Gorka Cornejo
Coincidiendo con el 20 aniversario de la Liberación de Paris por parte de los ejércitos Aliados, los escritores Dominique La Pierre y Larry Collins publicaban una novela histórica de inmediato éxito internacional que no tardó en convertirse en proyecto cinematográfico de coproducción franco-estadounidense. Con guión del reputado periodista y escritor Gore Vidal y un joven y prometedor Francis Ford Coppola, y dirigida por René Clément, una elección que traslucía la voluntad de los productores de vincular la película al universo del cine de autor más que al de las superproducciones mastodónticas de eficaz impersonalidad, “¿Arde Paris?” relata con detallismo e irregularidad de tono y escala (connatural a su planteamiento de producción: director-autor a la cabeza de un desfile de grandes estrellas del cine francés y norteamericano) las vibrantes últimas horas de la ocupación nazi de Paris, centrándose sobre todo en los esfuerzos de una Resistencia soliviantada por la incompetencia voluntaria del General alemán encargado de defender o, llegado el momento, destruir por completo la ciudad de la Luz, Dietrich Von Choltitz, hombre que, al parecer, al dictado de cierto revisionismo delirante, debemos respetar y agradecer por mostrar sus escrúpulos ante la orden terminante de Hitler, desquiciado por la certeza de haber perdido la guerra, de arrasar siglos de cultura occidental (no así por asesinar impunemente a miles de ciudadanos). Enfrentándose a sus superiores, el General Von Choltitz retrasó la orden de destruir Paris hasta que el ejército aliado le arrebató la ciudad y con ella el tener que tomar la decisión que su condición de militar cultivado en el amor por la arquitectura y la pintura (y el exterminio de judíos y disidentes) le hacía considerar desproporcionada e imperdonable.
La elección de Maurice Jarre como compositor de la banda sonora no resulta nada sorprendente teniendo en cuenta las características autóctonas que se requerían para dotar a la banda sonora de una cualidad casi de homenaje sentimental, ético y político a la gran capital francesa, pero no podemos olvidar que en 1966, Jarre disfrutaba del momento más dulce de su carrera, recientes sus extraordinarias aportaciones para “Lawrence de Arabia” (1962) y “Doctor Zhivago” (1965), y con un claro antecedente en el género de las superproducciones bélicas como “El día más largo” (1962), todo lo cual contribuía a considerarle no sólo especialmente apto y popular sino también el compositor de moda para las películas de qualité. Su aportación a la película, si bien es más que correcta en general, con momentos e ideas realmente sobresalientes, peca de ciertos errores de estrategia y excesos, sobre todo de ego, que no por comprensible, dado el momento que atravesaba su carrera, resulta menos autocomplaciente y criticable. La utilización de una orquesta tumultuosa de 102 miembros, entre los que figuran nada más y nada menos que doce pianos (ni cinco, ni ocho, ni trece), nos habla ya de una táctica por lo menos pretenciosa y grandilocuente que, no obstante, es en su aplicación y no en su naturaleza formal donde se desinfla notoriamente un planteamiento que sobre el papel parecía acertado.
Tres son los Temas principales de la partitura, identificando a los tres protagonistas colectivos de la película: una marcha militar dedicada a los alemanes, profusa en percusiones (los doce pianos famosos hacen aquí su aparición más destacada) y de corte poderoso y triunfal, si bien calculadamente deshilvanado, como correspondería a una máquina de guerra espectacular pero condenada al fracaso; una segunda marcha, de aire más jocoso, optimista y desenfadado, dedicado a la Resistencia, auténtica protagonista tanto de la película como de la partitura; y por último un vals dulce y romántico que equivale al leit-motiv de la ciudad de Paris. El primer acierto de Jarre es crear temas dedicados a entidades colectivas, nunca individuales, algo que beneficia a una película por donde campan tantos y tantos personajes secundarios (muchos de ellos no sólo de única y breve aparición, sino interpretados por conocidísimos actores –la mejor, sin duda, por pasar tan inadvertida y por la pura emoción que transmite, como siempre, es Simone Signoret- que provocan el efecto desagradable de romper la sensación de veracidad documental que pretende y logra Clément con su acertada puesta en escena a medio camino entre cierto manierismo de estilo y el espontaneísmo periodístico), contribuyendo a simplificar la interpretación emocional e ideológica de la película. Gracias a la combinación (que implica sustitución) y en ocasiones la fusión (que implica enfrentamiento, simultaneidad) de estos tres Temas, como se escucha en la “Overture” con que se abre la edición discográfica, el compositor logra ofrecer una versión musical de la lucha física entre el ejército regular alemán y la heterogénea mezcolanza de grupúsculos para-militares, políticos, gubernamentales y ciudadanos que conformaron la llamada Resistencia (heterogeneidad suprimida gracias al empleo de un único leit-motiv colectivo que apela al objetivo de los esfuerzos, eliminando las a veces abismales diferencias, casi irreconciliables, que separaban a muchos de estos grupos), así como del escenario en que ocurre todo, esa ciudad legendaria cuya supervivencia pende de un hilo y de la que emana, sea cual sea la dramática situación que le toque vivir, un espíritu alegre y preciosista (inevitable el acordeón) como corresponde a una entidad que permanece por encima de toda contingencia.
