Miguel Ángel Ordóñez
Basada en la exitosa novela del escritor Somerset Maugham, donde da rienda suelta a su profundo interés por la filosofía y los viajes, “El filo de la navaja” es un claro ejemplo del cine existencialista que tras la II Guerra Mundial comenzó a exportar la industria americana.
Un soldado (Tyrone Power), que ha vivido la experiencia traumática de perder a su mejor amigo en la I Guerra Mundial, vuelve junto a los suyos lleno de dudas y remordimientos. Inmerso en una vida opulenta junto a su tío Elliot (Clifton Webb), descubre que su manipuladora novia, Isabel (la gélida Gene Tierney), le ha sido infiel. Decide sumergirse en los bajos fondos a la búsqueda de su lugar en el mundo, del sentido de la vida. Un recorrido que le lleva de París al Himalaya. A su vuelta todo habrá cambiado. Isabel, casada con un rico marido al que no quiere, intentará reconquistarle, pero Larry preferirá ayudar a la frágil Sophie (una impagable Anne Baxter), quien busca aferrarse a su última oportunidad para salir del mundo de depresión y alcohol en la que se ha visto sumida tras el fallecimiento de su marido e hijo en un accidente de tráfico.
Un melodrama en toda la regla que gira sobre una idea obsesiva: ¿quiénes somos y a dónde vamos?. Las respuestas a esa difícil pregunta son presentadas por Maugham de manera extremista, al forjar dos mundos sumamente opuestos, uno de opulencia y traiciones representado por el dinero y el clasismo, frente a otro, bondadoso y honesto, centrado en los desamparados y la pobreza. Esa es la idea sobre la que parte Alfred Newman a la hora de diseñar los elementos musicales de su obra. Pese a que el director, Edmund Goulding, refleja de manera maniquea la línea divisoria de ambas, Newman incide aún más en separar los dos mundos entre los que se mueve Larry.
“El filo de la navaja” pasa, debido a ello, por ser una de las películas que mejor han utilizado la música diegética como fuente de información destinada al espectador. No es casual la multitud de piezas que subrayan la narración, siempre centradas en opulentos bailes de clase alta donde los chismorreos, el vacío existencial y las envidias se dan cita. En sí mismas no contienen un mensaje explícito. Su lenguaje cifrado apela al subconsciente. Los personajes son incapaces de mantener una conversación coherente entre valses, fox trot y canciones (tres de ellas a cargo del propio Goulding) que marcan aún mas si cabe, las diferencias entre Larry y el resto de personajes, empujándole a la huída.
Si el mundo civilizado representa la ligereza, la vanidad y el vacío vital, era lógico que Newman acudiera a una música de fuerte matiz dramático para diferenciar claramente ambos mundos. Larry obtiene la revelación y a la postre, la salvación, con acordes cuasi místicos que se asocian a lo espiritual. Una música repleta de elementos religiosos, que tan buenos resultados habían proporcionado al propio Newman en “Las llaves del reino” o “La canción de Bernardette”.
Con un diseño tan admirable de la estructura musical del filme, Newman no necesitaba que el score incidental subrayara en exceso otras sensaciones que las necesarias para que el personaje de Larry alcanzara a descubrir su leitmotiv vital. Como único obstáculo, la pasión por Isabel requería igualmente de un poderoso tema que dignificara aún mas el difícil camino a emprender.
Newman construye tres de los mejores temas salidos de su batuta. Dosificados y aplicados en su justo momento, sus efectos no hacen mas que acrecentar el poder sugestivo de la filosófica trama de Maugham. El arrebatador tema asociado a Isabel y Larry (el tema de la seducción) se sustenta en la cuerda. Enfrentado al tema existencialista (denominado por el propio compositor como “tema de la búsqueda del conocimiento”) en los “Main Titles”, potenciando su carácter de obstáculo a la salvación de Larry, Newman lo introduce en los pasajes narrados en París, donde Isabel pretende que Larry abandone su descabellada idea de aislamiento, para reconducirle a su opulento mundo (“Isabel and Larry in Paris”, “Last Night Together”). Con el dramático final, Newman acabará recuperándolo para ser vencido por el tema del conocimiento, funcionando de esta manera como contratema, retratando a un nuevo Larry, seguro y bondadoso, victorioso.
Pero sin duda, el tema de la búsqueda es uno de los grandes logros de la partitura. Entregado a los metales, y provisto de un aura místico, Newman lo aplica a los 12 minutos que trascurren entre la India y el Himalaya, donde el contacto con un filósofo visionario será vital para reconducir su existencia. “Larry Travel to the East” y “The Mountain Retreat” representan lo mejor del poder melódico del compositor. Un motivo de cuatro notas, de enorme fuerza dramática, que aparecerá unido indisolublemente a un motivo secundario asociado al filósofo, introducido por el clarinete y entregado a las maderas (melodías que sin duda influenciaron sobremanera a Jack Nitszche en el remake de 1984).
Esta división sutil de la paleta orquestal junto con la belleza de sus temas, convierten a “The Razor´s Edge” en una de las obras más importantes de Alfred Newman. Una partitura de contrastes que funciona de modo ejemplar junto a las imágenes, a pesar de que la introducción de tanta música diegética provoque, fuera de ellas, una sensación equívoca, debido a la edición completa del score realizada por Screen Archives.
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