Pablo Nieto
A Ron Clements y John Musker puede atribuírseles toda la responsabilidad del renacimiento de Disney, ya que juntos dirigieron y escribieron en 1989 “La Sirenita”, basada en la obra de Hans Christian Andersen, y también “Aladdin” (1992). Estos filmes, junto a “La Bella y la Bestia” y “El Rey León”, fueron las claves del resurgimiento de un gigante en coma que en la actualidad, si no fuera por su alianza con Pixar, estaría camino de una nueva recaída.
En la actualidad, “renovarse o morir” sigue siendo la máxima vital en cualquier negocio, pero esa renovación, en el caso de Disney y su último proyecto, no parece dirigida a profundizar en las técnicas 3-D de animación por ordenador, sino en imponer una nueva moda vintage en la animación, recuperando el olvidado género musical y la animación clásica en 2-D. Para ello y tomando como base el clásico de los Hermanos Grimm “La Princesa y el Sapo”, optan por reescribir la historia, ambientándola en el Nueva Orleans pujante y floreciente de principios del siglo XX, introduciendo por vez primera una protagonista de color y recurriendo a todos los aderezos propios de la casa, como el hechicero vudú antagonista (reencarnación del gran Jaffar de “Aladdin”), los secundarios de lujo (impagables la luciérnaga Ray y el cocodrilo Louis), y por supuesto ese aire de inocencia infantil que Pixar ha abandonado definitivamente dirigiendo su producto al público adulto.
De arranque atropellado pero excelso tour de force final, donde comedia, drama y acción entretejen uno de los divertimentos cinematográficos del año, “Tiana y el Sapo” es sobre todo un musical imponente y con personalidad propia, por el que conviene felicitar a un Randy Newman que en los últimos años parecía de capa caída. Las canciones no tienen la letra retentiva, ni la elegancia rutilante de los musicales de Menken, pero todo eso lo compensa la apasionante propuesta de Newman en un viaje a través de los diferentes estilos que conviven en la ciudad del Mississippi, lo que nos ayuda a acercarnos a la particular idiosincrasia musical de Nueva Orleans.
Ese viaje arranca con un vibrante zydeco “Down in New Orleans”, donde Newman nos presenta el espíritu de la ciudad, la esencia de Nueva Orleans, al tiempo que ayuda a narrar los sueños de la protagonista de abrir su propio y deslumbrante restaurante. Una pieza que abre y cierra el disco con la transparente y sureña voz de Anika Noni Rose, quien también estará presente en “Almost There”, jazz de Nueva Orlenas en estado puro, con ese toque swing y aire festivo que lo hacen inconfundible. Dos canciones, cuya nominación al Oscar son más que merecidas.
A la habitual canción antagonista, “Friends on the Other Side”, le falta la “salsa” cajón de sus compañeras de viaje, como ocurre en el caso de la imprescindible “When We´re Human”, un espectacular número dixieland en medio del pantano, protagonizado principalmente el cocodrilo Louis, un apasionado del jazz y la trompeta (alter ego de Terence Blanchard, quien participa en esta pieza mostrando su virtuosismo con el metal). Sin salir del pantano, Jim Cummings (la luciérnaga Ray) acompañado por el acordeón de Terrance Sitien, nos introducen en el mundo del bluegrass con otra dinámica pieza, “Gonna Take you There”, que no desmerece en nada el divertimento de la anterior. Dos canciones que son puro nervio y que ayudan a dinamizar el desarrollo de la trama. Tras las mismas, entra en juego el delicioso vals “My Belle Evangelline”, y la celebración del gospel de “Dig a Little Leeper” con el Pinnacle Gospel Choir siguiendo el ritmo que marca Jennifer Lewis, poniendo voz a la anciana vidente vudú Mama Odie.
El score de Newman se desarrolla a base de continuas referencias a las canciones. Leitmotivs que constituyen el alma de una partitura incidental, excesivamente mickey mousing por momentos, pero capaz de dar adecuada réplica a los brillantes y variados números musicales de la historia. La edición discográfica nos presenta la partitura a través de pequeñas suites que facilitan su escucha aislada. Así, en “Fairy Tale/ Going Home”, Newman se muestra especialmente elegante en su planteamiento, recurriendo al violín y las maderas para construir los sueños de la protagonista y su transición de niña a adulta. Dicha transición irá acompañada de una interesante revisitación del vals de “Ma Belle Evangeline”, recurriendo en “I Know this Story”, al tema central para dibujar el encuentro entre el sapo y Tiana y su sorprendente resolución tras el predecible beso.
En “The Frog Hunters/Gator Hunters”, el mickey mousing se intensifica por necesidades del guión, al mostrar el divertido enfrentamiento con tres paletos sureños, supuestos cazadores de sapos. El tema antagonista, “Friends on the Other Side”, comparte aquí protagonismo a través de un sorprendente tango. El siguiente corte, “Tiana´s Bad Dream”, arranca con un imponente vals vienés anticipando la emoción de Tiana por el descubrimiento del amor, que termina tornándose dramático ante la realidad de la boda del Príncipe Naveen con su amiga de la infancia para ayudarla a cumplir su sueño, y finalmente tenebroso, describiendo el enfrentamiento con el hechicero.
“Ray Laid Low” es otra pieza imprescindible. Construida en torno a la habitual “americana” de Newman (cuerdas, maderas y trompa), termina fusionándose con una triste versión gospel del “Almost There”, antes de transformarse en una triste melodía de jazz, y sin solución de continuidad llevarnos a “Ray/Mama Odie”, donde Newman recurre al blues y el jazz de Nueva Orleans, con imponente presencia orquestal y cuidados arreglos. Una transición musical que nos conduce a “This is Gonna Be Good”, donde la música por una cascada de vitalidad y optimismo sinfónico, describiendo el final feliz de Disney y el “reencuentro” de Ray con su “Belle Evangeline”. Dos estrellas en el cielo, cuya felicidad se refleja en la fanfarria de vigorosos metales con la que Newman cierra la partitura.
Hace tres años “Tiana y el Sapo” iba a contar con una partitura de Dario Marianelli y canciones producidas por T-Bone Burnett. Posteriormente, un giro en el proyecto haría que el apartado musical recayese en manos de Alan Menken, para a posteriori llegar a Randall Stuart Newman. Y Randy no ha dejado pasar la oportunidad para reivindicar su amor por una ciudad que le vio crecer hasta los once años, donde se empapó de su sonido, del ragtime, del jazz, de los cánticos de esclavos, del gospel festivo y funerario, del bluegrass de los pantanos. Ese es el estilo que ha consagrado a este artista de voz quebrada, letras profundas e inusual talento para la orquestación. Y esta banda sonora es su legado, su proyecto más íntimo, con el que se puede decir que cierra el círculo iniciado en 1980 con “Ragtime”, su primera aproximación al cine.
4-marzo-2010
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