Miguel Ángel Ordóñez
Más de una treintena de veces ha sido llevada a la pantalla la legendaria novela de Alejandro Dumas sobre el aventurero D´Artagnan y sus tres mosqueteros, la novela de aventuras por antonomasia. Publicada por la revista Le Siecle en 1844, “Los Tres Mosqueteros” ha sido referencia para el género de capa y espada, el retrato de una época, la Francia bajo el reinado de Luis XIII.
De todas las adaptaciones del cine mudo, es sin duda la de Douglas Fairbanks (dirigida por Fred Niblo, el mismo responsable de otras aparatosas producciones como “Ben Hur”, “La marca del zorro” o “Sangre y arena”) la que mejor supo sentar las bases de la posterior imaginería popular asociada al personaje. Diseñada por la RKO (la versión de 1935) para estrellas de la talla de Laurence Olivier, Brian Aherne o Louis Calhern (incluso llegó a estar tentada de rodarla en Technicolor), la indecisión de los ejecutivos de la compañía ante el alto coste que requería la producción acabó por convertirla en una película que vería limitado su presupuesto y que finalmente, no contaría con ningún actor de renombre en su reparto. No cabe duda, que tal decisión ha relegado a esta versión en la lucha por alcanzar el status de clásico en favor de la adaptación de George Sydney para la Metro en 1948 (con Gene Nelly como protagonista absoluto y Herbert Stothart en la dirección musical).
Musicalmente, “Los Tres Mosqueteros” supone el punto y final de Max Steiner en la RKO. Tras seis años en los que había intervenido en más de 150 películas, entre ellas auténticos hitos de la música cinematográfica como “King Kong”, “La patrulla perdida” o “El delator” (su primer Oscar), Steiner decide tomarse seis meses de vacaciones, tras las cuales anuncia la firma de un nuevo contrato con David O. Selznick. Pasado un año, el compositor recala definitivamente en la compañía a la que acabaría aportando gran parte de su talento, la Warner (allí estaría los 20 años siguientes).
Estructuralmente, el score de “Los Tres Mosqueteros” evidencia el buen hacer narrativo de Steiner. Una partitura que, según la propia impronta establecida por el vienés, se articula sobre temas asociados a personajes (algunos de ellos, aquellos con papel muy subsidiario, sobre la base del leitmotiv: el caballo Charlemagne y el criado Planchet, heráldico uno, cómico el otro) y que se limitan a describir la acción. Pocas sutilidades se permite Steiner en una partitura entregada a recrear complot, amor y aventura.
El tema principal, asociado a D´Artagnan y por ende a los mosqueteros, arranca en versión vocal (curiosamente una de las pocas veces en la que encontramos a Steiner ejerciendo también labores de letrista) con el “Main Title”, una fanfarria de tempo marcial que será adaptada por el vienés según las necesidades de la acción a lo largo de la obra. Como no podía ser de otra manera, el tema asociado al villano (el Conde de Rochefort) ejerce de contratema, un oscuro y siniestro motivo que emerge en “Adventure on the Road” y que definirá cada presencia del personaje (la RKO decidió no otorgar ese rol al Cardenal Richelieu por su condición de religioso). Igualmente, Lady Winter se verá ligada a otro tema que incide más en su condición de femme fatale, manipuladora y sensual, que en su faceta de traidora y cruel dama al servicio del Cardenal (“Arrival at the Inn”), jugando Steiner con la ambigüedad del personaje, centrándose en las emociones que arranca de D´Artagnan (situándose por una vez al margen del punto de vista del espectador, consciente de la trampa que urde ésta sobre el héroe de Dumas, realzando aún más la dimensión del engaño para generar un mayor posicionamiento del público).
Pero el gran acierto de Steiner radica en la aplicación de su tema de amor. Un tema cuya frase central había utilizado el vienés en la precedente “Morning Glory” (1933) durante el corte “Romeo and Juliet” y que posteriormente servirá igualmente para la relación de amor entre Kenneth y Edith en “El Talismán” (1954). Hábilmente logra sortear el problema de la relación adúltera entre la reina y Lord Buckingham, aplicando el mismo tema a la que mantienen D´Artagnan y Constance (“The Queen and Buckingham”). En el fondo lo que intenta Steiner es acentuar con ello el triunfo del amor, evitando que el espectador ponga en duda la bondad del personaje de la reina. De la misma manera, incide en la importancia que para la trama tiene esa relación prohibida, mucho más allá de la que mantienen el héroe y la doncella, al constituirse en el eje principal del argumento.
No pueden faltar los ágiles temas de acción y aventura en los que Steiner demuestra una indudable maestría (recordemos en este sentido maravillosos pasajes de “Adventures of Don Juan” o “Murieron con las botas puestas”), como el tour de force de más de nueve minutos logrado en la intensa “Coach to Paris/Pursuit”.
Todos estos elementos convierten a “Los Tres Mosqueteros” en una obra de referencia para observar la desenvoltura del vienés en su acercamiento al cine de género. Lamentablemente, las distorsiones y el ruido de fondo (a pesar de una más que correcta remasterización) que afectan a la edición (no olvidemos el año de producción, 1935) hacen imposible el disfrute de todos los matices sugeridos en la obra. La eterna discusión: versión original vs. regrabación, debería hacer inclinar la balanza hacia la segunda en este caso concreto.
30-abril-2007
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