprendizaje como de catapulta hacia el éxito. No puede decirse, sin embargo, que en sus trabajos para la televisión puedan reconocerse todas y cada una de las virtudes que auparon a muchos de estos jóvenes compositores a los primeros puestos del escalafón. Las limitaciones presupuestarias, la premura en las composiciones, la sujeción a estilos o temas que marcan el camino formal o de género establecido por los productores de cada serie televisiva (una suerte de temp track estructurales) permitirá, sólo en parte, admirar el talento de muchos de ellos.
Jerry Goldsmith comienza su carrera como compositor de scores para la pequeña pantalla a la edad de 25 años. Su trabajo para la CBS Radio llama la atención de la división televisiva de la Compañía y es contratado para componer en series como “Climax”, “Have Gun - Will Travel” o “Peck´s Bad Girl”. El que se anuncia como primer volumen de una colección dedicada a esas obras primerizas del californiano (en este caso, todas ellas compuestas en 1959), viene a rescatar parte de este legado. Así, la presente edición propone un recorrido por series televisivas como “Playhouse 90”, “Perry Mason”, “The Lineup” o la realización de música de librería para la Productora.
“Playhouse 90”, caldo de cultivo de renombrados directores que más adelante formarán la llamada “Generación de la Televisión” (Frankenheimer, Schaffner o Lumet), está representada a través de dos episodios. En ambos, Goldsmith utiliza la Americana como estilo con el que aglutinar drama y costumbrismo, en particular por el uso de la armónica (anticipando su posterior “Flim Flam Man”). “A Marriage of Strangers” es un evocador y nostálgico score con una ligera orientación hacia el jazz que encuentra, en su dinámica interna, el perfecto balance entre limitación presupuestaria y vehemencia dramática. La aparición de instrumentos solistas como la guitarra y el clarinete ayudan a crear un ambiente familiar, íntimo y rural. El episodio “Tomorrow”, por su parte, mantiene las mismas constantes de estilo, adquiriendo en su conjunto, un aire afligido y melancólico (armónica y guitarra, Dios mediante) que actúan como vasos comunicantes de su particular retrato de la América profunda. Dos trabajos delicados y hermosos, especialmente este segundo, que destacan por la enorme expresividad que logra Goldsmith con el empleo de una limitada paleta orquestal.
De los dos episodios que compuso Goldsmith para las aventuras del abogado Perry Mason durante 1959, Prometheus nos ofrece un amplio repertorio del capítulo “The Case of the Blushing Pearls”. La aparición de un personaje central de naturaleza oriental, sobre la que pesa una falsa acusación de asesinato, conecta el score con texturas de porte asiático, resueltas siempre con gusto y sin caer en el estereotipo. Un trabajo íntimo y de contención dramática, dominado por pasajes misteriosos para flauta y metal, que destaca por el uso de un tema principal, el de la acusada Mitsuo, que años más tarde servirá como base central del tema de amor de “The Sand Pebbles”.
La composición de música de librería, práctica habitual en la época para evitar los gastos derivados de una composición ad hoc cuando el presupuesto no lo permitía, está representada en la edición con seis de las aportaciones de Goldsmith para la CBS. Si “The Villagers” es un exuberante corte de sabor mejicano, las cuatro piezas siguientes suponen la introducción de un tema, con sus correspondientes variaciones, aplicados en función de su significación emocional: mientras “The Camp” y “The Camp at Night”, tienden, partiendo de una melodía de sabor oriental, a un subrayado repleto de turbiedad y desasosiego (muy en la línea de “The Spiral Road”), “Quiet Night” y “Village Death” se muestran eficaces para acompañar escenas de corte intimista. Sin embargo, los ostinatos de “Mysterious Storm”, agresivos y amenazantes, parecen directamente exportados de las populares cintas de serie B de la Universal.
La edición finaliza con una pequeña representación de la música compuesta para la serie policiaca “The Lineup” (en concreto su episodio “Wake up the Terror”, perteneciente a la tercera temporada). Trasladada a la gran pantalla por Don Siegel un año antes (con resultados grotescos al ejercer exclusivamente de panfleto contra los peligros del tráfico de drogas), era Misha Bakaleinikoff el encargado de componer un score que remitía directamente a los thrillers de los 50, dominado por esos turbios contrastes entre cuerda y metal tan identificadores del género. Sin embargo, siguiendo la tónica impuesta en su formato televisivo, Goldsmith compone un muestrario de temas de amplia vocación jazzística, nerviosos y rítmicos, donde se refleja la alargada sombra del “Peter Gunn” manciniano.
Frente al interés que supone enfrentarse a los primeros trabajos televisivos del maestro Goldsmith (algo similar a lo realizado por Prometheus, hace unos años, respecto del trabajo en la CBS de Herrmann), la presentación de la edición llevada a cabo por el sello belga vuelve a dejar mucho de desear. Como en el caso de los dos volúmenes dedicados a Herrmann, la ausencia total de fotos del compositor y el diseño amateur de su portada, vuelve a remitirnos a un producto más propio del mercado ilegal. Afortunadamente, su aceptable calidad sonora y las acertadas líneas del libreto (más prolijo que de costumbre) logran equilibrar un tanto la balanza.
13-mayo-2008
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