Miguel Ángel Ordóñez
La raíz de la locura, el descenso a los infiernos de la demencia, era una temática apenas explorada en el cine de Hollywood anterior a 1963. Tras la irregular “La Tela de Araña” de Vicente Minelli y la enfermiza y represiva “Freud”, levantada por Huston a partir de un guión de Sartre que hacía hincapié en el nacimiento del psicoanálisis y no en la vida del famoso doctor, dos cintas en 1963 se adentran en el terrible mundo de los sanatorios mentales para ofrecer nuevas lecturas antagónicas: si “Corredor sin Retorno” de Sam Fuller, durísima cinta en la que un periodista se hace pasar por loco con el fin de desentrañar un misterioso asesinato acaecido en un manicomio y con ello lograr de paso el Pullitzer, crea una particular disección de una América enferma, involucrada en un lacerante racismo, absorta en los peligros de la escalada nuclear y de la amenaza comunista, reflexionando sobre la locura como una forma de destrucción (cita directa a Eurípides), “The Caretakers” se limita a mostrar los parabienes de un sanatorio donde quedan confrontadas nuevas técnicas de tratamiento al enfermo arrancadas del manual del buen doctor (Robert Stack transmutado en insecto palo) frente al apego a las rancias costumbres derivadas de una disciplina aplicada si es necesario con violencia, representadas en la dueña de la institución (una Joan Crawford tan patéticamente glamorosa como la Swanson de “Sunset Boulevard”).
Si Godard llegó a definir a “Shock Corridor” como “obra maestra del cine bárbaro”, con su lucidez y sus excesos (basta echar un vistazo a la escena en que el pabellón es anegado por la lluvia), “Los Guardianes” puede considerarse una de las peores cintas de la historia. A ello contribuye decisivamente la ineptitud de un director, el también productor y guionista Hall Bartlett, incompetente a la hora de cumplir normas tan básicas en un cineasta como la sujeción al raccord o de poner un mínimo cuidado en no provocar saltos en el eje. Junto a la interpretación sonambulista perpetrada por el reparto al completo, es tal la introducción de primeros planos inservibles, absurdos, que uno es incapaz de tomarse la cinta mínimamente en serio. A Canterbury, una institución mental cuyo nuevo director, el doctor MacLeod, cree firmemente en tratar a sus enfermos como tales y no como locos sin remedio, llega Lorna, una mujer en crisis matrimonial que sufre demencia tras la muerte de su hijo en un accidente del que se siente responsable. Allí y junto a seis mujeres más, formará parte de una nueva técnica de rehabilitación denominada “Proyecto Frontera”, consistente en sesiones terapéuticas de grupo en las que saldrá a relucir la raíz del problema de cada una de ellas.
Tras su participación en la fácilmente olvidable “Drango”, Elmer Bernstein colaboraba de nuevo con Bartlett en “The Caretakers”. Lamentablemente, el maestro se muestra incapaz de elevar la calidad artística del conjunto con un score, claramente menor, que contiene alguna que otra decisión poco justificable.
Bernstein parece querer establecer dos parámetros de aplicación a su música: uno puramente incidental, que actúa como reforzamiento de la inestabilidad emocional de Lorna; otro diegético que apela a la interacción de ésta con sus semejantes. Dentro del primero, el compositor newyorkino acude a la aplicación de una espectral nana infantil que acompaña a la protagonista en los momentos de incertidumbre, de pérdida, que siguen a sus numerosos brotes psicóticos. Con ello potencia la demencia, por contraste, del personaje, su tono desvalido y frágil, su estado de perpetua confusión (“To Seclusion”, “Lorna in Hell”). Cuando Lorna se adentra en la locura perdiendo por completo el control sobre sus actos, Bernstein acude a un obsesivo y sencillo leitmotiv de tres notas que incide en la naturaleza endógena de su trauma (“Awake”).
