José-Vidal Rodriguez
Coincidiendo en aquel 1986 con otro megahit rompetaquillas como fue ”Top Gun” (el filme de Tom Cruise fue estrenado cinco meses después), el director canadiense Sidney J. Furie, quién un año más tarde rodaría la infame ”Superman IV”, se ponía tras la cámara para tratar de dar forma a ”Iron Eagle”, una imposible historia de combates aéreos en Oriente Medio, con un joven que no llega a la veintena (la fugaz estrella Jason Gedric) aprendiendo en tan sólo tres días a pilotar todo un F-16. Con la ayuda de Chappy (Louis Gossett Jr.), Coronel del Aire en la reserva, se lanza a los mandos del aparato a rescatar a su padre, derribado en territorio hostil y sentenciado a muerte por el tirano árabe de turno. Una trama, como vemos, evidentemente destinada al público juvenil, cuyo éxito originaría la aparición a fecha de hoy de hasta tres secuelas.
Basil Poledouris, en su afán por asentarse definitivamente en el merecido peldaño de compositor referencia de la década, se enrola aquí en un proyecto comercial cuyos resultados, sin embargo, no hacían honor a su por entonces creciente caché dentro de la industria. Es curioso, porque en aquel 1986 sólo firmaría esta partitura para la gran pantalla (amén de otra pequeña colaboración para televisión), cuando poco tiempo antes había copado su agenda con encargos tales como ”Protocol”, ”Red Dawn” o el espléndido score escrito para ”Flesh & Blood”.
A diferencia de lo acontecido en otras ocasiones, Poledouris parece contagiarse de la banalidad argumental de este ”Iron Eagle”, componiendo a la postre una partitura irregular y funcional a partes iguales; efectiva sin duda dentro del contexto de la cinta, pero musicalmente a años luz de su calidad ya demostrada por aquellos años. Y es que estamos ante un álbum que acaba por dejar en el oyente una absoluta sensación de indiferencia, además de despertar la duda acerca de si Poledouris realmente puso el empeño necesario en su elaboración, o simplemente se dejó llevar por la desidia de una película de entrañables recuerdos para una generación de espectadores, pero de deficiente enjundia fílmica. De esta forma, como trabajo menor del autor que es, resulta hasta cierto punto sencillo delimitar los defectos de una partitura la cuál, a pesar de contar con un intachable acabado sinfónico asentado en las dignas orquestaciones de Steven Scott Smalley, deviene en ciertamente monótona (algo impropio en un autor que solía manejar con suma solvencia el género de acción).
El principal hándicap de la obra no es otro que la marcada impresión de hallarnos ante una partitura excesivamente monotemática y carente de la suficiente progresión. Efectivamente, Poledouris confía a un sólo tema el peso sonoro de gran parte del encargo, limitándose durante sus poco más de 30 minutos de duración (el resto de cortes no son sino versiones alternativas y source music, incluidos para alargar el álbum hasta casi una hora), a repetir dicho tema, reversionarlo y desgranarlo en constantes rendiciones más o menos aparentes, siempre dentro del marco de unas formas solventes, pero que en definitiva no tratan sino de disimular la notoria ausencia de un mayor reparto temático. Más que nunca podríamos hablar de un motivo central, cuyo auténtico abuso llega a convertirlo en prácticamente exclusivo -y excluyente-.
El tema en cuestión, no es otro que la marcha que sirve de introducción a la cinta en los “Main Titles”. Frase ésta atinada, de evidente calado patriótico, que sin grandes alardes resulta por el contrario abiertamente eficaz en su comunión con las escenas iniciales de aquella pareja de imponentes F-16s en formación. Esta idea musical no solo servirá de hilo conductor al grueso de la historia (algo lógico, como forma de enaltecer el valor del joven protagonista y de su mentor, el Coronel Chappy), sino que Poledouris terminará por recrearse en exceso en sus acordes, aplicando los diversos segmentos del tema para prácticamente todas las situaciones y roles del filme, perdiendo de esta forma su capacidad de interacción con el espectador.
Que me entienda el lector: el recurso monotemático no resulta per se un defecto achacable a toda partitura para el cine, pues existen abundantes ejemplos de gran utilización del mismo; pero cuando sólo un tema parece describir toda una trama, y cuando el mismo no progresa con un adecuado envoltorio armóníco que mitigue su reiteración, es entonces cuando aquel legítimo recurso musical se convierte en un arma de doble filo la cuál conduce, de manera inexorable al presente trabajo, a través de los cauces de lo francamente rutinario.
Bien es cierto que un leve leitmotiv electrónico (dedicado a los captores del padre del protagonista y, por tanto, tratado desde una sinuosa apariencia arábiga), se vislumbra como pieza ajena a la excesiva aparición de aquel main theme; pero tanto su calidad como su significación en el conjunto de la partitura, no dejan de resultar más que discutibles (“Ted On Trial”, “The Gallows”).
Si la música incidental ya adolece de por sí de una indefinición palmaria, y un calado monotemático impropio en la pulcra impronta poledouriana, la utilización que de la misma se hace en el montaje final de la cinta, acaba por echar por tierra los planteamientos iniciales del compositor. Si estamos ante un score de escasa media hora, concebido para una película de casi dos, es por la sencilla razón de que la música rock copa gran parte de su metraje (con temas muy populares de Queen o Katrina & The Waves, los que precisamente conformaban el único álbum oficial hasta la fecha). Canciones éstas que llegan incluso a sustituir algún que otro corte incidental de los que ahora se presentan íntegramente. De hecho, Poledouris intenta en algún fragmento (el “Think You Can Handle The Music?”), contextualizar su música -y de nuevo, el tema central- a ese ambiente pop/rock tan arquetípico de la época; un intento que se quedó simplemente en eso, al ser reemplazado en la secuencia para la que fue concebido.
Aun cuando la presente edición pueda tener interés para el cúmulo de acérrimos seguidores del gran músico de Kansas, ávidos por completar su discografía con obras inéditas, mucho me temo que este ”Iron Eagle” no pasa de constituir uno de los más olvidables encargos del Poledouris de los 80. Un trabajo con puntuales virtudes, y que sería injusto calificar como absolutamente errático (no dudo que los condicionantes antes aludidos, influyeron en la inspiración del autor), pero que en resumidas cuentas, aportará bien poco a ese otro grupo de aficionados más preocupados por el verdadero empaque artístico del compacto, que por su sempiterna cualidad de ”limited edition”, tan apetitosa por otro lado para una futura especulación.
24-julio-2008
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