Pablo Nieto
“No me gusta la música en las películas. Detesto ver a un hombre sólo en el desierto, muriéndose de sed, con la orquesta sinfónica detrás de él”. La contundencia del cine de John Ford encontraba también acomodo en lapidarias aseveraciones como la anteriormente referida. Toda una declaración de intenciones que sin embargo chocaba con la dedicación casi artesanal con la que los Newman, Herrmann, Freindhofer o Steiner, coetáneos del director, iban sentando las bases de un nuevo concepto de la música como arte y viceversa. Un ferrocarril cuyas vías iban a atravesar aquel desierto antaño silencioso e idílico para Ford, pero cuya belleza comenzaba ya a ser traducida a través pentagramas. Ideas musicales que como aquellos viejos trenes de carbón, provocaban una emoción nueva y diferente en cada nuevo viaje, dejando su impronta por medio de las infinitas columnas de humo que fueron interpretadas por las siguientes generaciones, hasta por desgracia, llegar un momento en que desaparecieron, convirtiéndose el tren en un elemento utilitario más, carente de emoción. Es en ese punto en el que se encuentra la música de cine en la actualidad. La era de las tecnologías ha simplificado hasta tal punto la labor del compositor, que éste ya no necesita recurrir al rastro del humo para crear, limitándose a que sea una máquina quien piense por él.
Sin duda Christopher Nolan debió asumir como propias las palabras de Ford, reemplazando el desierto por la soledad de sus personajes y la orquesta pura por la artificiosidad de los sintetizadores. Director responsable de proyectos como “Memento”, “Insomnia” o “El Truco Final”, que se presentan con un envoltorio musical aséptico, brumoso, carente de emoción, cuya labor parece más propia de cualquier ingeniero de sonido o especialista en fx que de un verdadero compositor (como fue el caso de David Julyan). Pero siguiendo con esta comparación (odiosa según se mire) entre Nolan y Ford, conviene no dejarse llevar por extremismos o frases para la posterioridad y concentrarse en los hechos. De este modo, en “Batman Begins” podemos encontrar retazos de la visión cinematográfica de Ford y su particular visión de las relaciones humanas, perspectiva que alcanza su clímax en este “El Caballero Oscuro”. Hablamos de una cinta, “El Hombre que Mató a Liberty Valance”, donde Ford trazó un triángulo de personalidades esencial en su exposición de la lucha por el poder: el nihilista sádico, el héroe clásico que se enfrenta al primero con sus mismas armas, y el nuevo héroe, que eleva la moral intuitiva a los principios éticos más abstractos; todos estos personajes giran alrededor de una mujer que debe elegir, tomar partido por alguno de los héroes.
Nolan toma prestado el argumento “fordiano”, retorciéndolo, inyectándole una sobredosis de deterioro psicopatológico. Gotham se convierte en un exacerbado manicomio, sofisticado, lujoso, sombrío, por el que deambulan un demente y genial homicida vestido de payaso que se hace llamar Joker, un fiscal noble y heroico, que no es más que una especie de Parsifal wagneriano, cuyo Santo Grial parece ser la búsqueda de la redención de una ciudad entregada a la miseria moral y política en la que ha caído y, claro, Bruce Wayne, Batman, un magnate de la era de la tecnología, pero también un niño bien cuya sed de venganza le lleva a disfrazarse cada noche de murciélago, armado por el arsenal destructivo más innovador, cuyo peso se equipara al sentimiento de culpa que lleva a cuestas.