Mucho más discutible es la aplicación realizada por Bernstein a su música diegética. Una música que abrazando el blues y el rock, se ve asociada al intento baldío de Lorna, y por ende de sus compañeras en “La Frontera”, de mimetizar los actos de su entorno, puesto que en el fondo, son mujeres que aspiran a llevar una vida normal, a confundirse entre las demás. Así, el simple hecho de enchufar un tocadiscos en plena sesión terapéutica o de disfrutar de un picnic al aire libre, desencadena actitudes de reproche en los demás (una enfermera en “La Frontera”, el padre de un niño con el que habla Lorna en el jardín), incidiendo en los traumas de las enfermas, poniendo al descubierto la falta de integración de aquellas. En una decisión completamente errónea, por anti-climática, Bernstein se servirá de esta misma estructura para insinuar la violación que sufre Lorna dentro del propio sanatorio (“Radio In Men´s Ward”), secundada por una delirante puesta en escena de Bartlett a través de góticos primeros planos de corte expresionista.
A caballo entre ambos parámetros creativos, el tema de créditos (lo mejor de esta insípida partitura) fusiona la música de vocación camerística, reflejo de la perturbación mental de Lorna, y la de componentes urbanos, constatación del entorno hostil en el que se mueve, para retratar a “los guardianes” que dan título a la cinta, o sea los médicos encargados de su cuidado. Curiosamente, sólo en un par de ocasiones Bernstein acudirá a esta melodía (“marca de la casa” por su empleo de ritmos sincopados), la primera para ilustrar la huida que emprende Lorna al sufrir un nuevo brote psicótico durante el picnic celebrado por MacLeod (“Lorna Lost”), la segunda como corolario a la dura historia de su relación paterno-filial (“Donovan´s Father Part II”), no llegando a explotar adecuadamente las posibilidades del mismo. Un tema que iniciado al piano eléctrico (“Main Title”), supone un ejemplo más de la exploración llevada a cabo por el compositor en este campo durante los 60 (otra muestra es el arranque de “Hawaii”), resultado de aquellas cintas de serie B en las que colaboraría iniciado los 50 tras ser señalado por el dedo acusador del McCarthismo (“Robot Monster” o “Cat-Women of the Moon”).
La edición de Varèse se acompaña del score, hasta ahora inédito, compuesto por Bernstein en 1961, “The Young Doctors”, un melodrama sobre hospitales según la novela “The Final Diagnosis” escrita por Arthur Hailey, cuya adaptación en dos partes había tenido lugar con anterioridad en la televisiva “Studio One” (“No Deadly Medicine” emitida a finales de 1957). En ella, el veterano doctor Joseph Pearson (Fredric March), jefe del Departamento de Patologías, no se encuentra cómodo con los nuevos métodos impuestos por el joven médico David Coleman (Ben Gazzara). La rivalidad entre ambos se acentúa cuando una joven enfermera de la que Coleman está enamorado tiene un tumor en la pierna y Pearson ordena la amputación.
Este sencillo score se mueve, en mayor medida, alrededor de cortes orgánicos en los que sobresale la presencia de la madera solista (“Mortui Vivos Docent”), legado para las posteriores “Matar a un Ruiseñor” y “Verano y Humo”, o que descansa sobre algún que otro sorprendente ejemplo de instrumentación, no demasiado transitada por el newyorkino (la guitarra en “Ad Lib Pathology”). Sin embargo, los mejores momentos quedan reservados a la intervención de la orquesta. El excelente tema construido por Bernstein para los “Main Titles” destaca por el concepto gershwiniano de su contrapunto al piano, mientras una delicada y ondulante melodía, construida alrededor de la subtrama amorosa de la cinta y demasiado deudora del tema de amor de “From The Terrace”, hace acto de aparición en “He´s Human” y obtiene una inesperada rendición vienesa en “Young Doctor´s Waltz”.
Publicada en el sello Mainstream en la década de los 90, “The Caretakers” cuenta ahora con una edición completa que cumple la función de recuperarnos en su totalidad la música incidental compuesta por Bernstein (la edición de aquel sello estaba dedicada casi en exclusiva a la numerosa música diegética de la cinta). Sin embargo y a pesar de momentos aislados de notoria brillantez, no es cuestión de recomendar abiertamente la compra de dos obras que, sin duda, se cuentan entre lo menos interesante compuesto por un artista por entonces en la cima de su carrera.
11-abril-2008
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