Miguel Ángel Ordóñez
Hay músicos que parecen sentirse mas a gusto en trabajos que permiten encerrarse en un estudio y controlar todas las fases creativas de un score. Alejados de la orquesta, la labor se cimienta en melodías sustentadas al teclado que consiguen que la composición, la orquestación e incluso la performance corran a cargo de la misma persona. Sin duda un proceso de creación gratificante desde esa perspectiva. Mark Isham es uno de estos músicos, que siempre desde puntos de vista minimalistas, ha sido capaz de crearse una sólida carrera como abanderado del new age, como hombre de jazz y como compositor cinematográfico con capacidad para moverse por ambientes sinuosos, tórridos y épicos a través de pequeñas creaciones al sintetizador, con el empleo de una big band o utilizando una gran masa orquestal.
"Crash" entra de lleno en el universo de sugerentes atmósferas entregadas al teclado y que remiten a sus primeros trabajos para el cine. Referentes como “The Hitcher”, “Highwaymen”, “Everybody Wins”, “Tibet” y especialmente “Never Cry Wolf” flotan durante la escucha de “Crash”. Desde un principio, debo indicar que esta vertiente new age del compositor no me engancha en absoluto, puesto que su música parece remitir a una deja vú compositiva que no acaba por profundizar en situaciones y que convierte al conjunto en un plano ejercicio de atmósferas vacías de contenido.
Sin embargo, hace mas de 20 años que Isham abordó el proyecto de “Never Cry Wolf” y en "Crash" se nota que ha crecido como músico cinematográfico, como conocedor de los resortes emocionales que conlleva la creación de una partitura. ¿Qué diferencia al compositor de “Never Cry Wolf” respecto al creador de “Crash”? Una apuesta por la emoción, aunque desde una molesta perspectiva cerebral. Si bien, las atmósferas oníricas continúan sustentando la base de este trabajo, el empleo en algunos cortes de una desgarrada voz femenina, ejerce, al menos, de cálido elemento que permite al oyente despegarse de la monótona sucesión de acordes entregados al sintetizador, defectos formales insalvables en aquella partitura para Disney.
El tema que abre la edición, “Crash”, no funciona como leit motiv, situando a la obra es un espacio meramente ambiental. Acordes minimalistas sin progreso, estancados en sus propuestas de acompañamiento. Una fórmula multiplicada hasta el infinito en cortes como “Go Forth My Son”, “Hands in Plain Sight” y en la dinámica “Siren”, que constituyen lo menos interesante de la partitura. El empleo del piano y de una sencillísima base melódica, con sones que remiten al tema central de “The Browning Version”, introducen al oyente en un universo de calma y relajación, con lograda reminiscencia infantil, en la especialmente onírica “No Such Things as Monsters” y en la íntima y bella “A Really Good Cloak”.
La voz femenina aparece en primer lugar en el breve corte ”... Safe Now” y bajo acordes de guitarra en ”Negligence” y “Saint Christopher”. Pero el mejor corte de la edición, “Flames” se destaca como el momento mas emocionante de la partitura, por su empleo de voz étnica sobre frases nebulosas al piano y la electrónica, diseño que se acaba repitiendo en la clausura del score, “Sense of touch”.
Precedida de magníficas críticas, la película de Paul Haggis (con el que Isham logró el Emmy por “Ez Streets”) habla de la ciudad de Los Ángeles con un reparto coral donde, a la manera Robert Altman, entrecruza las vidas de un policía negro con madre drogadicta y hermano ladrón, dos ladrones de coches, un iraní dispuesto a lo que sea por defender su negocio, un policía racista y su compañero idealista, un distraído fiscal y un exitoso director de Hollywood. Una amplia muestra de vidas anónimas luchando por sobrevivir en un paisaje urbano desolador. A ello contribuye Isham con un trabajo nebuloso que funciona en cuanto visión de este microcosmos vital. Podrá ser un trabajo de gran fuerza junto a las imágenes, pero su escucha aislada, a pesar del afectado intimismo y la calculada emoción de sus propuestas, zambulle al oyente en una desconcertante y simple fusión de luces y sombras musicales dentro de un tono excesivamente etéreo. Ideal para ascetas y practicantes de yoga.
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