Gorka Cornejo
Desde “El sexto sentido”, su largometraje fundacional, el cine de M. Night Shyamalan habla siempre de los miedos que atenazan al hombre y de lo que éste debe hacer para superarlos y ser libre. Estos miedos han adoptado múltiples manifestaciones, pero todas ellas son sintetizables en una cosa: lo desconocido. El niño de “El sexto sentido” debía superar el terror que le generaba su virtuosa capacidad para contactar con los muertos y la responsabilidad que adquiría para con ellos en la definitiva curación de las heridas que no se cicatrizaron en vida. “Unbreakable” era la historia de un hombre que vence una crisis existencial cuando toma conciencia de su significación en el mundo, que supera la barrera de la autocompasión y la cobardía y se enfrenta a su auténtico yo, a su destino como parte integrante y actuante de la sociedad. Los belicosos extraterrestres de “Señales” no eran sino una metáfora evidente de las fuerzas destructivas que amenazan al ciudadano occidental conminándole a retomar unas coordenadas vitales constructivas, por qué no espirituales, ante la progresiva deshumanización y sonambulización de la sociedad del consumo y el bienestar. Con “The Village”, Shyamalan exploraba los terrores colectivos, la inutilidad de ciertas utopías y la necesidad de abandonar la cálida comodidad de los mitos y afrontar la realidad tal y como es, a pesar de los peligros y las propias limitaciones. Finalmente, tanto “Lady in the Water” como “The Happening” se centran en la desorientación que invade al hombre moderno cuando se enfrenta a lo científicamente inexplicable: en aquélla el director experimentaba con la confrontación entre realidad y fantasía, ridiculizando la vacua pomposidad con la que el hombre pretende saberlo todo y da la espalda a ideas altruistas que nuestro raciocinio materialista ha aprendido a despreciar por ingenuas; en su última película se centra en las fuerzas de la Naturaleza, la bestia a la que el hombre cree haber domesticado y que en breve nos demostrará lo rápidamente que podemos volver a condiciones pre-neolíticas de supervivencia.
Esto es lo que un servidor observa en las intenciones de un cineasta que, sin embargo, no siempre está a la altura de sus pretensiones, y especialmente en esta última producción, la más decepcionante de todas, quizá por presentar un arco argumental más parco de lo habitual, quizá por la ausencia casi total de personajes interesantes y la apropiación por parte de los actores de unas poses más cercanas al cliché premeditado que a la magnífica dramaturgia hasta ahora desarrollada por Shyamalan en sus anteriores películas (equilibrio perfecto entre las técnicas naturalistas propias del cine europeo y la supeditación a la puesta en escena característica de autores –tan dispares- como Hitchcock o Ford). El caso es que “The Happening” pasa como un suspiro, con sus buenos momentos, sus imágenes impactantes, sus set-pieces típicamente Shyamalan, pero sin peso, sin fuerza dramática suficiente. Y cuado al guionista le falta peso el director pierde contundencia y se le notan más los defectos. La tendencia al mensaje ético, político o espiritual claro y cristalino que, si bien presente desde sus primeras películas “Praying with Anger” y “Wide Awake”, viene siendo enfatizada últimamente (acompañado de cierta peligrosa egolatría autoral en la metalingüística “Lady in the Water”, aquí minimizada a Dios gracias), pierde en interés lo que gana en preeminencia cuando el director no acierta en dotar al relato del suficiente aparato escénico y dramático, puramente cinematográfico, de género, que soporte como armazón estructural el tonelaje de la moraleja: lo que salvaba la voluntad metafórica de “The Village” era precisamente su apariencia de película de terror, de cuento de hadas gótico, que iba despojándose de McGuffins hasta revelar su miserable condición de mentira urdida por una comunidad de hombres y mujeres terriblemente asustados; en “The Happening”, el esquematismo de su planteamiento argumental y el esbozo raquítico de los personajes dejan ver el costillar de la metáfora a un nivel superficial, sustituyendo poesía por tendenciosidad, aunque sin caer en el panfleto maniqueo y desorientado del reciente remake de “La Niebla” efectuado por Frank Darabont, película con la que no deja de tener relación el último invento de Shyamalan. La poética libertad que como director desplegó en su espléndida “Unbreakable”, tan ceñido a un patrón de thriller casi noir como “El sexto sentido” pero mucho más imaginativo en sus promiscuidades con otros géneros como el fantástico o el drama, se ve aquí trasmutada en parquedad maquillada de espontaneismo, cuando no en una alarmante pobreza visual sólo momentáneamente desmentida. Así, en lugar de una experiencia aterradora que dejara como poso en el espectador una lección sobre la conducta del ser humano, “The Happening” es una insuficiente aproximación más preocupada en la continuación de lo que el público espera de Shyamalan que en la construcción de un discurso realmente autónomo y convincente.
