José-Vidal Rodriguez
Resulta, cuanto menos curioso, comprobar cómo Perseverance Records, el mismo sello discográfico que editara oficialmente obras de incuestionable calidad como “Loch Ness”, “The Abominable Dr. Phibes” o incluso el “Remo Williams”, se halla últimamente empecinado en rescatar del mayor de los olvidos claras series B, del estilo de “Crypt of the Living Dead“, “Dark Skies” o “The Punisher”; algo que podría explicarse por el pequeño radio de acción en el que se mueve esta modesta discográfica, pero que en modo alguno justifica la recuperación de ciertas partituras cuya aptitud artística queda bastante en entredicho.
"Kickboxer", aquélla cinta nacida al amparo del éxito de la saga “Karate Kid”, (con idéntica simbiosis de maestro-pupilo y una venganza personal de por medio), fue en su día un subproducto con adeptos y cierta aceptación popular -pese a su más que discutible calidad artística-, cuyo estreno propició además el despegue al estrellato de ese conato de actor llamado Jean Claude Van Damme.
Pero lo cierto es que su banda sonora, obra del desconocido Paul Hertzog, no parecía en principio un trabajo a reivindicar comercialmente, y mucho menos en su calidad de edición limitada a 500 copias como ahora se presenta (y que según la web de Perseverance, ya se han agotado a los pocos días del lanzamiento).
Sea como fuere, el sello publica con sumo cuidado (incluyendo ese magnífico libreto que ya querríamos para otros scores de mayor entidad) la partitura íntegra del filme, compuesta básicamente por piezas electrónicas con las que el compositor trata de ingeniárselas para imprimir, desde sus obvias limitaciones presupuestarias, un ambiente musical de raíces étnico-orientales, potenciado por el uso del sakuhachi y esa especie de flauta de Pan sintéticas (otro referente más al “Karate Kid”), en consonancia con el sustrato geográfico de la trama -la cinta se sitúa en Tailandia-, así como esa pretendida espiritualidad con la que el director Mark DiSalle retrata la iniciación y consolidación del protagonista en las artes del kickboxing, incidiendo en su relación con el vietnamita Chow, su místico mentor en estas lides.
De este modo, Hertzog escribe un grueso de cortes muchos de los cuáles no pasan de constituir meros énfasis medianamente descriptivos, de asumido carácter secundario y que se ven en todo momento deslucidos por el forzado uso del sintetizador. Si algo en su favor puede resaltarse, ello es la predisposición del autor por ofrecer algo más que la partitura electrónica al uso, mediante la composición de algún que otro fragmento que vislumbra leves propósitos de sobrepasar con su música el nivel artístico del filme, ciertas intenciones que van más allá del puro efectismo sintético.
En este sentido, es interesante comprobar como al menos el autor crea un motivo central reconocible, extremadamente sencillo en términos musicales -con esa reiteración concatenada de acordes-, pero desde luego correcto y eficaz a medida que lo escuchamos en sus distintas versiones, sobre todo teniendo en mente la exigua calidad del filme que nos ocupa. El tema aparece levemente en "Tai Chi", para conocer su integra rendición en uno de los cortes más salvables del álbum, "Advanced Training", rítmica pieza en la que Hertzog reconduce este main theme a un tempo más dinámico, enfatizándolo con toques de rock y resolviendo a la postre, sin brillantez pero al menos con profesionalidad, las secuencias de entrenamiento del protagonista.
El único instante de todo el trabajo en el que escucharemos instrumentos reales, concretamente percusión tribal, lo constituye el conjunto de piezas que acompañan el combate final de Van Damme (cortes 18 a 22), en las que Hertzog aplica una peculiar coreografía sonora (ballets, como los define él) aparentemente derivada de ese tipo de ritmos africanos usados en otros artes marciales como la popular capoeira, punteados aquí por un sampler de piano, utilizado como recurso incisivo para subrayar la tensión del desenlace.
Similares texturas a las oidas en “Advanced Training” aplicará el músico para el más que previsible final del filme en ”The Eagle Lands” (un fragmento que a más de uno recordará inevitablemente al estilo John Carpenter), recreándose ya sin tapujos en los campechanos acordes del tema central en clave triunfal y optimista.
Frente a estos cortes que dotarían a la partitura de un comedido rendimiento en su escucha aislada, nos encontramos con los defectos propios de un músico llegado al cine casi por casualidad. Deméritos que se traducen en demasiados ejercicios musicales del todo rutinarios y opacos como el “To the Hospital / We´ll See”, la nadería incidental del “Downstairs” o el ”Kidnap”, corte éste último en el que la percusión electrónica, fusionada con sonoridades graves a piano, parecen no comulgar en absoluto. Tampoco el compositor se muestra demasiado afortunado en el ”First Kiss”, un sucedáneo de tema de amor en el que Hertzog, aun contando con la ayuda de su colega Barry Keenan, se muestra incapaz de ofrecer nada más que no sea esa insulsa frase a cuerdas sintéticas del todo punto olvidable.
Queda claro, por tanto, que nos hallamos ante una obra que ofrece lo que el aficionado con cierto gusto podría temer, álbum francamente prescindible dada su modesta concepción y resolución, del que no obstante algún que otro pasaje podemos rescatar en favor de su autor, un Paul Hertzog del que nunca más se supo al menos en el ámbito del cine. Eso sí, son tan escasas las virtudes del score que no llegan en modo alguno a justificar la compra de otra de estas “Limited Editions” con las que las discográficas parecen estar haciendo el agosto últimamente.
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