Miguel Ángel Ordóñez
Irregular y con vocación de artista menor, el cine de Giuseppe Tornatore posee la rara habilidad de seducir a un heterogéneo grupo de espectadores tanto como a un sector de la crítica internacional, atrapados por el encanto marchito de sus paladines protagonistas, últimos vestigios del sentir de otro tiempo, pájaros enjaulados incapaces de adaptarse a los cambios. No hay duda que su segundo y más conocido filme ha condicionado, para bien y para mal, su carrera: un homenaje al cine tan conmovedor como a todas luces sobrevalorado llamado “Cinema Paradiso”.
Lo cierto es que no podría entenderse igual el cine de Tornatore sin su alter ego musical: Ennio Morricone. Dejando a un lado la primera película del director, su fallida “Il camorrista”, donde Nicola Piovani realizaba un retrato dramático de ámbito localista como reflejo de la valiente lucha de un periodista contra el crimen organizado, Morricone ha dado al cine del siciliano un amplio muestrario de amables propuestas donde ha sacado a relucir lo mejor de su sabiduría musical: la sublimación del amor y la tragedia con su memorable “Cinema Paradiso”; la enorme diversidad temática que acompaña en clave de humor y suspense esa road movie agridulce que es “Stanno tutti bene”; la ternura no exenta de cierto aire bufonesco en su nuevo homenaje al cine con “L´uomo delle stelle”; el afecto y la pasión por la música del fantasmagórico protagonista de “The Legend of 1900”, primer filme en inglés del director italiano; o la lujuria y la candidez de la afectada “Malena”. Pero Morricone también ha explorado universos menos afables, más turbios e indescifrables para dos cintas inclasificables de Tornatore: primero con el surrealismo bufonesco implícito en “Il cane blue”, segmento perteneciente al filme “La domenica specialmente”, donde Morricone realiza una partitura austera y menor; y especialmente con “Una pura formalità” un score obsesivo, malsano y grandilocuente donde el propio Tornatore contribuye con un par de canciones.
“La sconosciuta” es la nueva apuesta del siciliano, el descanso del guerrero respecto a ese macro proyecto que lleva levantando en los últimos cinco años y que ha vuelto a ver retrasada su fecha prevista de finalización, la superproducción “Leningrado”, historia que ya quiso llevar en su tiempo al cine el propio Sergio Leone. “La sconosciuta” retrata la vida de Irena, una chica de mediana edad que huye de Ucrania perseguida por un pasado de prostitución y vejaciones. Se refugia en un indeterminado lugar del norte de Italia y entra a trabajar para una acomodada familia de orfebres. Pero el pasado vuelve a ella cuando Muffa, su maltratador de antaño, descubre su escondrijo.
No es fácil ejercer una crítica objetiva sobre esta “La sconosciuta”. Baste iniciarla con una declaración de intenciones: dentro de sus siempre interesantes colaboraciones con Tornatore, ésta puede considerarse de las menos atractivas. Por muy diversos motivos. Baste glosar unos cuantos.
Principalmente por su sentido de la desmedida. La edición se muestra desproporcionada en cuanto a duración. Asentada sobre armonías complejas que conviven con un inherente sentido melódico que apela a lo trágico y al lógico desamparo de su protagonista, el score cae en lo rutinario. La audición se hace pesada por momentos. Ello no obsta para reconocer la existencia de un ramillete de buenas ideas que circundan alrededor de un tono general de gran empaque, de atractivo formalismo. El maestro parece querer demostrar su completa fidelidad al autor, dando por momentos lo mejor de si mismo en cortes turbios, obsesivos, que descansan en un enfermizo contrapunto a la sección de cuerda o que incluso tienen en ella su gran protagonismo (excepcional el corte “Rapido”).
Tanta turbiedad y solapada violencia arrastra consigo un tratamiento cercano al realizado por Herrmann para el cine de Hitchcock (“Le scale Della casa”, “Dietro gli indizi”), irrumpiendo en el terreno del suspense sobre glissandi macabros y scherzos malsanos. Hay por tanto un énfasis en Morricone por querer redefinir su estilo, sublimizarlo y dotarle de un lenguaje arriesgado y purista. Dobles lecturas que caen en saco roto cuando junto a ideas innovadoras introduce clichés aplicados ya a otros trabajos (“Los intocables” sobrevuela diversas partes del score como “Primo tempo” e “Insopportabile ansia”).
Sin duda, la aplicación de virtuosos pasajes para solistas (especialmente los correspondientes al abanico de la cuerda) y la introducción de dos temas que rivalizan en belleza apelando a lo trágico (representados por “La sconosciuta” y “Giochi infantili”), dentro del sello personal e intransferible del romano, ayudan a aligerar este hermoso plato presentado con gran gusto pero aderezado con condimentos pesados y de difícil digestión. Un disfrute para la vista y los sentidos pero que en dosis excesivas puede resultar indigesto.
Dentro de ese ánimo de aportar ideas nuevas que acompaña a “La sconosciuta”, Morricone se enfrenta a una pieza de música techno con inusitada energía. Loops de música disco sobre improvisaciones de madera y cuerda (“Flauto, violino e orchestra”) diseñados por Rocco Petruzzi, pasaje insólito en su carrera. Renovarse o morir.
Formalmente brillante, hay algo en este score que me huele a trampa. Pese a que pueda acusárseme de iconoclasta, considero conveniente no elevar a los artistas a la condición de mitos. Morricone es un gran músico, con voz propia o como dicen algunos ”con personalidad”, pero calificar todo lo que sale de su batuta como genialidad es cuanto menos impropio y desproporcionado. Perdónenme su legión de vehementes admiradores.
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