Frederic Torres
Es Maurice Jarre uno de los nombres destacados de entre los compositores cinematográficos del pasado siglo, tanto por su proyección popular como por la profesional. Debutante en el cine francés de finales de los 50 y rápidamente absorbido por Hollywood tras el éxito obtenido con “Lawrence of Arabia” a principios de los 60, que le reportó, además, el primero de los tres Oscar (todos ellos derivados de su colaboración con el director David Lean) que obtuvo a lo largo de su carrera, en la misma destaca su participación en algunos westerns y películas de aventuras, que, aunque el compositor se atrevió con todo tipo de género (especialmente con el drama psicológico del que son buen ejemplo “The Collector” y “The Night of the Generals”), sí son un terreno genérico donde supo defender su expresión artística, bastante más funcional que creativa, debido a ciertas limitaciones expresivas que, sin embargo, Jarre supo siempre sortear ampliamente con su infracta habilidad para congeniar el estilo con las imágenes a las que aplicarlo.
Muestras de lo dicho existen en abundancia (como podemos comprobar en la coincidente reedición de “The Lion of the Desert/ The Message”), pero de entre todas ellas destaca precisamente este “The Man Who Would Be King”, por cuanto es una de las obras del compositor más recordada y valorada por el aficionado. Y es comprensible que sea así por diversos motivos, entre ellos el aura de “la gran película de aventuras por excelencia” que, con el tiempo, ha adquirido el film tanto por el peso específico de sus protagonistas (Caine/Connery) como por el de su director, John Huston, un auténtico outsider de los grandes estudios. Pero también por la sabia fusión musical realizada por Jarre, que entendió perfectamente la historia y supo aunar, en clave incidental, los dos mundos diegéticos presentes en la película (el nativo, totalmente ficticio pero de clara ascendencia hindú, y el colonial/militar de la metrópoli británica), arropándolos, además, en un halo de épica legendaria que el relato adopta desde su mismo inicio.
Así, el “The Man Who Would Be King” que abre el disco ya revela las intenciones del compositor mediante la exposición de ambos mundos musicales, tomando la canción de raíces populares irlandesas “Minstrel Boy” como base del tema central, oponiéndolo al melancólico tema de orquestación hindú que escuchamos a continuación en “Sikandergul”. Las intenciones del compositor y del director eran, según confiesa el propio Jarre en una pequeña entrevista incluida en la carpetilla del disco, que esta obertura (que no es la música de los títulos de crédito propiamente dichos, cuya exposición es mucho más breve y de tonos menos enérgicos, más evocadores) se escuchara antes del comienzo del propio film, siguiendo la estimable tradición implantada para ciertas superproducciones durante la década anterior, la de los 60, pero los productores no tuvieron en consideración dicha propuesta. Como quiera que sea, toda la partitura sigue las mismas directrices, sucediéndose un tema a otro (aunque no ha de entenderse dicha continuidad en despectivas connotaciones monótonas, todo lo contrario) por cuanto uno representa a los protagonistas y el otro al paisaje en el que se mueven (como ocurre en “Journey to Kafiristan”, que incorpora unos coros de características diegéticas al encontrarse los personajes con una columna de religiosos penitentes cruzándose por su camino, o en “The Dream”, donde el protagonismo inicial de los cantos pasa a las graves trompetas tibetanas).
Para culminar con éxito dicha propuesta, el compositor no duda en integrar toda una retahíla de instrumentos nativos en la grabación (sitar, tablas dholak, tambura, santur, surbahar, etc., etc.,) participando los solistas (alguno de ellos de renombre en el marco específico de su instrumento, como el caso de Ram Narayan, considerado por el propio Jarre como el Heifitz de su instrumento, el sarangi) junto a la The National Philharmonic Orchestra, consiguiendo así una implicación y una complicidad entre todos los ejecutantes muy favorecedora para los intereses expresivos de la partitura, que nada tiene que ver con las actuales grabaciones por separado de secciones o partes de la orquesta que acaban superponiéndose posteriormente en los mesas de grabación. No obstante, Jarre sabe llevar al terreno correspondiente las necesidades incidentales cuando así lo requiere el relato, tornándose unas veces más misterioso, como en “Bashkai´s”, o mucho más exótico, como en “Pushtukan”, donde, además, el compositor completa la sucesión de los dos mundos fusionándolos musicalmente al interpretar con la trompeta (instrumento occidental) el tema hindú que hasta ese momento hemos ido escuchando en una orquestación de características nativas, para representar la entronización del aventurero personaje interpretado por Sean Connery, en una bella metáfora musical de la asunción de su “nueva” personalidad.
En consecuencia, la mejor forma que tiene el personaje de recordar su verdadero origen no es otra que cantar, acompañado de su camarada Michael Caine, precisamente, “Minstrel Boy”, en “Dravot´s Farewell”, cuando aquél elige afrontar su sacrificio ante las exigencias de las tradiciones ancestrales nativas. En un pasaje bellamente emotivo, los dos aventureros entonan dicha canción y recuerdan los viejos tiempos para, a continuación, introducir una marcha militar (extraída directamente de “Ryan´s Daughter”) que evoca la verdadera condición de los protagonistas. En este sentido, el compositor también nos ofrece “Minstrel Boy” en su versión para banda militar, en un formato plenamente diegético, al igual que “Roxane” introduce una danza ejecutada por la nativa acompañante femenina de Connery, obviamente revestida de todo el exotismo que la seductora situación requiere. El solo de trompeta con que se abre el último bloque musical del film, al que se le unen posteriormente las líricas cuerdas y la percusión hasta finalizar en el emotivo crescendo correspondiente, finaliza brillantemente la evocación de la aventura que el relato tiene como finalidad. Es el cenit, la culminación, de una partitura trabajada con un detallismo excelso, plena de momentos épicos y exóticos, que sabe manejar los condicionantes diegéticos hasta el punto de transmutarlos en una clara ventaja, capaz de alcanzar la ostentación.
Mención aparte merece la edición de Kritzerland, que con la presente persigue continuar su proyección más o menos ascendente en el campo editorial de la música de cine (pues a buenas recuperaciones de algunos clásicos como “Love with a Proper Stranger/A Girl Named Tamiko” de Bernstein, también hay que añadir alguna que otra edición reprobatoria, como la de “It´s a Mad, Mad, Mad World” de Gold, que, sinceramente, aporta bien poco a la ya existente de Rhino). Si a ello unimos que la pretensión confesa de la edición es ofrecer al aficionado la posibilidad de recuperar este trabajo de Jarre, dada la dificultad de localizar la que en su día se realizó por parte de la extinta Bay Cities (suponemos que la presencia de Bruce Kimmel como productor ejecutivo de aquella primera edición y su actual vinculación al sello Kritzerland debe haber tenido bastante que ver en el proyecto), para luego lanzar una edición limitada a 1000 ejemplares que, obviamente, se agotaba en unas cuentas horas, la cosa puede resultar, cuando menos, si no llamativa, sí chistosa. Eso, si atendemos por simplemente anecdótica la defectuosa primera tirada de los ejemplares, dado el mal estado de la mayor parte de los mismos, con lo que el aficionado que haya adquirido el suyo se habrá encontrado, caso de haber desprecintado su disco y haber constatado su buen o mal estado (acción preventiva que recomendamos) con la molestia de haber tenido que reclamar un ejemplar en buen estado. Cosas de las ediciones limitadas.
27-mayo-2010
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