Miguel Ángel Ordóñez
El director Wayne Kramer consiguió con su tercera película, “The Cooler” (tras dos fallidos intentos durante los 90), llamar la atención de la industria con la historia de un perdedor cuyo infortunio desaparece cuando el amor llama a su puerta. Tras el exitoso guión de la plana y vulgar “Cazadores de mentes” (sobre la que pende para este año la amenaza de convertirse en serie televisiva, en la que volverá a colaborar como guionista), Kramer nos propone ahora una historia oscura repleta de, nuevamente, perdedores de medio pelo que se enfrentan al poder de los suburbios.
Joey Gazelle (Paul Walter, intérprete de naderías como “The Fast and the Furious” y “Timeline”), trabaja para la mafia, dedicándose a deshacerse de las armas de fuego que siembran las calles de su ciudad de muertos. Oleg, un chaval de diez años es el mejor amigo de su hijo. Joey, en lugar de tirar las armas al río, las esconde en el sótano de su casa, sin saber que Oleg es testigo de esas ocultaciones. El chaval es víctima de los abusos de Anzor Yugorski, su padre, que hace tiempo que se dio cuenta que el sueño americano no existe mas que en las películas. Oleg roba a Joey un 38 y dispara sobre su padre. La trama se complica cuando el arma, abandonada por Oleg, anda suelta por las calles y Joey es responsable de los crímenes que pueden sucederse en un lumpen dominado por los gansters y la prostitución, mas aún teniendo en cuenta que Anzor es sobrino del jefe de la mafia rusa en la zona.
Con una trama sugerente donde predominan los elementos de suspense, pero también las relaciones personales, Mark Isham que repite a las órdenes de Kramer tras su estupenda “The Cooler”, huye de los ritmos asociados comúnmente a la violencia y la acción, para centrarse en generar un ambiente de pesadilla, mostrando un sórdido paisaje de alarmante desnudez moral.
Con un bajo presupuesto, Isham construye una partitura a medio camino entre lo tonal y lo atonal, de estructura compleja, nada complaciente, experimentando, como lo hiciera en su reciente “Crash”, con la generación de turbios pasajes atmosféricos exentos de melodía que otorgan al conjunto una sensación malsana y opresiva, entregados al empleo de sintetizadores y reforzados, en ocasiones, con una sección de cuerdas que no siempre es entregada a la orquesta (la contribución de ésta no alcanza los 20 minutos del metraje total de la película).
Edificada sobre numerosos motivos y temas que Isham asocia a los confusos personajes de su trama, “Running Scared” no es plato para todos los gustos, puesto que encuentra su verdadera esencia en su conjunción con las imágenes, creando, como en el filme de Haggis, un microcosmos cerrado, un particular universo donde el espectador no se encuentra cómodo, utilizando como hábil antídoto el sugerente empleo de una guitarra para otorgar emoción en contraposición al gélido y violento ambiente que rodea a sus perdedores.
Frente a un ejercicio de acción algo neutro y deslavazado, gracias a un martilleante empleo de percusión sintetizada y a un suspensivo y atonal desarrollo temático, Isham se centra en dotar de humanidad a sus personajes, buscando el contraste frente a las acciones que marcan el destino de estos.
El tema central del score es el aplicado a Oleg, el chaval que sufre los abusos y que desencadena los fatales acontecimientos. Deudor de esos temas creados por Ennio Morricone en los 60 y vinculados a sus filmes políticos y sobre la mafia italiana, la melodía es desarrollada por guitarra, guitarra eléctrica (empleada con distorsiones como hiciera el maestro italiano) y efectos electrónicos, emergiendo en “Running Scared/Main Title” y adoptando formas melancólicas para acompañar el réquiem expuesto durante “Nobody Knows Nobody/Priceless/Drive to Brighton Beach” o contrastando con la violencia de “MacDaddy/T, I´m Coming Home”.
Junto a éste, un cálido motivo de dos notas para guitarra se construye como tema de la familia, adoptando formas de tema de amor para Joey y su mujer Teresa, arropado por la cuerda y el uso de voz femenina (“Love On a Washing Machine”, “Aftermath/Across the Pulaski Skyway”, “I Was Always the Real Joey”).
Frente a estos motivos que sugieren aspectos positivos como bondad, ingenuidad y amor, Isham construye dos nuevos contratemas que funcionan como elementos perturbadores de la limitada felicidad de sus perdedores. El de Anzor, el padre pederasta vinculado a la mafia, se expone en “The Duke”, mezclando una lejana melodía rusa, desgastada por un sueño americano no cumplido, y un motivo para guitarra eléctrica que se conecta a la obsesión del personaje hacia John Wayne. Esta melodía adquiere tonos turbios en “True Grit/Get Down!”, al fusionarse con recursos étnicos entregados a voz femenina y cánticos hindúes, dando paso a un ejercicio rítmico de acción que adolece del mayor de los problemas del score, el martilleante uso de la percusión sintetizada, empleo que remite a una época pasada, la de finales de los 80, en plena efervescencia de los scores electrónicos.
Por otro lado, el atmosférico tema asociado a Dez y Edele (“Dez & Edele´s”) es interesante por la contraposición que se establece entre su tonalidad infantil, con empleo de risas de niños (como hiciera Goldsmith en el “Carol Ann Theme” para “Poltergeist”), el aire malsano de sus cuerdas y el empleo de urgentes percusiones, logrando generar un siniestro cuadro diabólico que aparecerá nuevamente en cortes como “A Mother´s Instinct” y “End Credits”.
Sin duda, Mark Isham demuestra su versatilidad y tendente interés por la experimentación, constituyéndose en uno de los nombres mas interesantes del panorama actual. Lástima que su originales ideas no siempre encuentren el mas certero apoyo en el empleo de una limitada paleta orquestal, donde el abuso de los componentes electrónicos malogran y deslucen el acabado final del producto, realizando partituras que posiblemente soportarán mal el paso del tiempo.
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