Ignacio Garrido
El personal universo del maestro de la animación japonesa Hayao Miyazaki, ha trascendido las fronteras de su país y cultura en las últimas décadas para coronarse como uno de los máximos exponentes en la creación de arte con la animación, ratificando esta vertiente cinematográfica como una de las más interesantes a la hora de alcanzar nuevos horizontes expresivos en el tratamiento de temas tan universales como el amor, la amistad, el paso a la madurez o la degradación del alma humana en algunos de sus conflictos más importantes como son la destrucción de la naturaleza o el miedo a la muerte.
Fiel acompañante para con su sobresaliente trayectoria y siempre notable en la ilustración musical de las historias de Miyazaki, el compositor nipón Joe Hisaishi retoma una vez más su papel clarificador de los sentimientos de los protagonistas. Su fructífera y duradera relación de trabajo de más de veinte años, supone a estas alturas la ratificación de que binomios de esta altura (Spielberg/Williams, Zemeckis/Silvestri, Burton/Elfman) rara vez suelen defraudar, alcanzando de nuevo en su último trabajo conjunto la inspiración, belleza y elegancia que se le supone a un músico normalmente en buena forma con el acicate de una película para su director estrella.
Las múltiples ediciones de bandas sonoras que el mercado japonés lanza con motivo de sus films importantes, suelen por el contrario jugar un papel esquivo y en ocasiones confuso en el aficionado menos avezado e interesado en profundizar en la creación sonora final de las cintas a las que acompañan. Image albums, partitura original, reinterpretaciones, síntesis o suites sinfónicas, etc…son varias de las opciones que se desperdigan a lo largo del camino de la promoción de las películas japonesas más afamadas y pueden llegar a confundir hasta al más profuso conocedor discográfico oriental.
Lanzada inicialmente como “Image album” (o presentación de ideas previas sobre el guión e historia en proceso de desarrollo y producción), la partitura final de Hisaishi para “Ponyo on the Cliff by the Sea”, resulta en la presente edición comentada, mucho más lúcida, compleja e interesante que la allí expuesta, principalmente por la riqueza ornamental y la profusión detallista de su paleta orquestal, con un detallado trabajo tímbrico, donde emulando al Goldsmith de “El Secreto de Nimh”, se aproxima al impresionismo debussyano e incluso por momentos a la exuberancia de Ravel para “Daphnis y Chloé” .
Con semejantes referencias uno no puede sino imaginar de forma inmediata un poema sinfónico de exquisita audición, cosa que en gran parte de la composición el autor consigue holgadamente, pero consciente de estar contando una historia de amistad infantil, la narración toma por momentos derroteros más sencillos y directos, como la inclusión de pequeñas y simpáticas melodías al estilo de la archiconocida “Pedro y el Lobo” de Prokofiev. Asimismo otros nombres clásicos se dan cita en el variado discurso de Hisaishi, desde la adaptación de las “Valkirias” de Wagner en las pistas 12 y 14 (permítanme nombrar los cortes a partir de ahora con su numeración dada su titulación en japonés), hasta la aproximación estética a la “Marcha de los Utensilios de Cocina” de Vaughan Williams en los cortes 24 y 26.
La variedad del abanico temático y armónico del de Nagano, nos regala en si inicio maravillosas fusiones de orquesta y coro en descriptivos pasajes submarinos como la pista 1, donde se introduce sobre acordes ondulantes (inconfundible sensación acuática) el tema que hará de eje para la composición – dibujado y perfectamente definido en la pista 8 – para dar paso a un inocente pasaje con celesta y pizzicatos a modo de preludio del tema dedicado a la protagonista, una melodía juguetona y retentiva que dará lugar a un reprise “a la Williams” en la pista 35, una festiva canción final en el corte 36 y multitud de apariciones a lo largo del score.
Una hermosa aria hace su aparición inmediatamente después – corte 2 – con un pulcro arropamiento orquestal que deja patente la calidad compositiva de la obra, hecho que quedará fehacientemente demostrado durante el vivaracho scherzo de la pista 4 con un inicio de aires rusos, seguido del inconfundible sello de Hisaishi en las figuras fugadas, elemento este que se recuperará en el conato de acción del tema 6. Siguen pistas desarrolladas con un elegante mickey-mousing y citas al tema central (cortes 5, 15, 16, 25) que en ciertas ocasiones funcionan más como relleno solvente que como engranaje intrínseco de la partitura, estancándola minimamente en cualquier caso.
Otro bellísimo tema para cuerdas hace su aparición estelar en la pista 7, romántico y de cierto tono melancólico (volverá a retomarse en los metales a lo largo del corte 23 y en el piano durante el 28), ofrece el contrapunto ligeramente dramático para el de Ponyo, mientras que la hermosa melodía inicial surge plena en el tema 8, para de modo algo más pausado (la introducción del tradicional y querido piano del autor ayuda a ello) y contemplativo, dar lugar a una de las piezas claves de la banda sonora en el corte 21 con un desarrollo para violín solista acompañado de arabescos para viento, piano y coro, que proporciona la poética fusión audiovisual del tandem Miyazaki/Hisaishi en uno de esos mágicos momentos que su cine suele ofrecer.
Variaciones sobre el tema central de modo bufo, paródico o por momentos cercanas a lo castrense, se complementan con resultones “andantes” como los servidos en los cortes 10 y el arrollador 11, una exultante y acelerada marcha festiva, que tendrá cierta continuidad en la estructura de la pieza 27. Mientras que los instantes más delicados los encontramos en la nana del tema 18 o en la sensibilidad de la cálida trompeta solista de la pista 19, que recuerda a uno de los instantes finales de la cinta previa de compositor y director, la soberbia “El Castillo Ambulante”. Instantes para voz solista o coro mixto como los expuestos en los cortes 29 y 30, amplifican los matices del espectro temático, enriqueciendo el conjunto de la banda sonora, al tiempo que pasajes más nerviosos e inquietantes como el tema 32, eclosionan en el conato sinfónico de la pista 33 y la conclusión dulce y sosegada del tema 34, con la recuperación del tema 8 en una florida variación con violín, que se remata en un tutti (glissandi incluido) para orquesta y coro.
Así pues, sin tratarse de la obra más lúcida del músico para el realizador (ni formal ni estilísticamente hay sorpresa alguna) y pese a sus variadas referencias clásicas, “Ponyo on the Cliff by the Sea” se retroalimenta de un patrón previo bien definido y exitoso, en el que la honestidad de la pluma de Joe Hisaishi para con la cinta y su fidelidad a sí mismo resultan ser sus mejores armas. Música de cine con corazón y sin ambages.
30-marzo-2009
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