Miguel Ángel Ordóñez
La mujer y el amor, temas recurrentes en la filmografía del cineasta Francois Truffaut, configuran el núcleo central de una de sus películas más personales y autobiográficas, “L´Homme Qui Aimait les Femmes” (1977). Bertrand Morand es un ingeniero soltero y sin amigos que tiene verdadera obsesión por las mujeres. Alejado de cualquier atisbo machista, su relación con ellas alcanza la devoción: las conquista, las ama, las respeta y las admira, aceptando la provisionalidad y la necesidad de cambio, la belleza y la desproporción, sus opiniones y sus conocimientos. Un esteta del sexo femenino que no cree en el amor que dura para siempre. A su funeral, arranque de la película, asisten todas las mujeres que le amaron y conocemos su dependencia de ellas a través de largos flashbacks arrancados de un libro donde el propio Bertrand relata sus fantasías y experiencias.
Seis años más tarde, Blake Edwards afronta el remake americano de aquella cinta. David Fowler es un escultor de éxito que se enfrenta a una grave crisis de ansiedad. Indeciso e infantil, se ve atraído por todas las mujeres, por sus gestos, por sus andares y sobre todo por sus piernas. Gran amante y seductor, Fowler acude a una psiquiatra para contarle su problema: su dependencia de todas ellas, a las que adora y ama, le han originado serios problemas con el trabajo. En la consulta describirá sus experiencias sexuales y sacará a la luz los secretos de su pasado iniciando con el tiempo una relación con la psiquiatra. Edwards firma una cinta, a caballo entre el drama costumbrista, el erótico ligero (tan en boga en el Japón de los 70) y la comedia de enredos que se encuentra a años luz de su precedente, básicamente porque lo que aquella tiene de depurado intimismo, de poético retrato, aquí se convierte en prosa recargada y en insustancial refrito de géneros. Aún así, la película se observa con cierta simpatía gracias a su trasnochada atmósfera ochentera y a la indudable clase de Edwards para manejar el ritmo de la trama (105 minutos que no se hacen excesivamente pesados).
Vigésimo primera colaboración con el director (una más si incluimos el “Soldier in the Rain” de Ralph Nelson, en la que ejercía labores de guionista; dos si contamos su trabajo no acreditado en la bisoña “Operation Petticoat”), Henry Mancini opta por introducir en “The Man Who Loved Women” un doble sustrato musical centrado en el empleo de música diegética y propiamente incidental. La primera y menos interesante, a la que el compositor dedica buena parte del metraje, marca las transiciones de la historia, sitúa geográficamente el devenir de la historia (“Welcome to Huston”), o bien, se limita a acompañar a David en sus asechanzas amorosas: ya sea admirando las piernas de Agnes en el gimnasio (“F Minor Strech”), departiendo con Louise en una fiesta (“Texas Barbecue”) o declarando su amor a Marianne en un local veraniego (“Tequila Sunrise”, “Tequila Sunset”). Sólo en una ocasión Mancini traspasará la mera condición diegética de la música (ejerciendo de puente o nexo de unión con los componentes musicales destinados a mostrar emociones) para reforzar la angustiosa declaración de Agnes cuando comunica a David su próximo enlace matrimonial (la maravillosa “Blackie´s Tune”, una versión del tema de aquella para cuarteto de jazz). Es, sin embargo, en la aplicación y desarrollo de la música incidental donde Mancini va a aportar lo mejor a la película. No porque sus dos sencillos temas (el de “David” y el de “Agnes”), sobre los que edifica la partitura, constituyan una demostración palpable de su calidad musical, sino porque ambos esconden un interesante juego de metáforas y simbologías.
El “tema de David” se sustenta sobre dos frases a piano. La primera, una sucesión de tres notas graves, se asocian a su soledad e inestabilidad emocional (similares texturas servirán de presentación de la Lee Remick que recorre en su coche las calles de un barrio residencial de San Francisco, antes de enfrentarse a su captor, en “Experiment in Terror” o de la ciega Audrey Hepburn, aislada entre las cuatro paredes de su salón, en “Wait Until Dark”), la segunda, un lento y afrancesado encadenamiento de nueve notas (homenaje a la cinta de Truffaut), apela a su rol obsesivo de romántico seductor. Al fin y al cabo, lo que conocemos de David se muestra a través de los pensamientos de Marianne, su psiquiatra, experta conocedora de ambas facetas: su inseguridad y su capacidad amatoria. Con ello, Mancini retrata al empedernido amante a través de la visión que tienen de él las mujeres que le amaron (a través de los ojos de todas ellas, ya que Marianne se erige en portavoz durante el funeral), una mirada nostálgica no exenta de cierto tono ensoñador (aludido por el empleo de la electrónica) que representa un enfoque triste y evocador de un hombre que pese a su promiscuidad provoca un recuerdo cariñoso y espontáneo en cuantas mujeres pasaron por su vida (“Main Title”, “The Funeral”).
El denominado, ambiguamente, “tema de Agnes” hace referencia, en realidad, a todas las mujeres que desfilan por la cinta. A pesar de subrayar la entrada en escena del personaje (“Meeting Agnes”), dama con cuyo arquetipo fantasea David en su primera sesión con la psiquiatra, o incluso de acompañar su aproximación al hospital donde éste se halla accidentado (“Gathering of the Clan”), el tema, sin apenas variación, se ve aplicado a la relación de Fowler con Louise (“One More Time”) o apoya su fantasía sexual con dos mujeres (“Two On One”). De esta forma, Mancini logra que el tema (al igual que ha hecho con el de “David”) refleje, dentro de su nivel emocional paritario, la obsesión del escultor por todas ellas. Como resultado, Mancini ha construido dos temas de naturaleza abstracta, dedicados al Hombre y a la Mujer y a la representación que producen uno en el otro.
A pesar de la extrema sencillez que transpira su propuesta musical, Mancini logra un sólido trabajo – apoyado en ese plano teórico- que ayuda a unificar y dar veracidad al conjunto, en especial cuando en su recta final, dominada por un uso más convencionalmente romántico de la cuerda, consigue hacer pasar por verdaderas las nuevas emociones que en David provoca Marianne y que le conducen a su insólita propuesta matrimonial (la razón principal por la que la psiquiatra no se ve asociada al “tema de Agnes”). El empleo del sintetizador y la argumentación pop de ciertos pasajes ensombrecen un resultado final que demuestra ser deudor de los vicios de una época, los ochenta, que para bien o para mal marcan la trascendencia y vigencia de este “The Man Who Loved Women”.
1-septiembre-2008
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