Miguel Ángel Ordóñez
Cuatro meses antes del estreno de “Beneath the Planet of the Apes”, el guionista Paul Dehn (pareja en la vida privada del músico James Bernard) recibió un telegrama de Arthur P. Jacobs, productor de la franquicia, con el siguiente texto: “Simios existen. Se requiere una tercera parte”. “Regreso al Planeta de los Simios” recaudaría 14 millones de dólares para un coste final de 3,5 millones. Pero, ¿cómo continuar una saga después de que la Tierra ha desaparecido? Con un presupuesto más limitado (2,5 millones) y sólo tres simios que maquillar (la primera parte arrojaba un presupuesto en ese área cercano al millón de dólares), Jacobs no estaba dispuesto a matar a la gallina de los huevos de oro y con astucia traslada la trama a la Tierra en el presente (la acción se desarrolla en 1973) y a la ciudad de Los Angeles, sede de los Estudios.
El derroche de inventiva y la consecución de excitantes sonidos obtenidos por Jerry Goldsmith en “El Planeta de los Simios”, la convierten en una de las mejores bandas sonoras compuestas por el maestro de Pasadena. En la primera entrega de la franquicia, Goldsmith no sólo introduce un insólito arsenal de instrumentos percusivos que contribuyen a forjar la contradictoria idea de un mundo futuro y primitivo al mismo tiempo, sino que más allá de esa apariencia, refuerza la sensación de perplejidad y desubicación de los astronautas protagonistas gracias a una escritura experimental, fuertemente influenciada por Stravinsky y Schoenberg, al empleo de efectos y timbres a partir de instrumentos rara vez tocados y a la utilización de técnicas avant-gardé en el uso de pizzicatos, golpeos col legno y reverberaciones. Con todo ello, consigue algo muy difícil que es integrar, hábilmente, esos efectos y sonidos en el flujo musical como una extensión lógica de su estructura formal. Sin que llamen la atención como efectos disgregados de los elementos puramente musicales, a través de ellos el score logra incorporarse en la propia narrativa fílmica otorgando a la trama una dimensión extra de suprarealidad.
En su secuela, “Regreso al Planeta de los Simios”, Leonard Rosenman respeta ese universo sonoro, en tanto reproduce la hostilidad del paisaje y de sus particulares habitantes, a través de una escritura ruda y compleja que insiste en afrontar la narración desde el punto de vista de los humanos, aportando componentes religiosos y místicos a un desenlace apocalíptico. Alejado del neoprimitivismo aplicado por Goldsmith, Rosenman se entrega a un lenguaje aún mas complejo repleto de efectos y disonancias (valiéndose para ello del sintetizador) que reflejan la desolación de un mundo inhóspito que concibe con hegemonía de metales, descarnadas cuerdas y frías maderas que huyen de la repetición melódica para establecer una “coherente” estructura caótica.
En “Escape from the Planet of the Apes”, Goldsmith cubre el paisaje con una música rock que le distancia por completo de las dos entregas anteriores. El rock amplificado empleado para recibir a los monos a su llegada a la Tierra no tiene porqué significar nada agradable, pero añadido a la imagen, esta incongruente música (desde el punto de vista de los simios) refuerza el humor de muchas escenas y, paradójicamente, la violencia de otras. Desde esta perspectiva, Goldsmith no concibe una música especialmente interesante, pero la estructura formal empleada resulta un hallazgo por su lógica aplastante, teniendo en cuenta la nueva vuelta de tuerca dada a la novela de Pierre Boulle. A diferencia del mundo extraño e inquietante al que van a parar los protagonistas de las dos primeras entregas, en “Huida del Planeta de los Simios” los simionautas amerizan en la Tierra en el año 1973. Acorde a las alusiones políticas y sociales dispersas a lo largo de la franquicia y claramente identificadoras de la saga, Goldsmith retrata un mundo contemporáneo disociando entre lo animal (representado en bajos y percusiones) y lo humano, a través de una música popular cargada de elementos pacifistas (el sitar, las guitarras eléctricas), en clara alusión a la exaltación del movimiento hippie durante y después de la guerra del Vietnam. Del mismo modo que en sus precedentes, el punto de vista musical empleado sigue siendo el del hombre durante la primera mitad de la cinta (“Main Title”, “The Zoo”, “Shopping Spree”). No significa otra cosa que la constatación de la convivencia entre ambas razas, la “necesidad” de integrar en el seno de nuestra sociedad a estos “chimpancés parlantes”, considerados, sin más, como una inocente broma de la naturaleza.
Temáticamente, Goldsmith introduce un tema asociado a los simios (incluyendo un fonema que simula su origen animal) que va a sufrir de numerosas mutaciones a lo largo del score, traspasando el umbral de la tonalidad en el momento en que Zira (Kim Hunter) asume la oposición y el rechazo que provocan en los humanos (sentimos el impacto psicológico de esa revelación en el corte “Interrogation”). Es a partir de este punto, donde tiene lugar la paradoja inversa a la planteada por “El Planeta de los Simios”. Goldsmith recupera un diseño formal agreste y violento, dominado por pasajes disonantes y por la recreación de un ambiente hostil similar al empleado en la primera parte, asumiendo con ello el punto de vista de los simios, convirtiéndolos en los héroes de la nueva entrega. Si al principio, ese leitmotiv temático emerge en comunión con la música popular de los 70, apuntando la posibilidad de un entendimiento entre hombres y simios (“Main Title”), la distorsión a la que es sometido al incorporar elementos rítmicamente violentos (reapareciendo deformado, por ejemplo, con el uso de la guitarra eléctrica en “The Labor Continues”), confirma la imposibilidad de esa convivencia. El ser humano se percata de la amenaza potencial que suponen los simios para el futuro de la especie. La regresión hacia la estética aplicada por Goldsmith al origen de la franquicia se hace evidente en la simétrica propuesta argumental de su corte “The Hunt”, respecto de su famoso antecedente, para alcanzar la máxima expresión en “Final Chapter and End Credits”, momento donde el tema central al metal, sobre un contrapunto de cuerdas de inspiración schoenbergiana, reaparece, con una muy diferente armonía, augurando un futuro inapelable y cierto.
Es evidente que desde el punto de vista musical, este “Escape from the Planet of the Apes” no es una obra brillante. Incluso, su estética algo trasnochada (en especial en lo referente al empleo de guitarra eléctrica y sitar) coloca a algunos de sus pasajes entre lo más kitsch surgido de la batuta del incombustible Goldsmith. Sin embargo, eliminados esos prejuicios, es posible disfrutar abiertamente de un trabajo admirablemente construido sobre la base de una muy racional estructura formal. Como música, la obra es fruto de las modas de su tiempo, como pasaje narrativo y parafraseando a nuestro homólogo Hanslick en una referencia a una partitura de Brahms, es como sentirse golpeado en la cabeza por un hombre tremendamente inteligente.
29-octubre-2009
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