Pablo Nieto
Que John Powell tiene un talento especial para generar música es obvio y que su romance con la animación nos ha dejado obras apreciables, también. Baste echar un vistazo a su legado para Dreamworks (“La Ruta Hacia el Dorado”, “Chicken Run”, “Shrek”), para la Fox (“Robots”, “Ice Age 2”), o para Warner (“Happy Feet”). Por desgracia la tercera evidencia es mucho menos positiva, y es que el compositor británico está perdiendo parte de la magia, de la frescura, que le ha acompañado en los idílicos cinco últimos años.
“Horton, Hears a Who!” es su última propuesta. Un score alejado de su media habitual, pero superior a la innombrable “Jumper” o a la anodina “Stop-Loss”, trabajos ambos, totalmente prescindibles y más propios de cualquier jovenzuelo entregado a la causa de los Estudios (“que la música no llame la atención”), antes que reflejar la natural preocupación del creador, de generar valor e inventiva. Fantasía que no le faltó al Dr. Theodor Seuss Geisel, natural de la “Simpsoniana” Springfield, uno de los grandes creadores de la literatura infantil americana del siglo pasado. El Dr. Seuss escribió la mayoría de sus libros siguiendo una teoría métrica, formada por cuatro unidades rítmicas, que en ocasiones hacía inteligible el contenido de su mensaje. Quizás por ello complementaba sus historias con dibujos y caricaturas. De hecho, sus caricaturas durante la guerra criticando el racismo contra los judíos, o ridiculizando a Hitler y Mussolini le dieron un importante reconocimiento. Después, lo que son las cosas, sus tendencias políticas de izquierda le situaron en el punto de mira como sospechoso de comunismo. Aún así, fue Jefe del Departamento de Animación de la Primera Unidad de Películas de las Fuerzas Armadas de los Estados Unidos, donde llevo a cabo varios cortos de animación, obteniendo incluso un Oscar en 1950 por el cortometraje “Gerald Mc Boing Boing”.
Sus historias, surrealistas en cuanto a desarrollo y planteamiento, con sus constantes juegos de palabras y sus trazos curvos, despertaron la imaginación de millones de lectores americanos, potenciando la defensa del medio ambiente y la formación personal desde el respeto a los demás de los más pequeños. Tras “Cómo el Grinch robo la Navidad” o “The Cat in the Hat”, nos llega ahora este “Horton Hears a Who!”. En esta ocasión, el protagonista es un imaginativo elefante, un animal parlanchín que un buen día oye una débil vocecilla, proveniente de una mota de polvo, que pide auxilio. En sus ansias por ayudar acaba en “Villaquién”, un lugar mágico y feliz donde no existen problemas. Sus habitantes, los “Quien”, unos seres microscópicos que están bajo el mando de un alcalde, pintoresco personaje (idéntico en rasgos al universo de “El Grinch”), que entablará una especial amistad con Horton.
La partitura de Powell, se inspira sin duda en la locura que persigue los relatos del Dr. Seuss. Sin embargo, no hay control, no hay una línea argumental clara en la propuesta de Powell. El mickeymousing convierte lo incidental en aburrido, desaprovechando importantes aportaciones como las de su notable tema central, con predominio de los metales y que funciona como alter ego del propio Horton. Lo peor de todo es que la partitura crea unas expectativas altísimas en sus cuatro primeros temas. “Fall From Tree” “Cave of Destiny”, “Jungle of Nool” y “Horton Takes a Luxurious Bath” no suman entre ellos más de cuatro minutos, pero son suficientes para revelar al Powell que siempre hemos conocido, dinámico y vivaz, enérgico y arrollador, inventivo. Minutos de alta calidad musical, ahogados en los treinta restantes de un interminable score de sesenta minutos de duración.
Y es que, y por desgracia, se sigue persistiendo en la moda de editar todo, copiar y pegar los cortes musicales del film en un disco, sin tener en cuenta que no es lo mismo “la música para cine” que “la música de cine”. Cada diez cortes, el score pierde media estrella en su calificación final, en su interés. Si el leitmotiv deja de parecernos novedoso, la paleta de colores de Powell se revela como redundante y anacrónica, dando la impresión el conjunto de pasar del todo a la nada.
A pesar de estos serios errores de concepto, este interminable trayecto hacia el vacío de la pérdida, hacia el hastío de la abundancia, requiere de una serie de paradas recomendables. Aportaciones que rozan la corrección, como el sinfonismo de “Mountain Chase” o “Symphonophone”, así como el agradecido finale de “Jojo Saves the Day”. Al menos eso nos queda.
23-abril-2008
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