Pablo Nieto
En 1940, la obra maestra de Disney “Fantasía” reivindicaba, a través de ocho cortometrajes animados protagonizados por el inimitable Mickey Mouse, otras tantas piezas clásicas como “La Consagración de la Primavera”, “El Cascanueces”, y muy especialmente, “El Aprendiz de Brujo”, construido en torno al scherzo sinfónico del compositor francés Paul Dukas, quien a su vez toma como referencia la balada épica de Goethe, donde se presenta la historia de un viejo mago y su aprendiz, ávido por imitar al Maestro, y al que se le irá de las manos el manejo de unos poderes que sólo pueden ser controlados por su mentor. Dukas escribía con vigor y expresividad una pieza única, en cuya adaptación el fagot daba vida al personaje de la escoba encantada por el joven mago, acudiendo a un dramático crescendo para ilustrar las fuerzas incontroladas desatadas por el aprendiz, en este caso un temeroso, y a la postre avergonzado pero siempre simpático, Mickey Mouse.
En 2010, no tenemos al ratón Mickey pero si a Nicholas Cage, tampoco está Goethe sino el “poético” Jerry Bruckeimer, y por supuesto, no hay un Paul Dukas, a cambio los tiempos nos han traído a un Trevor Rabin. Lo que nos encontramos es una propuesta veraniega, aprovechando el tirón de Harry Potter, que nada tiene que ver con el clásico de Disney, aunque sea esta misma compañía quien esté detrás del producto. Dirigida por John Turteltaub, responsable de la “La Búsqueda” y su secuela, no extraña por tanto, que además de su actor fetiche (Cage), repita compositor, como ocurre con el sudafricano. El film, donde no falta entretenimiento y tampoco exceso de efectos especiales, nos traslada a la “archiamenazada” Manhattan, protegida en esta ocasión por un huraño mago (Cage), el Voldemort de turno, aquí llamado Maxim Horvath, que reclutará al típico adolescente que desconoce su potencial interior para ayudarle en su desinteresada cruzada a favor del bien.
El score de Rabin es ni más ni menos lo que uno puede esperar de él. Si alguien gusta de la cocina molecular, debe ir a El Bulli, si quiere comida rápida tiene el McDonalds y en esa metáfora encaja un Trevor Rabin que no es que sea un pésimo compositor, pero en determinados proyectos, dentro de sus evidentes carencias, funciona y es capaz de saciar el hambre. La cuestión es que no hace falta que en cada partitura encontremos una innovación culinaria a lo Adriá, ni un cordón blue a lo Desplat, o unas buenas bratwürst regadas con cerveza sintética alemana.
La partitura arranca con interés, gracias a ese guiño a la obra de Dukas en “Sorcerer´s Apprentice”, para luego trasladarnos a los habituales crescendos del sudafricano donde electrónica y orquesta tratan de convivir armónicamente a pesar de la poco ortodoxa escritura del compositor. Por desgracia será un oasis en el desierto, ya que la música se vuelve monótona y previsible, acudiendo a la mera descripción y a las emociones prefabricadas. Así ocurre en el uso de coros en la pretendidamente épica “Story of the Prime Merlinian”, cuyo parecido con el “Spiderman” de Danny Elfman resulta más que sospechoso, precisamente un corte donde escucharemos por primera vez lo que parece ser el leit motiv de la cinta: una sencilla melodía presentada aquí por medio de guitarra acústica, que será repetida en “Story of Veronica”, y con algo más de lustre, gracias a las cuerdas, en “Sorcerer´s Apprentice Suite” y “Dave Revives Balthazar”.
Para las secuencias de acción, Rabin se muestra especialmente desafortunado, repitiendo formulas agotadas que muestran sus limitaciones para la escritura sinfónica, algo que podemos apreciar en “The Grimhold” y “The Urn”, saturando las mezcla de orquesta y electrónica y desnaturalizando el sonido de los metales. Más que piezas musicales, son bucles irritantemente molestos. Algo más dignos son los cortes “Morgana Fight”, “Merlin Circle” y “Car Chase”, donde los defectos anteriormente referidos, pasan más desapercibidos, gracias a un acertado sentido del ritmo y a los apuntes dramáticos de coros y cuerdas.
Habrá algún oportunista que proponga un cambio del nombre de la película en favor de “El Aprendiz de Compositor”. Rabin, que conoce perfectamente el oficio, no está a estas alturas para aprender o ampliar conocimientos. Si algo funciona, ¿para qué cambiarlo? Si le siguen llamando para estos trabajos, es que su propuesta ha calado entre los que pagan, que, aunque no son los que otorgan títulos como los de aprendiz y maestro, son, a fin de cuentas, los verdaderos dueños del negocio.
6-septiembre-2010
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