Ya se sabe que cuando se trata de una película de Shyamalan, el innecesariamente irregular James Newton Howard suele dar lo mejor de si mismo. “The Happening” no es una excepción, aunque tampoco vaya a convertirse en uno de los títulos más relevantes de su excepcional colaboración. Y no porque a este trabajo le falte ni le sobre nada, sino porque el aficionado acabará siempre prefiriendo aquellas colaboraciones que además de correctas o adecuadas, posean elementos puramente musicales más “disfrutables” (lo de siempre: melodías hermosas, grandes temas de acción, etc.). Y no es que “The Happening” no tenga nada de extraordinario, pero tiene en su mejor cualidad, la sobriedad, la garantía de quedar para siempre como una obra menor. Hago hincapié en que Howard da lo que la película necesita, sin las extralimitaciones propias de inexpertos o egocéntricos, porque eso mismo habla ya de la seriedad profesional con la que Shyamalan y su músico abordan cada nuevo proyecto. Aunque el evidente talento del director y guionista falle o se deshinche de vez en cuando, nunca lo hace su instinto narrativo, una de cuyas más acabadas manifestaciones es su conocimiento de las posibilidades de la música.
Al contrario que en “The Village” o “Lady in the Water”, en las que Howard debía construir musicalmente sendos mundos paralelos, puramente ficticios (lo que daba pie a la creación de unas partituras muy ricas en expresividad y vehemencia constructiva), el trabajo del músico en “The Happening” debía centrarse en pocos elementos: principalmente se trataba de hacer que el enemigo de los protagonistas, aquello de lo que huyen y se defienden a lo largo de la película, tuviera una presencia física en el relato, tarea que tiene su aquél, ya que Shyamalan consigue hilar lo suficientemente fino como para distinguir que el peligro, la amenaza, no es la Naturaleza en sí, o las plantas en concreto, sino cierto “cambio de chip” (si se me permite la expresión), azaroso y arbitrario, que les lleva a defenderse de los humanos con una agresividad más propia de terroristas profesionales. La causa de la pesadilla en la que se ven envueltos el insoportable Mark Wahlberg y la cerúlea Zooey Deschanel, el “malo” de la película, es por tanto invisible: a falta de una aleta de tiburón, Shyamalan sólo puede representar las consecuencias de los ataques, y a lo sumo el viento, que tampoco se ve pero se nota cuando mueve las hojas de los árboles y los cabellos. La ilustración musical de este inasible enemigo está diseñado en base a dos motivos diferentes, casi siempre expuestos al mismo tiempo, simples a más no poder, como corresponde a una entidad básica y carente de pensamiento y de complejas motivaciones: en primer lugar Howard emplea un motivo para piano, repetitivo y constante, que denota misterio pero no maldad, como si expresara la potencialidad desconocida de las fuerzas de la Naturaleza, siempre alerta, siempre impredecibles; en segundo lugar, encontramos otro motivo, éste sí ominoso y temible, de tres notas (generalmente en los metales), con el que Howard expresa la apocalíptica capacidad destructiva de la quisquillosa población vegetal.
