José-Vidal Rodriguez
Cuando en 1990 se anunció el estreno de la inevitable secuela de ”Robocop”, no pocos aficionados quedaron un tanto sorprendidos no sólo por la intervención en la dirección de Irvin Kershner (por otra parte, un experto en secuelas con títulos como ”El Imperio Contraataca” o “Nunca Digas Nunca Jamás“), sino en mayor medida por la contratación de uno de los máximos exponentes vivos de la Golden Age musical hollywoodiense. El inimitable Leonard Rosenman, por entonces ya prácticamente desvinculado del celuloide, escribía la banda sonora de este “Robocop 2”, demostrando de paso una arrogancia absoluta cuando posteriormente menospreció ante la prensa la intachable soundtrack del primer filme.
Quizás la nominación al Oscar obtenida tres años antes por su “Star Trek IV”, fuese aval suficiente para rescatarle del olvido y encargarle una partitura con la que, dejando a un lado sus desafortunados comentarios, debía mantener al menos los sobrios resultados del primer score escrito por Basil Poledouris. Un objetivo que a la postre no lograría, acabando por irritar a un gran sector de aficionados, los cuáles vilipendiaron -de forma algo exagerada- el presente score. Hay que partir del hecho innegable de que ”Robocop 2” es una partitura un tanto ecléctica para la corriente musical de los 90, circunstancia lógica si tenemos en cuenta la impronta casi invariable en el tiempo de un clásico como Leonard Rosenman. Sus rasgos estilísticos salpican la partitura destinada a este blockbuster que quizás no requería este tipo de aproximación tan comleja y personal con la que suele destaparse el compositor de Brooklyn. En este sentido, se podría criticar en todo caso la elección del músico para la cinta, pero nunca hablar de un score totalmente fallido por parte de Rosenman.
Para esta secuela de bastante menos calidad respecto al original, en la que el guión incide en aspectos aún más decadentes y sombríos del personaje cibernético y su entorno, Rosenman no rescata ni un solo acorde de la partitura del primer filme, reutilizando tan sólo en momentos puntuales aquella percusión metálica utilizada tres años antes por Poledouris. El octogenario autor se aferra a un retentivo tema central desarrollado íntegramente durante la suite de los títulos de crédito finales, recolocada por Varése hábilmente en el arranque del álbum (“Overture”). Caracterizada por un uso destacado de la percusión sintética, así como por la introducción de la sección coral femenina entonando el nombre del policía robotizado, la pieza nos presenta aquella enérgica frase a metales y cuerdas que, aún compartiendo similitudes con cierto pasaje del main theme escrito para “Star Trek IV”, resulta muy efectiva como lema heroico e idea ominosa dedicada al poderío del protagonista; aunque no resista, eso sí, comparación con el espléndido motivo equivalente compuesto en su día por Poledouris.
Donde realmente la partitura puede comenzar a frustrar al oyente, es a partir de los cortes que precederán a esta extensa y eficaz presentación musical. Rosenman concibe la decadencia y oscuridad de un Detroit asolado más que nunca por el crimen urbano, a través de una música principalmente disonante, puntualmente atonal y en ocasiones cercana al caos instrumental -bien entendido, eso sí-. Pero ante todo, siempre entregada a una dura incidentalidad que permite escasas ocasiones para el disfrute del compacto en forma aislada de las imágenes (en este caso, se agradece que la edición sólo alcance la media hora de duración). En este sentido, los cortes “City Mayhem” y “Robo Cruiser” bien podrían servir de muestra a ese peculiar tratamiento musical comentado. Temas en los que retrata la violencia urbana desde un ecléctico dramatismo aferrado a la disonancia, y fusionado incluso con instantes jazzísticos que rompen con la convencionalidad. Es la personalísima traslación al pentagrama de aquel decadente entorno que más bien parece un frente de guerra; pero al mismo tiempo es una música no apta para todos los paladares, pero en todo momento fiel al estilo de un compositor de incontestable calidad.
El gran defecto del score, bien podríamos situarlo en la tibia aproximación de Rosenman a los aspectos emocionales del personaje, registro en el cual Poledouris acertaba de plano en el primer filme. En este caso el de Brooklyn no parece demasiado inspirado en la recreación musical de esa lucha psicológica humano-robot que marca igualmente esta secuela, escribiendo fragmentos de escasa carga emotiva (“Happier Days”), así como francamente asépticos a la hora de recrear la humanidad perdida, pero siempre latente, del policía (“Robo Memories”).
En el haber del score, no sólo debemos incluir aquel vigoroso tema central mencionado, sino que es justo reconocer el hecho de que Rosenman sale airoso en la recreación de los momentos de acción del filme. No sólo una oscura pieza de intensidad creciente sirve de certera acotación al nuevo enemigo de Robocop (“Creating the Monster“), sino que pistas como “Robo and Nuke”, “Robo and Cain Chase” o “Robo I vs. Robo 2”, (con las clásicas pirámides al metal rosenmanianas), aportan un punto de agilidad y dinamismo a las secuencias que bien merece la pena destacar sobre el conjunto.
Por ello, pese a sus extensos pasajes ambientales y a su pretenciosa complejidad, ”Robocop 2” no es ni una obra referecial del autor, ni esa partitura tan estrepitosa que han querido ver muchos. Hay que insistir en el hecho de que la contratación de Rosenman ya conllevaba ese riesgo de desencanto para oídos más “contemporáneos”, pero su aproximación musical al largometraje, guste o no, se mantiene fidedigna a sí mismo, modernizando ciertos aspectos de su impronta para moverse dentro de los parámetros de una corrección global. Sin brillantez, sin la garra y emoción del score previo de la saga, pero al fin y al cabo interesante en su asimilación del tono crepuscular de la secuela.
15-septiembre-2007
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