Miguel Ángel Ordóñez
Brad Anderson (“Session 9”, “Next Stop Wonderland”) es el responsable de uno de los films más sugerentes del 2004. “El maquinista” aborda el tema de la locura, de la culpa desde una perspectiva repleta de guiños cinéfilos. Si su tono narrativo y hasta estilístico bebe de las fuentes del “Terciopelo Azul” de Lynch, en cuanto recreación de un mundo sórdido que cambia la visión que del exterior tiene su protagonista, Trevor Reznik (Christian Bale), su acercamiento al insano aspecto del mismo, le emparenta al “Spider” de Cronenberg. Planteamientos supuestamente acordes al moderno concepto de autor, que requieren de un giro argumental final perfectamente orquestado, como resultado de sus “necesarios” aspectos comerciales. Lo realmente curioso resulta ser el tratamiento musical de este descenso a los infiernos, que al ser narrado en primera persona envuelve desde una perspectiva enfermiza tanto al público como a su protagonista. En este apartado las referencias a las que acude Roque Baños son el Herrmann de “Vertigo” y el Rozsa de “Spellbound”, en una partitura de sabor clásico-vanguardista que milimétricamente se ajusta a la narración y que acaba mostrándose como una parte más del personaje, un ejercicio de autorreflexión que acompaña los brotes psicóticos de Trevor Reznik y que desde su perspectiva turbia y ensoñadora, se agita a medida que el protagonista se acerca a la verdad como superación de su amnesia. La música como forma de terapia.
Como hiciese Rozsa en la citada “Recuerda” (1946), Baños acude al theremin, tocado por la virtuosa especialista rusa del Moscow Theremin Center, Lidia Kavina, como instrumento al servicio del elemento amnésico de Reznik, como retrato de una doble personalidad que el protagonista se encarga de matar en la sorprendente escena inicial de la película (“Trevor´s Lair”), punto de partida en la búsqueda de su propio yo. El uso del theremin acompaña esa búsqueda en la práctica totalidad de los cortes de la edición, hasta que la verdad le es desvelada.
El score gira, básicamente, alrededor del universo Herrmann con el uso de fríos scherzos en la cuerda y sesgado empleo del metal (“Family Photos”, “Underground Scape”, “Route 666”, “Where is My Waitress?”, “Ivan Kills Nikkolash?” y la segunda mitad de “Looks Like Rain”) a modo de advertencia cuando Reznik se ve enfrentado a la realidad a través de las mentiras que el mismo crea. Estos son los temas mas violentos del score y en los que Baños emplea toda su imaginación y talento, muestra clara de que es el valor más sólido que ha dado este país en muchísimos años.
Junto a ellos, la partitura se mueve en terrenos mas introspectivos donde el compositor aborda la locura con utilización de instrumentos solistas, en especial el violín y el viento-madera, de una manera mucho más compasiva (“Mother´s Day”, “Steve´s Care”). Es aquí donde Baños, como ya hiciese Shore en su infravalorada “Spider”, enfrenta al protagonista a los mecanismos de su propia soledad, a las marcas de dolor que reflejan su cuerpo, al sufrimiento de su insomnio y a la emergente inconsistencia de su mente, empleando toda su capacidad de análisis en pasajes atonales turbios y brumosos (“Posted Notes”, “Sleeples”), punzantes y enfermizos (“Chassing”).
El sentimiento de culpa acumulado en días y noches de insomnio se ve finalmente superado con la confesión personal de Reznik al enfrentarse a su propia locura. El tema asociado a la salvación, a través del metafórico sueño que le invade, ya anticipado en “Miserable Life”, surge al final del viaje. Baños lo muestra con un elegíaco solo de violín en “I Know Who You Are”, desarrollándolo brevemente para cuerda en el epílogo, “Trevor in Jail”.
Baños logra una obra madura, de gran consistencia, donde ningún elemento está dejado al azar. Una reflexiva y lúcida visión de los miedos internos, de la autodestrucción y del autoengaño, un score que transita por las arenas movedizas del subconsciente y que te atrapa con su aparente desnudez, como Reznik queda atrapado en su delgado y mortuorio aspecto.
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