Sirviéndose de ambos según sea la intención de la escena, a veces como descripción de lo desconocido e incompresible, otras veces para construir poderosas piezas de terror, con profusión de agitatos en las cuerdas y puntuales aderezos de percusión tribal (¿alusión a la progresiva destrucción de la civilización moderna y el descenso del hombre a condiciones más primitivas?), Howard sitúa en medio de este planteamiento otra música totalmente diferente, melódicamente imprecisa, discursiva, con la que pretende ilustrar a los protagonistas y al género humano en general, atrapado en una situación muy simple, brutalmente simple, ante la que es incapaz de hacer nada. Esta música viene caracterizada por un chelo solista (interpretado por Maya Beiser), buena elección ya que se trataba de describir la debilidad del ser humano ante una eventual venganza de la Naturaleza; la sonoridad del chelo, cercana al lamento, permite a Howard compadecerse de los protagonistas, llegando a arroparles en contadas ocasiones con algo parecido a un abrazo reconfortante (“Jess Comforts Elliot”), todo lo más que pueden hacer entre ellos dada la situación. Es interesante comprobar que habiendo delimitado estos tres materiales musicales, Howard se permite un juego de interacciones y repercusiones que lejos de confundir enriquecen su planteamiento: así, el compositor hace que el chelo interprete ambos motivos dedicados a la Naturaleza, permitiendo que desarrolle pequeñas variaciones (extensiones que parten del material original), lo cual contrasta con el tratamiento siempre idéntico (en construcción y orquestación) que dichos motivos reciben cuando funcionan como leit-motivs del enemigo.
Y así, entre la liviandad del ser humano y la brutalidad de la Naturaleza confabulada para acelerar el fin del mundo, Howard construye una partitura exacta, fiel a los principios estéticos desarrollados junto al director (no es difícil encontrar ciertos parecidos con fragmentos de sus anteriores trabajos, como “Unbreakable” o sobre todo “Señales”, con la que comparte no pocos elementos de su planteamiento musical). Magníficos momentos de terror (el final de “Central Park”, el mini-ostinato herrmanniano de “Mrs. Jones”) se combinan con otros pasajes más dramáticos y desoladores donde despunta el interesante empleo de la trompeta solista para describir la parálisis de toda una civilización, la soledad del ser humano ante una situación de crisis colectiva (ciertamente similar a la estrategia seguida por el propio Howard en “I Am Legend”).
Como viene siendo habitual, la película camina hasta una catarsis final que en manos de Howard se convierte en lo más parecido a un claro en un cielo cubierto de nubes. Tendencia natural, querencia personal o esclavitud para con lo que se espera de él, lo cierto es que Shyamalan empieza a pecar en exceso de este tipo de estructuras, si bien en ésta ocasión se permite un cierre en falso, rápidamente desmentido con la típica coda o epílogo del comienzo de una nueva pesadilla. El corte “Be With You” será el preferido por muchos dado este carácter de apertura de horizontes sonoros con respecto al planteamiento del resto del score: el chelo se vuelve cálido, las cuerdas son capaces de construir algo parecido a la esperanza, pero siempre presente, el motivo de la Naturaleza (en el piano y en el chelo) nos recuerda que el peligro sigue existiendo, que el equilibrio de la supervivencia es tan posible como quebradizo. Un amago de tema resolutivo, una variación resplandeciente del motivo principal a piano, lleva el relato a su conclusión, por más que en el citado epílogo se nos quiera volver a asustar, no vaya a ser que cuando volvamos a casa se nos olvide separar la basura en bolsas diferentes. El magnífico “End Title Suite” permite a Howard despedirse con una bienvenida traca final (soberbia esa acumulación de ritmos sincopados) que figura entre lo mejor que le hemos oído últimamente.
2-julio-2008
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