Miguel Ángel Ordóñez
La primera de las colaboraciones entre el director británico Michael Winner y el actor Charles Bronson, da como resultado una cinta discreta, pero indudablemente entretenida, que reflexiona sobre el racismo, la crueldad y la violencia sin sentido. Chato (Bronson), es un indio mestizo que vive entre la fidelidad a la cultura de su tribu y su atracción por el mundo de los blancos. Un día mata en defensa propia al sheriff de un pequeño pueblo y sus habitantes forman una cuadrilla de trece hombres, encabezados por el sanguinario Quincy Whitmore (Jack Palance), antiguo soldado confederado, con el objetivo de ahorcarle. Consciente de esa caza sin escrúpulos, Chato les irá conduciendo al lugar donde mejor se desenvuelve: un árido y salvaje desierto donde las inclemencias del terreno serán capaces de causar los mismos estragos que las armas de fuego.
Sujeta la filmografía de Winner a la mediocridad más absoluta (especialmente junto a Bronson, experto en un cine filofascista de justicieros vengativos), resulta interesante constatar como de su colaboración con el compositor Jerry Fielding van a surgir media docena de títulos con los que éste sienta las bases de un estilo agreste y personal, inimitable y periférico, cuyo desarrollo exponencial también forma parte íntima e indivisible del cine de Sam Peckinpah, director con mayúsculas tan interesado como el inglés en retratar los efectos de la violencia más descarnada. Un ramillete de obras, de indudable nivel musical, de entre las que cabe destacar poderosamente quizás la obra maestra de su carrera, “The Nightcomers” (“Los últimos juegos prohibidos”), precuela de la admirable “The Innocents” de Clayton, como punta de un iceberg sostenido por trabajos como “Lawman”, “The Mechanic” y “Scorpio”. Un cine deudor de una época (en el fondo y en la forma) que apoyado sobre una latente ambigüedad tonal y motívica, sobre un lacerante muestrario de elementos que evidencian un determinante tono psicológico, logra trascender sus propios marcos temporales para mantener una notoria vigencia en la actualidad. Junto a “The Big Sleep” (“Detective Privado”), última de las colaboraciones del tandem, “Chato, el Apache” es la obra donde Fielding parece querer incidir menos en un desarrollo conceptual audaz (enfrentado) para con las imágenes, aunque en términos creativos el resultado vuelve a ser ejemplar.
En un entorno de violencia seca e “inmoral”, el de Pittsburg ya había dado muestras de un bizarro diseño del contrapunto sonoro con “Straw Dogs”, donde siguiendo una arquitectura sonora lineal, partía de un inicio emocional neutro como foco de su lúcido retrato del lado más oscuro del ser humano. Ya en su primer score para Winner, el western “Lawman”, la ambigüedad moral de sus personajes quedaba retratada en los títulos de crédito iniciales con la introducción de notas ascendentes y descendentes, que marcaban la huida de unos clichés coplandianos asentados aún en el género (con Bernstein como principal responsable), sustituidos por atmósferas densas y extrañas que ayudaban en la delimitación de unos espacios claustrofóbicos y crepusculares. “Chato´s Land” comparte con esta última numerosos puntos de encuentro (algunos de ellos ya empleados sutilmente en “The Wild Bunch”), en especial en lo relativo a un diseño musical de créditos que establecido sobre notas ascendentes en las trompetas se impone bajo una escritura en modo frigio, claramente influenciada por uno de sus confesados maestros, Miles Davis. El “Sketches of Spain”, compuesto junto a Gil Evans a caballo entre 1959 y 1960, emerge como claro referente para un Fielding que acaba por ofrecerle una rendición incondicional en su ulterior “The Gauntlet”.
Otra de sus más claras influencias, el compositor polaco Witold Lutoslawski, está presente, del mismo modo, en cortes donde Fielding construye armonías a partir de un pequeño grupo de intervalos musicales, adentrándose en el uso de procesos aleatorios en los que la coordinación rítmica aparece sujeta al azar (“Fire and Stampede; Joan of Arc At Stake”). Técnicas que el compositor de “Nightcomers” aplicará con sumo talento, más adelante, en sus magistrales “The Outlaw Josey Wales” y “Demon Seed”.
El elegante empleo de ostinatos (a destacar un motivo turbio y desolador emergente en “Mind Your Ma” y “Lansing Scalped”) constituye el centro neurálgico de una obra capaz de plasmar admirablemente sentimientos como soledad, aislamiento, crueldad y salvajismo, puntos cardinales de la corta filmografía del norteamericano. Construida alrededor de frías y desnudas orquestaciones, que retratan tanto el entorno hostil y desértico que sirve de marco geográfico a los personajes como el estado anímico de los mismos, cohabitan con breves y certeras ráfagas de brutal violencia exteriorizada en cortes de un desarrollo rítmico fluctuante (“Attack in Gorge”, “Burning Rancheros”). Con ello, Fielding nos ofrece un retrato psicológico de cruel sadismo en el que no faltan elementos y acordes que apelan al componente étnico del protagonista, visibles en cortes como “Coop Falls”, “Chato Comes Home” o en la dinámica y melódicamente abierta “Indian Rodeo”, un soplo de aire fresco cuyo concepto Fielding emplea con similares intenciones en la posterior “Into Town” para “Outlaw Josey Wales” (corte de sorprendente cercanía en formas y texturas), otra historia de venganzas que, sin embargo, se vale de un componente místico para conectar la violencia a la búsqueda del perdón (más tarde su orquestador, Lennie Niehaus, aplicará esos mismos elementos en su magistral “Pale Rider”).
Presentada por Intrada con una duración ligeramente superior a las dos largas suites editadas por el extinto sello Bay Cities, dentro de su serie de discos dedicados a la figura del compositor, “Chato´s Land” demuestra ser un compendio de las mejores virtudes del estilo de Fielding, una obra que huyendo de la melodía logra generar un universo sonoro imperturbable y claustrofóbico otorgando una mayor profundidad a las imágenes. Así, Fielding demuestra que su poderoso y singular estilo trasciende las coordenadas de género, para adentrarse en territorios más propios para el estudio del conflicto emocional del individuo de su tiempo, aún inmerso en la sinrazón de la Guerra del Vietnam.
18-abril-2008
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