¿Sin embargo, qué es “El Caballero Oscuro? ¿Es drama, crimen, romance, thriller, ciencia ficción...? Quizás es todo eso, o quizás un western sombrío y paroxista. Es un film apabullante, brutal, una lucha vitriólica entre el bien y el mal, algo más que un film de superhéroes y villanos. Una prueba a la resistencia humana, a la paciencia del espectador al verse reflejado en alguna de las vitales decisiones que los protagonistas, y los que no lo son tanto, tienen que tomar. Decisiones, que, volviendo a nuestro comentario inicial, en el caso de un film de Nolan, si eres músico están siempre condicionadas. Por eso la aproximación musical que hace Hans Zimmer de la saga, aderezada por el casi imperceptible toque de James Newton Howard, esté más próxima a las creencias del director, que a las de dos compositores que no tienen miedo a cruzar el desierto de Arizona mientras escuchan a una orquesta (o sintetizador, según se de el caso) dando cuerpo a las emociones, trasladándose en el espacio tiempo con una amplia paleta orquestal y buscando la complicidad del espectador y no la del editor de sonido.
Es el Comisario Gordon (Gary Oldman) quien en la moraleja del film pone nombre a la película hablando de “El Caballero Oscuro” al referirse a Batman. Sin embargo, la definición musical del personaje, el Know How del score, la armonía y la paleta orquestal, ya fue fijada en “Batman Begins” (cuyo estudio le invitamos a leer una vez más): su mundo tecnológico (“Macrotus”), sus pasiones (“Myotis”), su dolor (“Antrozous”), su tortura interna (“Lasiurus”), su guerra (“Molossus”). El trabajo ya estaba hecho, así que el objetivo de la pareja de compositores era, quizás, retratar el nihilismo del Joker. Un ser anarquista, histriónico, que bien podría haber salido de cualquier novela de Joseph Conrad, y cuya interpretación a cargo del fallecido Heath Ledger merece ser subrayada. Es Hans Zimmer el encargado de introducir el concepto musical del Joker, elaborando una propuesta alrededor de distorsiones de guitarra, percusiones obsesivas, ajeno a toda lógica reflexiva, inestable y en continua evolución, que no sólo se adapta como un guante a la descripción del asalto inicial que sirve de prólogo a la película (homenaje a ese clásico contemporáneo que es >“Heat” de Michael Mann, con partitura de Elliot Goldenthal que sin duda influye en la concepción de esta obra a cargo de Zimmer), sino también a la impredecible toma de decisiones del villano. El compositor alemán, padre musical de la criatura, no dudará en diseccionarlo a su antojo para distribuirlo por toda la partitura, buscando ese contrapunto ya no sólo a nivel estrictamente melódico sino también en cuanto a ritmo, diseño musical (aquí mucho tiene que ver Mel Wesson), orquestación y en especial, con respecto al color entregado al propio Batman (merece la pena destacarse el choque entre las guitarras y las percusiones del Joker con los metales in crescendo o el “fx” del vuelo de Batman).
Warner ha tirado la casa por la ventana con este score, llevando a cabo una estrategia de marketing sin precedentes, que encuentra su justificación en el monumental éxito del film y su desproporcionada taquilla. Así, en un primer momento editó la banda sonora en tres formatos: el cd clásico, el formato digipack y en una edición en vinilo destinada a coleccionistas nostálgicos. La sorpresa viene con esta edición especial de dos cds, el primero conteniendo la misma versión ya editada, y el segundo con cincuenta minutos de score no editado junto a cuatro remixes de temas del film bastante prescindibles. Sin duda, el aficionado tiene que estar de enhorabuena por este tipo de iniciativas, pero también sería de agradecer que se cuidaran más los detalles, y es que por ejemplo el libro de 40 páginas sólo contiene fotografías del film, omitiendo cualquier comentario de los compositores o análisis técnico del score.
