José-Vidal Rodriguez
A finales del siglo XIX, el afamado H.G. Wells publicaba un relato de ciencia ficción sobre un tema que precisamente cobra actualidad más de un siglo después de su tratamiento literario. Cuando la manipulación genética parece levantar ahora ampollas en no pocos sectores de la opinión pública, Wells ya pronosticaba a su manera el dilema moral de la experimentación científica en la raza humana, y su capacidad de ser dotada de los recursos y defensas de aquellos animales salvajes que mantienen el equilibrio natural de cualquier ecosistema. En definitiva, las propuestas del escritor pasaban por situar la trama en un lugar perdido de la mano de Dios, en el que un siniestro científico consume sus últimos años de vida intentando crear híbridos de hombre-animal, uniendo así en una única especie las capacidades volitivas de los humanos y las aptitudes más desarrolladas de ciertos animales, las mismas que precisamente configuran su innato instinto de supervivencia. El único inconveniente es que a la isla llegará Andrew, un naufrago que tras descubrir la inmoral teoría del este “pre-Mengele” y el sufrimiento causado a aquellas criaturas, hará todo lo posible para detener tan infame conducta.
Tres películas se han rodado hasta la fecha de esta interesante novela, siendo la más alabada por la crítica la primera en aparecer en 1932, “Islands of the Lost Souls”, con Charles Laughton encarnando al siniestro Moreau. El fiasco de la última versión estrenada en 1996 (con dos grandes del Séptimo Arte como John Frankenheimer y Marlon Brando cayendo en picado), no debería eclipsar la corrección demostrada por el director Don Taylor en la segunda revisión de la obra de Wells, que vería la luz en 1977 bajo el título de ”The Island of Dr. Moreau”, con una de las últimas grandes interpretaciones del veteranísimo Burt Lancaster. Para dar forma musical a esta versión de evidente trasfondo moral, leves dosis reflexivas y plagada de secuencias de suspense con los híbridos creados por el Doctor como protagonistas, el por entonces ya televisivo Laurence Rosenthal compone una de las obras de mejor recuerdo para el propio autor, que permanecía inexplicablemente inédita hasta la aparición de un promo a mediados de la década de los 90.
Resulta necesario advertir al lector la circunstancia de que, atendiendo al argumento y traslación visual de este ”The Island of Dr. Moreau”, su score no es sino un corolario de temas de cariz árido, malsano, de una agresividad casi ancestral y salpicado por ese tipo de incidentalidad de intenciones abiertamente descriptivas; es obvio por tanto, que el disco se torna en ocasiones arduo para su audición desligada de las imágenes. El compositor es sabedor en todo momento de que su discurso ha de centrarse en sendos núcleos esenciales, como son potenciar la sensación de asfixia del protagonista ante su situación de “encierro” y confrontación con el Doctor, y enfatizar además el primitivismo que rezuman los moradores de la isla, cuyo “regidor” lleva los límites de la ciencia a sus últimas consecuencias morales. Por ello y para ello, la música queda inscrita desde el inicio en un tono global turbador, del que parece no querer desprenderse durante su hora de duración.
No en vano, Rosenthal introduce en los títulos de crédito lo que conformará el tema asociado al Doctor Moreau, en el que anticipa esas tonalidades aludidas para retratar su inquietante y ambiguo carácter, sirviendo asimismo de frase adscrita a la soledad del mar y el misterio de aquél paraje apartado de un mundo que progresa ajeno a los censurables experimentos llevados a cabo por el científico. El sonido distante de una trompa solista, dibuja unos acordes que en su génesis retratan la lejanía, el distanciamiento, para luego funcionar a modo de “efecto llamada” ante la imagen de unos moribundos náufragos que arriban a la isla en cuestión. Huyendo así de clichés enfáticos, el autor compone un estimulante tema que, en sus sucesivas apariciones, ejemplifica perfectamente el halo turbio y presagiante con el que Rosenthal nos acerca al personaje y a todo lo relacionado con sus peculiares trabajos de campo (“Doctor´s Study”).
La sombra de Jerry Goldsmith se cierne claramente en otro bloque motívico dedicado a las secuencias de ataques y persecuciones en la jungla, el lugar en donde se hallan hacinados los híbridos creados por Moreau. Ciertos timbres, percusiones, armonías y, sobre todo, la agitación y dinamismo de los bloques rítmicos escuchados en cortes como “Forest Murmurs / Dr. Moreau’s Zoo”, “Man And Beast“, “To The House Of Pain“ o el impetuoso inicio del “Moreau´s Death”, nos traen a la memoria la inconfundible impronta del maestro californiano, y más concretamente retazos de su inmensa ”Planet of the Apes” (paralelismos éstos quizás buscados por el propio Don Taylor, quién trabajara codo a codo con Goldsmith en la primera secuela de la saga de los simios). Para esta serie de pasajes, la solución orquestal se torna virulenta, la inquietud se transforma ahora en salvaje nerviosismo, el cuál viene a expresar la falta de aceptación del raciocinio dado por el Doctor a aquellos bípedos que siguen siendo, en esencia, animales.
Como contrario musical a esta brusquedad sonora y a la ambiguedad del tema de Moreau, Rosenthal tan sólo se abraza a lo expresamente melódico en el segundo fragmento capital de la partitura, una frase que indudablemente sirve de “vía de escape” frente al desasosiego del resto de material musical escrito. De este modo, en “Maria and Friend” escuchamos el dulce y cálido motivo para esta hermosa protegida de Moreau (encarnada por la entonces jovencísima Barbara Carrera), que acabará enamorándose del naúfrago Andrew y asumiendo su desprecio frente a la conducta del Doctor. Posteriormente, “Maria and Andrew” supone la brillante culminación de sus acordes en el más que anticipado love theme de la obra, acompasando así el pasional amor consumado por ambos personajes (y que ya era sugerido mediante el “On The Beach”). En este magnífico corte quinto, la melodía se abraza sin tapujos al romanticismo del arpa, maderas y cuerdas, en lo que supone otra muestra más del gusto de Rosenthal por emular la elegancia de las texturas armónicas propias de la Golden Age norteamericana.
Una curiosidad reserva el uso de este tema de Maria en el filme, concretamente en el epílogo del mismo. Bajo el enigmático nombre de “The Real Maria”, escuchamos una versión abiertamente trágica del motivo en cuestión, que en modo alguno parece comulgar con el happy ending con el que concluye el largometraje. La razón de este anacronismo, la hallamos en el cambio a última hora del dramático desenlace rodado originalmente (la joven se convierte en animal ante la sorpresa de Andrew), lo que imposibilitó a Rosenthal grabar otra bloque musical más adecuado para el nuevo final impuesto por la productora. Lo cierto es que la inclusión de este “erróneo” fragmento en el montaje definitivo, produce un efecto en el espectador cuanto menos desconcertante.
No sería justo concluir este análisis sin destacar la impecable presentación del álbum por parte del sello “La-La Land”, culminada con la inclusión de toda la música grabada para la cinta, se usara o no en su día. Disculpando algunos defectos en los masters de grabación utilizados (aparentemente idénticos a los del promo existente), ”The Island of Dr. Moreau” conforma un álbum de audición tan compleja como estimulante, y que gracias a su importante función narrativa (con la única salvedad del chapucero epílogo antes comentado), deviene en un reivindicable score escrito por un Laurence Rosenthal que últimamente parece ser tomado cada vez más en cuenta por las discográficas.
23-marzo-2009
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