El mayor problema se deriva del Tema de la Resistencia, de su aplicación constante, sobre todo a lo largo de la primera mitad de la película, y de su naturaleza formal y del espíritu que pretende evocar. Está claro que lo que busca Jarre con este Tema es describir la lucha por la libertad, anticipando el sabor de la victoria mediante una marcha vehemente, justa, armónica y bienintencionada. Es evidente también que se trata de una certera composición, absolutamente efectiva en muchas escenas donde se muestran pequeñas victorias, apenas unas escaramuzas (como por ejemplo la toma de la Prefectura de Policía), con las que, poco a poco, la Resistencia se va haciendo cada vez más fuerte, si bien en realidad nada importante ni definitivo pudieran hacer salvo esperar la llegada de los Aliados, comandados por el General Leclerc: cumple a la perfección el objetivo de convertir en la inteligencia emocional del espectador esas pequeñas victorias en grandes pasos hacia la liberación. Sin embargo, en otras muchas escenas de transición, en las que vemos tanto a los nazis como a los miembros de la Resistencia preparando sus planes de ataque y de defensa respectivamente, Jarre, quizá obligado por los máximos responsables de la película (los abundantes cortes a tijeretazos audibles en la banda sonora a lo largo del film podrían ser rastros de una redistribución musical realizada sin el total consentimiento del compositor), retoma sin cesar la misma melodía, dotando de su connatural tono jocoso y divertido, más propio de “La gran evasión” (el parecido formal con su tema principal es bastante notable), a escenas que resultan inmediatamente ridículas por estar rodadas y planteadas en un tono diferente, más serio y dramático. Por si fuera poco, durante el primer tercio de la película encontramos varias secuencias especialmente trágicas (la del traslado de los presos políticos en trenes de ganado, entre los que se encuentra un líder de la Resistencia que acabará brutalmente asesinado, y la de la masacre de los estudiantes) que no llevan música: en sí mismas son secuencias perfectas, de una contundencia y un lirismo visual realmente sobresalientes, pero rodeadas como están por las citadas escenas de transición, equívocamente travestidas por el divertido Tema de la Resistencia, provocan una sensación de conjunto deslavazado y confuso por la mezcla de tonos que quizá se hubiera paliado de contar con un material musical expresamente dramático o trágico, del que está exento por completo la partitura del francés. Al optar por el silencio en los momentos más dramáticos, Jarre sólo potencia la idea de una victoria inminente, casi de un juego épico, de aventura, algo que la extrema brutalidad de dichas secuencias desmienten de tal modo que casi parece hiriente y mordaz cada nueva repetición del tema, sin siquiera un atisbo de la lógica repercusión que sobre ella hubieran debido provocar.
Este desajuste se ve sustancialmente corregido a partir de la segunda mitad de la película. La inminente llegada de los ejércitos aliados inspira en Jarre un cambio de tercio que se traduce en la introducción de diversos temas secundarios y motivos alternativos que oxigenan su planteamiento musical y contribuyen a que sus principales leit-motivs recuperen la carga emocional e intelectual con los que fueran concebidos. Especialmente brillante es la marcha que comienza a escucharse en “The Barricades” y que intoxicará de entusiasmo tanto al ejército de Leclerc (quien, por cierto, recibe el único tratamiento individualizado de toda la partitura, no en forma de un tema propio pero sí con una variación especialmente elegíaca del Tema de la Resistencia, como corresponde, quizá, a toda una leyenda para los franceses) como a los ciudadanos de Paris, así como el juego de referencias a himnos popularmente muy conocidos, tanto franceses como norteamericanos, con los que Jarre acompaña la aproximación de los Aliados (una combinación de fuerzas de ambos países) a Paris, pasajes donde el compositor se muestra muy inspirado rítmica y armónicamente. Finalmente, para cuando llega la tan esperada (y en exceso anticipada) liberación de Paris y la triunfal toma de posesión del poder de la República por parte del General De Gaulle, el Tema de la Resistencia se muestra insuficiente, agotado, además de incongruente (ya no hay nada contra lo que resistir) y Jarre opta por potenciar la exacerbación triunfalista del vals dedicada a Paris, ilustrando el definitivo restablecimiento de la normalidad cívica y espiritual.
La edición discográfica de la banda sonora que ahora se reedita (con ligeras novedades en su libreto) está estructurada en dos grandes suites, resultado de un impecable trabajo de edición musical, una obertura y una versión tipo single del vals de Paris (que se convirtió en un tema muy popular en diferentes versiones, incluso en forma de canción). Como disco, al margen de los desajustes en su coexistencia con las imágenes, se trata de una experiencia altamente satisfactoria, con muestras más que suficientes de un Jarre totalmente entregado, audaz en muchos de los juegos armónicos y rítmicos a los que se ve obligado cuando intenta mezclar en una confusión intencionada los ingredientes genéricos de los que se vale para hacer de este reportaje histórico un canto a la libertad y la democracia. Muy poco después vendrían los jóvenes burguesitos del 68 a recordar, adoquín en mano, que De Gaulle el Deseado ya no lo era tanto.
31-julio-2008
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