José-Vidal Rodriguez
Lo de la ausencia de ideas del Hollywood actual, se está convirtiendo en una irritante costumbre que tiene visos de alcanzar el status de moda imperante. Solo así se entiende que sus cabezas pensantes acudan, con una frecuencia cada vez mayor, a la socorrida técnica de los remakes, ya sean de populares series televisivas o de filmes que en su momento cosecharon gran aceptación entre el público. Precisamente este es el caso de la nueva versión de “The Karate Kid”, copy-paste (con algún que otro diálogo textual incluido) de la conocida cinta de 1984 dirigida por John G. Avildsen. Apadrinada en esta ocasión por el actor Will Smith en sus funciones de productor (quien exigió la presencia en el papel principal de su hijo), la historia presenta pocas novedades con respecto al texto original: Dre Parker (Jaden Smith) es un chico estadounidense que se muda a China a causa de la irrechazable oferta de trabajo aceptada por su madre. Las dificultades por el cambio cultural y el comienzo de una nueva existencia fuera de su entorno, se verán agravadas por el acoso que Dre sufre por un compañero de clase. Cuando todo parece en contra, el joven será tutelado por un empleado de mantenimiento, el señor Han (Jackie Chan), quién le ayudará a superar los retos de su nueva vida y le enseñará los secretos del Kung-Fu. Como vemos, poco cambia respecto al filme de los 80, si bien el karate es sustituido por aquella otra disciplina asiática para mayor gloria del cincuentón venido a menos, Jackie Chang.
Reemplazado Atli Örvarsson en el último momento, sorprende atender al nombre del compositor elegido finalmente para dar forma a este, por otra parte, entretenido remake. Aunque el score de “Avatar” no supuso nada nuevo (salvo su previsible nominación al Oscar por el “efecto arrastre”) en el panorama de un Horner autocomplaciente como pocos, su música contribuía de manera muy correcta a potenciar la fantasía de aquel universo digital ideado por el nuevo rey midas de Hollywood, James Cameron. De este modo, algunos vieron en esta partitura un cierto renacer de uno de los creadores referenciales en los 80, pero lo cierto es que la participación de Horner en este “Karate Kid” renovado, así como los desiguales resultados obtenidos, confirman la paulatina sensación de declive de otro de los iconos musicales de toda una generación. Su caso viene a engrosar esa lista de grandes autores desterrados por la industria yanki del nuevo milenio, o en el mejor de los casos, apartados a un segundo plano musical en el que su estela de figuras de primer orden poco a poco se va apagando (véase, por ejemplo, el caso de Alan Silvestri).
Si bien las comparaciones son odiosas, resultaría prácticamente imposible abordar esta reseña sin tener en mente la partitura que Bill Conti escribiera en 1984 para el “Karate Kid” original. El de Rhode Island, que por entonces seguía enarbolando su estandarte de autor especialmente dotado para relatos de temática deportiva, realizó un sugerente recorrido sonoro en el que, desde una aparente sencillez de formas, logró cohesionar la estética pop ochentera con inspirados momentos de clasicismo, aderezado todo ello por un tratamiento locuaz de aquella relación maestro-pupilo, desde el atinado y onírico uso de la flauta de pan. Las propuestas de Horner, si bien parten de unos postulados similares (fusión de aparato electrónico y orquestra, con prevalencia en este caso de los bloques sinfónicos), trasmiten por contra una sensación más marcada de funcionalidad, pese a la a priori mayor complejidad formal de su partitura.
Fuera de las lógicas referencias instrumentales al marco chino (en las que no falta su venerado shakuhachi, de origen sin embargo nipón), el autor expone un discurso plenamente occidental evitando cualquier abuso al entorno geográfico de la trama, algo que conecta con la vocación juvenil de la película. Nada que objetar al respecto, puesto que lo que realmente llega a deslucir estas propuestas iniciales, no es sino la absoluta bisoñez con la que Horner interpreta los rasgos introspectivos del argumento. A través de su ya tradicional -y trillado- diálogo piano-cuerdas, extrapolable a muchos de sus trabajos anteriores (y que fuera de otorgar personalidad musical, sugiere un estatismo por momentos exasperante), el compositor deambula durante muchos minutos por unas sonoridades justas para cumplir el expediente, medianamente decentes a nivel artístico, pero decepcionantes a la hora de evocar (como acertadamente hizo Conti) ese halo de espiritualidad innato al crecimiento de Dre como alumno y persona a través de las enseñanzas del personaje encarnado por Chang.
En lo concerniente a la estructuración motívica, la habilidad melódica de Horner (de lo poco que queda ahora de su gran talento inicial), tiene su plasmación en dos ideas que rompen la tendencia gris de la partitura: por un lado, las secuencias del “Journey to the Spiritual Mountain”, en donde la cámara aprovecha la espectacularidad del paisaje asiático, propician que el compositor apele a una majestuosidad interesante. En segundo lugar, Horner también se aferra a lo melódico en el tema que, al menos por recurrencia, parece erigirse en la idea central del score. Aun cuando en “Leaving Detroit” y “I Want to Go Home“ se dibuja un motivo asociado a la nueva vida del joven Dre, no será hasta el principio del corte “Mei Ying´s Kiss”, el instante en que escucharemos de forma expresa este tema central, que se aplicará con insistencia a partir de la segunda mitad del álbum. Esta retentiva melodía, pese a despertar en el oyente la habitual sensación de “refrito” de anteriores trabajos hornerianos, transmite por contra la suficiente carga emotiva como para figurar sin duda entre lo más destacado del score. No en vano, su aparición logra de algún modo rescatar del sopor a varios fragmentos (“From Master to Student to Master”), en especial su rendición grandilocuente y triunfal en el epílogo del filme (“Final Contest”), en donde Horner da rienda suelta a sus mejores fuegos de artificio para retratar con holgura la victoria final del joven protagonista.
Mención especial merecen aquellos cortes en los que la música abraza la electrónica en pos de una armonización más dinámica. No es el californiano un autor especialmente dotado a la hora de trasmitir oficio con los sintetizadores (engendros en su filmografía no escasean), y en esta ocasión su carencia de ideas frescas a los teclados vuelve a lastrar fragmentos tales como “Backstreet Beating”, “.Ancient Chinese Medicine” o la parte final del “Jacket On, Jacket Off”. Siendo justos, quizás se salve de la quema la programación sintética que sustenta el tema central en el “Hard Training” (claro guiño en su título al espléndido “Training Hard” de Conti), momento de la partitura en el que se retrata con energía los rápidos progresos en el Kung-Fu de Dre.
En definitiva, poco ofrece la partitura de este “The Karate Kid” como para aventurar un repunte inmediato en la sombría carrera actual de James Horner. La sensación general de cierta corrección, acaba por verse deslucida ante la poca consistencia y tedio de varios bloques musicales abordados por el californiano; hecho que, originando una impresión de irregularidad, inclina la balanza hacia un mero aprobado “raspado” como calificación aplicable al último compacto del polémico compositor. La añoranza que muchos puedan sentir con respecto al notable trabajo de Bill Conti resulta, por tanto, comprensible y justificable.
21-junio-2010
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