Miguel Ángel Ordóñez
La nueva cinta del genio de la animación japonesa, Hayao Miyazaki, ya tiene fecha de estreno. Este verano, Japón disfrutará de las aventuras de Sosuke, un niño de 5 años que se hace amigo de una princesa-pez, Ponyo, cuyo único deseo es convertirse en humana. Utilizando como modelo para Sosuke a su hijo Goro, Miyazaki ha llevado a cabo su proyecto más personal y complejo. El 80% de la película se desarrollará en el mar, un auténtico desafío para el director, quien ha optado por dibujar todas las secuencias a mano utilizando la técnica de la acuarela.
Como es habitual en la ya larga colaboración que une al compositor Joe Hisaishi con el director japonés, un adelanto de parte de la música que escucharemos en la cinta se publica con meses de antelación en formato de “Image Album”. Una suerte de música inspirada, inspiradora o aspirante (valga el juego de palabras) que consiste en el trabajo previo llevado a cabo por Hisaishi sobre el guión y las primeras imágenes ofrecidas por Miyazaki. De esta manera, el álbum nos dará la oportunidad de comprobar, una vez se estrene el film, qué temas se han añadido definitivamente a la banda sonora (más bien se han adaptado a la imagen, en orden a cumplir su función dramática), cuales han sido descartados del montaje definitivo y que novedades de última hora nos ofrecerá el compositor nipón. Es por ello necesario afrontar la presente edición como lo que es: un catálogo de temas estancos que disfrutan de vida propia al margen de cualquier subordinación a la imagen, a pesar de que su influencia sea latente.
Lo cierto es que la presente edición viene a constatar el profundo estancamiento en la que se haya sumida la carrera de Hisaishi. Un compositor dotado para las melodías sencillas, tocado por la varita mágica del adorno y la pincelada, que ha sabido cultivar un agradecido y fresco estilo sinfónico, fusión de marcos orientales y occidentales, capaz de otorgarle gran predicamento lejos de su país natal, hasta el punto de convertirle en punta de lanza de la música cinematográfica nipona (al igual que el Kurosawa de los 50 se encargó de oscurecer, al amparo de los festivales europeos, el cine de maestros a su misma altura como Kobayashi o Shindo). Si su neto impacto comercial, su grandilocuencia sinfónica (“La Princesa Mononoke”, “El Viaje de Chihiro”, “Nausicaa”), su minimalismo de calculadora sensibilidad destinado al mercado interior (“Hatsukoi”, “Kawa No Nageronoyouni”, “Sigure No Ki”), si su madura y moderna visión de la falta de fe residente en la cansada mirada de aquel que se siente incapaz de adaptarse a los nuevos tiempos (la de Kitano, por supuesto), han sido suficientes para mantenerle en la cúspide de la fama, hace mucho tiempo que la redundancia de sus formas, sus triángulos sin aristas, sus agujeros armónicos del tamaño de un queso gruyere, le han encaminado hacia lo previsible y predecible. El vacío, la nada, el desencanto, la fórmula, el hastío. Y es que no hay nada peor que posicionarse en el campo de la emoción con el alma congelada y la mente en plena ebullición. Renovarse o morir.
Conceptualmente, “Ponyo On A Cliff” guarda clara correspondencia con la temprana “Totoro”, en tanto supone la introducción de un compendio de canciones inequívocamente dirigidas al público infantil, en convivencia con cortes incidentales, de naturaleza melódica y directa, que demuestran el interés de Hisaishi por empatizar fácilmente con la audiencia. Si el cine de Miyazaki es espiritual, atrevido y complejo, sometido al ejercicio de las dobles lecturas, la música de Hisaishi cumple siempre la función contraria, la de liberar de obstáculos y metáforas el discurso, allanar el camino a las emociones.
El avance de la nueva cinta de Miyazaki no supone una excepción. “Ponyo on a Cliff” introduce, en forma cantabile, el tema central del disco, una melodía juguetona e infantil de extrema sencillez y efectividad, que será revisitada puntualmente en “A Coral Tower” a través del glockenspiel. No faltan ingredientes de carácter emocional entregados a la sección de cuerda (“Younger Sisters”, “A Flash Signals”), ni mucho menos, arranques épicos donde el piano de Hisaishi ejerce de contrapunto scherzante (“Mother of the Sea”) o enfáticos ejercicios corales a cargo de un grupo de impúberes (“Ponyo Comes”).
Dentro de una senda vadeada por una exasperante corrección, también podemos encontrar canciones tan “disfrutables” como la tangera y meliflua “Fujimoto´s Theme”, bandoneón incluido, o empalagosas piezas capaces de arrancar furtivas lágrimas a almas de talante cándido y/o asustadizo (“A Lullaby of Ponyo”, “The Rondo…..”). Y es que los aficionados al Hisaishi más resultón, al más práctico, estarán de enhorabuena. El disco, 100% representativo de su estilo más edulcorado, corrobora que el compositor ha encontrado una fórmula comercial que por su abuso, aboca al cansancio y a la indiferencia. Por mucho que algunos lo llamen sello o estilo, este engañabobos es la demostración palpable de que Hisaishi no da para más.
26-mayo-2008
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