David Serna
De entre todas las obras maestras que se han escrito para el cine, hay casos y casos. Hay bandas sonoras (como “Psycho”, como “Planet of the Apes”, como “Forbidden Planet”) perfectas en su aplicación cinematográfica pero menos impactantes en su escucha aislada para un oyente con poca paciencia o nada interesado en las imágenes que la motivan. Hay otras (como “Schindler´s List”, como “Alien”, como “Dances with Wolves”) exquisitas en su edición discográfica pero relativamente discutibles en su contexto fílmico, casi siempre cohibidas ante la grandeza de la narración o rendidas a sus intereses. La música escrita por Victor Young para “Around the World in Eighty Days” no puede decirse que pertenezca a alguno de estos dos bandos: en realidad, forma parte de ese reducido grupo de felices accidentes cinematográficos que engrandecen el minoritario arte de la música para la imagen y causan adicción hasta límites insospechados. Porque “Around the World in Eighty Days” no sólo es una de las composiciones más encantadoramente hermosas de la historia del cine: es, también, la banda sonora perfecta para que un cinéfilo o un melómano con cierta inquietud por la música de cine acabe enamorado para siempre de esta apasionante afición.
La que posiblemente sea la mejor partitura de Victor Young (la más memorable, la más virtuosa, la mejor incrustada en las imágenes) fue inyectada en el corazón de espectadores de todo el mundo sólo tres semanas antes de la muerte de su autor. La maravillosa película de Michael Anderson se estrenó en Nueva York el 18 de octubre de 1956, y Young murió de un ataque al corazón el 10 de noviembre, sin disfrutar del único Oscar (póstumo) que recibió tras 22 nominaciones a la estatuilla y de la enorme fama que rápidamente alcanzó su música, gracias a uno de los temas principales más alegres y radiantes que uno pueda escuchar, de una belleza melódica y una majestuosidad sólo atribuible a los grandes maestros. El tema de “Around the World in Eighty Days” ha sido uno de los más versionados por orquestas de todo el mundo y hoy, 50 años después, sigue siendo uno de los más famosos de la historia del cine. Pero, como suele decirse (y salvo raras excepciones: “Laura”, “Summer of 42”, “Somewhere in Time”), un único tema no hace una banda sonora.
La trascendencia de la partitura de Young, más allá de su glorioso tema principal, reside en la espectacular sucesión de exquisitas melodías que embellecen de un modo extraordinario (y con un enorme sentido del humor) los numerosos escenarios de la película y que el autor de “Samson and Delilah”, más camaleónico que nunca, compone y arregla teniendo en cuenta la música autóctona y los ritmos populares de cada una de las regiones que Phileas Fogg (David Niven) y su mayordomo Passepartout (Cantinflas) atraviesan en su vuelta al mundo. Estén en Francia, India, Estados Unidos o España, la música del filme adopta el universo sonoro de cada escenario haciendo el viaje narrativamente más accesible y evitando explicaciones innecesarias, como sucede, por ejemplo, cuando el barco de Fogg divisa tierras inglesas y Young intercala el “Rule Brittania” ahorrando información (“Land Ho”). Incluso la presencia física de algunos personajes adopta musicalmente una referencia geográfica, como sucede constantemente con el propio “Rule Britannia” asociado a Phileas Fogg como embajador del imperio británico o con las ocho notas tocadas en el xilófono que recalcan los orígenes mejicanos de Passepartout (primero en “Passepartout” y “Paris Arrival”, y ya después en casi todos los cortes, desde “India Countryside” o “A Princess in Distress” hasta “Transcontinental Railway” o “Prairie Sail Car”).
La primera escala en París viene acompañada por una antigua danza parisina titulada “Maxixe” (en “Paris Arrival” y al final de “Aloft Above France”, aunque en el disco se oye previamente en el epílogo de “Passepartout”), mientras que el paso por tierras españolas queda reflejado, como no podía ser de otra manera, por música popular andaluza y pasodobles vinculados a la fiesta taurina (“A Landing in Figueroas”, “Passepartout Dances” y “Invitation to a Bull Fight/Entrante of the Bull March”), por mucho que Fogg y su mayordomo recalen en un pueblecito vasco, cuyos habitantes extrañamente viven y visten como en el sur… Los clichés y convenciones que caracterizan a la parte española contrastan, sin duda, con la desatada inspiración de Young al atravesar Suez y llegar a Bombay, región para la que escribe uno de los highlights de la partitura: el bellísimo tema “India Countryside”, un prodigio en melodía, orquestación (un crescendo percusivo va simulando el movimiento del tren) y sensibilidad cinematográfica, pues acompaña también a una de las secuencias más hermosas de todo el filme, de esas donde la música adquiere un protagonismo que actualmente ya no tiene: el viaje en ferrocarril a lo largo de Bombay.