El disco arranca con una suite del Joker que no podía sino tomar prestada su tarjeta de presentación (chascarrillo) favorita: “Why so Serious?”. Todo un trance pesadillesco de nueve minutos con los que Zimmer parece reivindicar su capacidad trasgresora, olvidada en los últimos años por culpa de un cierto acomodamiento profesional. Como la cosa va de suites, con “I´m not a Hero” entramos en el universo reservado a Batman, con vibrantes guitarras antes de dar paso a las cuerdas y metales que se encargan de introducir el leitmotiv de dos notas asociado al personaje, y que se sostendrá sobre una raíz de efectos electrónicos y agresivas percusiones que conforman la base armónica de todo el score. Y como no hay dos sin tres, es el turno de El Caballero Blanco en “Harvey Two-Face”. Otra suite, donde es en este caso James Newton Howard quien aporta su granito de arena construyendo un tema que capta eficientemente los valores del fiscal Harvey Dent. Un hombre de honda moralidad y sensibilidad (ahí tenemos el arranque contenido para piano y cuerdas) que toma partido contra el crimen organizado. El tema se robustece a través de los metales y una gran expresividad orquestal en su parte final, adquiriendo una presencia casi heroica. El final de esta pieza es una emocionante fusión entre el tema dramático de Batman y el heroico de Harvey Dent, una forma de identificar la unión que se establece entre los dos para lograr un fin común y dejar a un lado los demonios internos de ambos (tendrá su reprise en “Blood on my Hands”).
Al igual que en “Batman Begins” la entrada en escena del Batmovil servía para introducir el impactante tema de acción “Molossus”, este tema será la base del dinámico tour de force (pura adrenalina) que arranca en “Like a Dog Chasing Cars”, continua en “And I Thought My Jokes Were Bad” y nos lleva al clímax de la lucha entre el bien y el mal, del Joker contra Batman, en “Agent of Chaos” e “Introduce a Little Anarchy”. Sin embargo, será en la trágica elegía de “Watch the World Burn” donde la partitura alcance sus cotas emocionales más altas. El Fiscal Harvey Dent ha perdido la batalla contra el Joker, quien ha demostrado que todo el mundo es corruptible, siendo la transformación de Dent un buen ejemplo de ello. A través de las cuerdas, Zimmer da forma a la diatriba moral de Batman, a la trascendental decisión que está a punto de tomar, de nuevo en el precipicio, otra vez obligado a responder ante la sociedad por los pecados que ella misma ha generado, asumiendo como propia la degeneración del otrora incorruptible fiscal para salvaguardar su mito, o torturándose porque su lucha contra el crimen se ha cobrado dos nuevas víctimas: Dent y Rachel Dawes, su gran amor (y también el de Dent). Ese es el sacrificio de Batman, su leitmotiv vital. El epílogo de este primer disco, “A Dark Knight”, se presentaba como una apasionante experiencia de 16 minutos de duración en la mejor tradición zimmeriana de mediados de los 90. Sin embargo no cumple las expectativas y se convierte en una interminable oda monosilábica que acompaña los títulos de crédito sin aportar emoción alguna.
Vaya por delante que si un score merecía una edición completa, ese es “Batman Begins”, un trabajo mucho más compacto, sólido y hasta cierto punto original. Por desgracia, este segundo disco de “The Dark Knight” no aporta absolutamente nada nuevo a la anterior edición, a menos que los cincuenta minutos de atmósferas insanas y puramente incidentales sean del interés de algún aficionado insatisfecho. Añadamos a esto una segunda crítica y es que esta edición especial habría tenido mucho más sentido si los cortes se hubieran ordenado conforme a su aparición en el film. Así podríamos haber disfrutado cronológicamente del interesante “Bank Robbey (Prologue)” abriendo la banda sonora y no remezclado como parte de una suite, o de pasajes como “You Complete Me”, de gran fuerza emocional, precediendo al impactante “The Ferries”. Todo esto lo único que hace es mermar la valoración global final de un producto, que fuera del ecosistema del propio film, se resiente por su excesiva frialdad y cierto estancamiento con respecto a las ideas introducidas en algunos casos, y en otras inducidas, de su precedente. Un score que con el paso del tiempo será más un objeto de coleccionismo que un referente musical en la obra de sus dos creadores.
29-diciembre-2008
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