José-Vidal Rodriguez
Dada la afición del cine español por sobreexplotar el tema de la Guerra Civil y fomentar de paso ese inexplicable morbo por seguir abriendo heridas que toda una generación consideraba cerradas, sólo podía ser un director extranjero el encargado de rodar una historia centrada en el conflicto bélico que, afortunadamente, no trata en ningún momento de ajustar cuentas entre bandos o colores, dejando de lado la vieja y trillada dicotomía entre vencedores y vencidos. Desde el punto de vista del drama humano y valorando la historia personal por encima de la tensión ideológica, el británico Roland Joffé (”The Mission”, “The Killing Fields”) narra de manera muy correcta una historia épica sobre la amistad, la traición y la búsqueda final de la reconciliación, que el marketing ha querido presentar como la película definitiva sobre el fundador del Opus Dei José María Escrivá de Balaguer (pese a que la trama en modo alguno sigue derroteros puramente biográficos). El buen hacer de Joffé, las acertadas interpretaciones del reparto y la excelente ambientación conseguida, hacen de “There Be Dragons” un filme que desde una reconfortante asepsia ideológica, entretiene y resulta al menos interesante en sus planteamientos sobre la condición humana y sus reacciones en situaciones extremas.
Ante los parcos resultados en taquilla cosechados en su estreno europeo, el productor James Ordóñez adquiere los derechos de comercialización del filme para Estados Unidos y América Latina. Su idea es efectuar un nuevo montaje para reducir metraje y centrar directamente la trama en el conflicto bélico y el triángulo amoroso, dejando de lado la relación entre el protagonista Manolo y José María Escrivá. Con un nuevo y telenovelesco título escogido para Latinoamérica (“Secretos de Pasión”), el filme parece haber salvado los muebles al otro lado del Atlántico, pese a que poco queda de las intenciones iniciales de su director Roland Joffé. Uno de los cambios más drásticos surgidos a raíz del nuevo montaje es sin duda el de su partitura incidental. Originalmente escrita para su estreno europeo por Stephen Warbeck, es el incombustible Robert Folk el encargado de reconstruir desde cero la ambientación musical de una película a la que se cercena su inicial rigurosidad histórica, concediéndose especial preponderancia a una subtrama de pasiones y sentimientos llevados al límite.
Alejado del Hollywood de las grandes producciones (si bien nunca llegó realmente a posicionarse en primera línea) y relegado a componer cintas de asumida serie B y productos de fácil consumo para la pequeña pantalla, Folk encuentra a sus 63 años de edad un auténtico caramelo con el que remontar de alguna forma su carrera. Y es que “There Be Dragons” entra probablemente en el reducido grupo de las películas más ambiciosas abordadas por el compositor de Nueva York. Una ocasión que se nos antoja perdida, teniendo en cuenta los irregulares resultados de su trabajo.
La coexistencia (pese a las diferencias de montaje) de sendas partituras para un mismo filme, nos obliga a comparar los dos acercamientos con los que cada compositor interpreta y moldea musicalmente la historia. En términos generales y aunque ambos parten de un marcado lirismo, podríamos definir el score de Warbeck como ese distinguido lienzo europeo en el que un elegíaco dramatismo se erige en idea central; por su parte, un Folk condicionado por la nueva reestructuración argumental, opta por una épica hollywodiense abiertamente enfática y grandilocuente. No cabe duda de que cada opción es defendible y justificable en virtud de las circunstancias, pero lo cierto es que la elegancia del inglés supera en muchos aspectos a una partitura de Folk bastante más previsible y arquetípica.
El neoyorquino escoge una amplia formación orquestal de la que extrae potentes registros, con orquestaciones ampulosas y sobrecargadas que se verán completadas por dos elementos importantes en el conjunto: los coros, que cumplen una doble función épica y religiosa, y la intervención de la guitarra acústica. Si bien Warbeck también acude a este instrumento, sus intenciones son por contra francamente opuestas. El inglés busca referencias hispanas, pero por encima de todo trata de evocar el recogimiento acudiendo a introspectivos solos de guitarra, mientras que Folk limita su inclusión a meras referencias localistas, en determinados instantes muy poco logradas (la trompeta del inicio de "Hanging Bridge Battle" y “More Dad” bien parece situar la acción en cualquier poblado de Méjico).
El tema central, o el que podríamos denominar “tema épico” (“Main Titles”) ya da buena muestra de lo antedicho. Una melodía sencilla y sin grandes alardes pero ciertamente retentiva, que el autor versiona continuamente a lo largo del score acudiendo principalmente a sus cinco primeras notas. Incluido todavía en el bloque de los títulos de crédito, aunque separado en la edición discográfica ("Battle Begins"), emerge un segundo motivo coral asimilado a los aspectos místicos del relato, fundamentalmente a la figura del creador del Opus Dei. Centrado en la relación de dos de los personajes, surge también un “tema de amor” (“Romance”) de connotaciones barrynianas que se convierte en el mayor acierto de la obra, no tanto por su virtuosismo sino por su perfecta representación del amor envuelto en un trasfondo de muerte y desolación. Lástima que la ampulosidad orquestal mal entendida, desluzca una rendición a priori tan hermosa de este tema como la contenida en “Idilko By The Lake”. Y es que la pirotecnia sinfónica planeada por Folk, tiene su culminación en los numerosos cortes de acción presentes en el trabajo: "Battle for Madrid", "Killing Priests" o "Kidnap & Kill" cumplen sobradamente su función, pero revelan una falta de consistencia que el compositor disimula a través de un (ab)uso de la espectacularidad; la misma que en otros bloques deja muy escaso margen para disfrutar musicalmente con la introspección que caracteriza la historia (o al menos su edición europea).
La corrección de “There Be Dragons” no parece suficiente como para pensar que sea el trabajo que recupere del olvido al bueno de Robert Folk. Sus excesos y tópicos restan interés a unas propuestas deslucidas además por la comparación con la distinguida aproximación inicial de Warbeck, obra ésta que pide a gritos ser editada y que recupera aquellas virtudes del británico que parecían perdidas en los últimos tiempos. Sea como fuere, la vuelta de Folk al cine de primer nivel supone desde luego una grata noticia dentro del actual panorama gris norteamericano. Aún efímero y poco brillante, bienvenido sea el retorno de uno de los autores más infravalorados del Hollywood de las últimas tres décadas.
2-abril-2012
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