José-Vidal Rodriguez
El retorno de Frederic Talgorn a su Francia natal, después de su desafortunada travesía por el Hollywood de medio pelo, está convirtiendo al autor nacido en Toulouse en una auténtica “cabeza de león” de la industria cinematográfica gala, condición que contrasta con aquel mero caracter de “cola de ratón”, alcanzado durante aquella década que constituyó su poco menos que baldía aventura al otro lado del Atlántico.
Cada vez más solicitado por el mismo cine que le obligó a emigrar, Talgorn lleva encadenando una serie de partituras en el país vecino que ejemplifican a la perfección el talento de un compositor injustamente desaprovechado durante años. Tras su soberbio ejercicio de estilo clásico que fue aquel “Moliere”, el de Toulouse continua la saga de filmes sobre los famosos personajes del cómic, nacidos de la brillante imaginería del dúo Goscinny-Uderzo. En su continua pugna contra la tiranía romana, la singular pareja se verá inmersa, en esta ocasión, en los mismísimos juegos de la Grecia Clásica, afrontando un reto contra el Emperador que les obligará a superar las duras pruebas físicas sin la ayuda de su conocida poción mágica (¿será éste precisamente un mensaje didáctico para los recientes escándalos de dopping en el deporte francés?).
El compositor coge el testigo de Jean-Jacques Goldman y Roland Romanelli (co-autores del score para el filme original), así como de Alexandre Azaria (el encargado de musicar la irregular primera secuela), logrando unos resultados vistosos y satisfactorios en su conjunto, aunque un tanto alejados de contar entre lo mejor del último Talgorn.
En este ”Asterix en los Juegos Olímpicos”, el galo aprovecha la ocasión para escribir un trabajo auténticamente pletórico en el desarrollo de colores ampliamente sinfónicos y pomposos, único medio idóneo (como lo fueron sus predecesoras en la saga) para tratar de dotar de cierto halo épico a la trama, sin olvidar el trasfondo cómico que obviamente posee. Una partitura que en no pocos momentos se nos presenta algo “desbocada”, para lo bueno y lo malo.
En el haber del score, nos hallamos ante música francamente espectacular y bien concebida, teniendo en cuenta sobre todo el subproducto para el que ha sido escrita. Las majestuosas orquestaciones y la certera línea melódica del francés, así como la imponente interpretación de la Philharmonia Orchestra londinense, convierten a la obra en otro de aquellos ejemplos de score “sobrado” que, sin embargo, sirve de sustento a una trama más que mejorable. Asentada en un simpático tema central (“Generique Debut”, “Asterix et Obelix”) del que quizás Talgorn llegue a abusar en exceso, la partitura posee en muchos instantes un caracter eminentemente descriptivo, no sólo en el ámbito localista (“Les Juges“), sino también en lo relativo al necesario énfasis de secuencias cómicas, en las que Talgorn apela levemente a un micky mousing contenido (“Test du Coleoptere”). Recursos todos ellos solventados con holgura por el francés y que otorgan un indiscutible marchamo de empaque a la obra.
Pero en el debe del trabajo, justo es poner de manifiesto las expresas referencias de Talgorn a improntas ajenas. Algo que resulta casi imprescindible en un filme con numerosos guiños paródicos a otras cintas clásicas, pero que inevitablemente resta un punto de personalidad musical al conjunto. Así las cosas, retazos del Rozsa epopéyico vienen al subconsciente escuchando fragmentos tales como la arrolladora marcha del “Ouverture Des Jeux / Parade”. Aunque quizás sea el empecinamiento en plasmar sonoridades a lo John Williams, la característica más claramente perceptible durante buena parte del álbum. Asimilación ésta de aquella reconocible impronta, que no debe resultar extraña a los seguidores del francés, dada su afición a homenajear al maestro siempre y cuando las circunstancias se lo permiten (basta echar un vistazo a su extensa música de librería escrita para la empresa ”De Wolfe”). De esta forma, cortes como “Generique Debut”, el feroz “Course de Relais" “ o sendos “Preparatifs De La Course De Chars 1 & 2” (el prólogo para el gran tema del score que analizaremos a continuación), revelan el gusto de Talgorn por incidir en aquellas texturas tan típicamente williamsianas, sobre todo en lo referente a los triunfales y perfectamente enlazados contrapuntos a metal.
En este sentido, mención especial merece el verdadero highlight del compacto, “La Course de Chars”, un corte con el que Talgorn despeja a las claras las dudas -si aún las hubiera- acerca de su gusto por el John Williams vibrante y, por ende, ejemplifica la magnífica riqueza sinfónica y especial habilidad del galo en el uso del tempo y las capas rítmicas. Talgorn nos deleita con mas de 11 minutos de auténtico tour-de-force sonoro, concebido para las secuencias de la alocada carrera de cuádrigas final tan paródicamente deudora de la mítica “Ben-Hur”.
Si disculpamos las olvidables cuatro canciones de claras intenciones comerciales con las que arranca el compacto, no cabe duda que estamos ante un score de factura intachable, de escucha aislada fácilmente digerible, y que por descontado se eleva por encima de la calidad de la cinta para la que sirve de narración musical. Si bien no se vislumbre en demasía la exquisita personalidad del Talgorn de obras recientes (las comentadas alusiones a improntas ajenas, aún lógicas, restan enjundia al conjunto), lo cierto es que este ”Asterix Aux Jeux Olympiques” presenta los suficientes momentos de disfrute, como para situar la obra entre los gustos del aficionado medio dispuesto a comprobar la profesionalidad de un autor llamado, a estas alturas de su carrera, a afrontar mayores retos compositivos. Solvencia y versatilidad no le faltan.
16-abril-2008
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