El rescate de la princesa Aouda a punto de ser sacrificada y su posterior incorporación al viaje provocan que el tema principal, arreglado de forma más sentimental, haga mayor acto de presencia para colocar los cimientos del romance entre Fogg y la princesa, sonando durante la travesía nocturna por Yokohama (“Yokohama”) o en una pequeña pieza para cuerdas durante una partida de bridge que no viene recogida en el disco (como tampoco la música de todas las escenas en Hong Kong). Otro de los pasajes más hermosos, una vez el trío protagonista desembarca en Estados Unidos y se dispone a atravesar el país, asoma en “Transcontinental Railway”, tema en el que Young presenta un precioso motivo épico que bien podría haber compuesto para alguno de sus westerns (como “Shane”) y que no venía recogido en la antigua edición de MCA. Desarrollado con más detenimiento en “A Weak Bridge”, el tema anticipa todo un conjunto de piezas típicamente americanas en las que Young (como en “India Countryside”) vuelve a aportar fisicidad imitando el movimiento del ferrocarril y se explaya a gusto musicando una estampida de búfalos (la frenética parte final de “Transcontinental Railway”), un duelo a muerte entre Fogg y el personaje de John Carradine (donde el piano homenajea los primeros westerns mudos, al final de “A Weak Bridge”) y hasta un ataque de los pieles rojas (el vibrante corte de ocho minutos “Sioux Attack”, donde los clichés formales del género, aplicados a una secuencia tan lúdico-festiva, toman el camino de la parodia).
La parte estadounidense finaliza con el divertido scherzo que acompaña el improvisado trayecto en vagón de “Prairie Sail Car” y el posterior viaje transatlántico de “Land Ho”, el corte más dramático de la partitura y un claro ejemplo del colorido y la versatilidad de Young para cambiar de un registro a otro, algo clarividente (el paso de lo épico a lo íntimo, del suspense a la fiesta, del cliché a la inspiración, de la pincelada a la explosión de sensibilidad) en la memorable secuencia de los créditos finales (“End Credits”), una pequeña obra de arte en la que el legendario diseñador Saul Bass y el propio Young resumen en poco más de seis minutos toda la trayectoria de Fogg a lo largo de 80 días: el primero con figuras animadas y el segundo con música. Unos títulos de crédito que crearían escuela (incluso para el propio Bass: no hay más que ver los que diseñaría en 1963 para “It´s a Mad, Mad, Mad, Mad World”) y cuya insólita duración para la época contrasta con la menos insólita ausencia de títulos al comienzo del filme, pues tan sólo un documental introductorio sobre las predicciones de Julio Verne precede a la acción en el Londres de 1872.
Como ya sucediera con la primera edición de MCA (vinilo que se mantuvo durante diez semanas en los primeros puestos de ventas), sólo una obertura sirve de envoltorio a la película (“Around the World, Part I”), pero la versión extendida de Hit Parade recupera los habituales “Intermission” y “Exit Music” de este tipo de superproducciones aportando más colorido en las variaciones del tema principal y un total de 72 fastuosos minutos de partitura, duración más que generosa respecto al álbum original aunque nada definitiva, pues deja fuera mucha música original que sí suena a lo largo de la película (como toda la parte en Hong Kong o muchos fragmentos que, a modo de pincelada, subrayan escuetamente una escena). En cualquier caso, si el disco de MCA suponía un buen resumen de las excelencias de la banda sonora (sobre todo al incluir los “End Credits”, corte que, por sí solo, ya aglutina prácticamente todos los temas escritos para la película), qué duda cabe que esta edición extendida, de tan extraña presentación como inmaculado contenido, ofrece al aficionado las suficientes satisfacciones e inyecciones de optimismo como para repetir la experiencia de pasar por caja y permitirse el lujo (nada frecuente en los tiempos que corren) de morir de placer.
18-octubre-2007
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