José-Vidal Rodriguez
El respeto a la naturaleza y la solitaria existencia de un niño que vive prácticamente aislado con sus padres en una fría isla de Vancouver, y cuya vida se verá sobresaltada por la aparición de una singular foca de piel dorada, son los núcleos argumentales sobre los que gira la narración de este ”The Golden Seal”. Una cinta familiar que pasó sin pena ni gloria por las salas comerciales de nuestro país, pero que a los efectos que nos atañen contaba con una banda sonora tan reivindicable como sorprendente, sobre todo atendiendo al inédito dúo responsable de la misma. Con muy buen tino por parte del sello Intrada (el que no demuestra con alguno de sus últimos subproductos comercializados, del calado de ”Missing in Action” o ”The Delta Force”), la banda sonora es recupera ahora en su versión íntegra, completando así la escasa media hora de música que hasta ahora se hallaba disponible en formato de vinilo.
Con un John Barry contratado para la ocasión, en uno de esos ámbitos cinematográficos en los que probablemente mejor se defendiera el inglés (una historia familiar, de halo sentimental y con dosis altamente melosas), su labor sin embargo quedó limitada a componer algo más de la mitad del score íntegro original. La razón de ello no fue otra que su apretada agenda laboral por aquel 1983 (enfrascado en dos partituras a priori más importantes, como fueron ”High Road to China” y ”Octopussy”), circunstancia que le obligó a centrarse en la composición únicamente de los bloques musicales de mayor relevancia para este ”The Golden Seal”, delegando en el semidesconocido Dana Kaproff la labor de dar forma a sus temas originales y, en definitiva, “rellenar los huecos” que dejaba un escasamente involucrado Barry. Salvando las distancias, algo similar a lo que ocurriera recientemente con la participación de William Ross en ”Harry Potter and The Chamber of Secrets”.
Kaproff, otro de tantos autores con proyección casi exclusiva en el ámbito de la televisión, siempre podrá presumir sin embargo de haber puesto música en 1980 a una de las últimas cintas del gran Samuel Fuller, que además figura para algunos entre lo mejor de su filmografía, ”Uno Rojo, División de Choque”. Su “ingrata” tarea en el score que nos ocupa, siempre condicionado por la aproximación personal de Barry (y cercenada, por tanto, su libertad creativa), revela sin embargo una meritoria habilidad en la adaptación y orquestación de los temas originales del inglés, para los que incluso “disimula” en algunos fragmentos determinadas carencias usualmente achacables al octogenario compositor.
El tema central que corona la partitura, y sobre el que ambos co-autores desplegarán sus respectivas funciones, pasa por ser otra de aquellas melodías preciosistas inscribible en la corriente más típicamente barryniana, de previsible concepción y armonización, pero que no obstante deviene francamente hermosa y llamativa en su doble función narrativa, a saber: la frase funciona indirectamente como lema evocador del bello entorno natural retratado en el filme; y por otra parte, se erigirá en la sintonía que describe aquella especial relación entre el niño y la foca protagonista, aspecto éste esencial de la trama y que será primeramente reflejado en la pista “Face to Face”, reconducida a registros de mayor majestuosidad en el magnífico “The Frolic”. Como ya sucedía en otras partituras mucho más notorias (caso del ”Born Free”, ”Out of Africa” o incluso ”Dances with Wolves”), la vena netamente lírica del compositor británico parece casar como un guante en ese tipo de historias de trasfondo natural e interacción hombre-fauna, para las que la tradicional “edulcoración” melódica del de York conforma el acercamiento musical idóneo con el que potenciar la pretendida plasticidad de las imágenes. Con la base siempre presente de esta envolvente melodía principal, la partitura va discurriendo en una tonalidad lánguida, por momentos costumbrista, y sólo violentada por escasísimos instantes de tensión bien conducida.
A partir de aquellos bloques temáticos básicos, amén de algún que otro fragmento que servirá de pauta a seguir (como pudiera ser el contendido en “Semeyon“), la irrupción de Kaproff imprime una recia coherencia al score “mimetizando” su impronta hacia los más reconocibles recursos barrynianos, lo que supone un abrazo total a las cuerdas, el viento y, en esta ocasión, al sonido ocasional de una armónica que probablemente busque la cercanía del espectador para con ese pretendido carácter regional del relato (véase el tinte bucólico que imprime en “Williwa”). No obstante lo anterior, el compositor no se limita afortunadamente a actuar como un mero imitador del británico. Así, lejos de incidir en el simple “copy-paste”, particularmente en temas tales como “The Bridge” o “The Choice”, los seguidores de Barry podrán percibir una comedida “sofisticación” en ciertas armonías, que no son sino el resultado de la intervención exclusiva de un Kaproff que otorga mayor énfasis musical a este tipo de secuencias orientadas a la acción, utilizando una dinámica figura a cuerdas de tres notas en el caso del primer corte mencionado, y reservando un escueto pero efectivo contrapunto a metal en el segundo (con reminiscencias, por cierto, a un fragmento usado en el ”Krull” de James Horner). Esta predisposición del americano favorece sensiblemente la audición de la partitura, relajando de algún modo la típica linealidad del músico inglés cuando su música es escuchado fuera del marco visual del filme.
Para “Goodbye”, sin duda uno de los highlights del compacto y la escena del filme que mayor grado de emotividad requería (estando reservada, por tanto, a la paleta de Barry en solitario), la música se abraza de manera incondicional a los cálidos acordes del main theme, “estirados” de tal forma que es la propia orquestación la responsable de conseguir el clímax sensiblero in crescendo con el que concluye la cinta, justo antes de la intrascendente canción "Letting Go" escrita por el inseparable dúo John Barry-Don Black para los títulos de crédito. Aquel precioso epílogo no viene sino a ratificar las virtudes de un trabajo poco conocido para el aficionado medio (no así para los acérrimos del compositor británico, que tiempo atrás llegaron a pagar elevados precios por el LP original), pero que se erige, con la inestimable ayuda del menor Dana Kaproff, en una partitura destacada dentro de la escasa filmografía ochentera de John Barry, el mismo autor que caería definitivamente en picado a mediados de la década siguiente.
12-marzo-2009
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