Miguel Ángel Ordóñez
El individualismo frente al anonimato de las masas. Asociar el triunfo de la civilización a la libertad del genio creador, del individuo, por encima de cualquier otra consideración. La novela, "El Manantial", de Ayn Rand ha vertido ríos de tinta entre los sociólogos a partir de mediados de este siglo, adoptándose como idea conceptual de derechas y curiosamente siendo objeto de apropiación por determinados socialismos proclives al nacimiento ruso de la autora.
Cuando Rand vende los derechos de su obra a la Warner en 1943 por 50.000 dólares se reserva el derecho total de su adaptación al cine. Sin embargo, el rodaje se pospone a 1948 debido a dilaciones del período de guerra y a la escasez de materiales de construcción, vitales en una obra que tiene a la Arquitectura como base inspiradora. El gran King Vidor se hace con la dirección, decisión que sorprende a la propia Rand que ve en el mítico director una sombra de lo que fue en el mudo, olvidando así obras capitales del sonoro como “El pan nuestro de cada día”, “Duelo al sol” o “Aleluya”. Es obvio que la relación entre ambos va a ser difícil. Ciertos recortes introducidos por Vidor en los diálogos, en especial el speech final en los Juzgados, hacen saltar la chispa definitiva. La influencia de Rand en la película llega al punto de sugerir el nombre de Steiner. Curiosamente vuelve a cometer un error de cálculo. Rand admiraba a Rachmaninoff y el nombre de Steiner le pareció apropiado para reflejar los conceptos individualistas de la obra. En el fondo, Rachmaninoff no era un romanticista, como sí lo era Steiner que sentía adoración por Wagner (compositor que despreciaba la novelista), sino mas bien un compositor conservador que componía desde el corazón.
Aun así las cosas, Steiner se encarga del proyecto, inmerso en la vorágine del sistema de los estudios en los 40. Como esclavos, los compositores veían que en un plazo máximo de tres semanas debían afrontar proyectos con un bajo presupuesto (economía de guerra) y sin tiempo para un análisis correcto de propuestas creativas arriesgadas que algunos films demandaban rondando la mitad de siglo. Sin embargo y a pesar de los esfuerzos de Steiner por un cambio en los planteamientos de su estudio (la Warner por entonces), nos regala a finales de los 40 inmortales obras musicales como “Pursued”, “Life With Father”, “The Treasure of the Sierra Madre” y “Adventures of Don Juan”.
Estos acontecimientos son claves para entender la posición de esta partitura en la carrera del compositor. A caballo entre esa convulsa inmediatez creadora y las nuevas perspectivas musicales que ofrecen historias alejadas de la estereotipada visión americana de la familia y del sentido patriótico propulsado durante el período de guerra, este nuevo cine mas liberal pero sujeto aún a los lastres sociales preestablecidos impulsa una serie de trabajos en Steiner (donde “Pursued” es uno de sus más claros ejemplos) cercanos a un concepto musical menos rígido, más arriesgado que vislumbra un avance hacia posiciones más impresionistas en las que Waxman y Friedhofer se hayan instalados hace tiempo. “El Manantial” bebe de esos dos conceptos, el pasado y el futuro, convirtiéndose en un híbrido en ocasiones absorbente y vanguardista, en otras convencional y monótono.
El maestro austriaco introduce, en esta sucesión de egoísmos, traiciones y revoluciones creativas, cuatro ideas básicas en cuyo soporte cimienta la completa construcción de la partitura. Dos son los temas centrales de la obra, uno asociado a Howard Roark (Gary Cooper), fuerte y poderoso, corolario de la personalidad individualista, terca y en el fondo objeto de exaltación en la obra de Rand, frente al otro, romántico pero algo sórdido entregado a su partenaire Dominique Francon (Patricia Neal), muestra de su actitud insatisfecha y despechada. Temas que acaban entrelazándose a medida que su historia de amor se intensifica (curiosamente Cooper y Neal iniciaron un idilio a raíz del film). El “Roark´s Theme” inicia la edición en exposición noble y poderosa (“Main Title”), salpicando el score de sucesivas variaciones que obtienen su mejor conclusión en el dramático “Roark Dynamites Cortland” y en el intensísimo “Roark Ascendant / Roark Interviewed”. El grueso del trabajo lo ocupa el tema para Dominique, mas conservador en su planteamiento (“Dominique´s Fear of the World”, “Dominique´s Theme for Piano”), pero que en la medida en que vamos conociendo la difícil e intrincada personalidad de la protagonista deriva hacia posiciones mas psicológicas (“A Woman Incapable of Feeling”), oníricas (impresionante la expresividad de los violines en “The Quarry”) y apasionadas (“Roark Plots with Dominique”). Ambos temas acaban entrelazados como típico ejemplo del triunfo del amor sobre las adversidades (“The Wynand Building”).
Frente a ellos, la partitura tiene sus peores momentos en la presentación del tema asociado al malvado Ellsworth Toohey (Robert Douglas), convencional en su atonalidad entregada al metal, con recursos disonantes en la cuerda (“Ellswoth Toohey”). Lo interesante estriba en el concepto que le aplica Steiner, pues rápidamente deja de asociarlo a dicho personaje para utilizarlo en conexión con el resto de caracteres que pretenden impedir el desarrollo creativo de Roark y la posterior felicidad de la pareja (“Wynand and Toohey”, “Keating´s Confession”).
Mas interesante es la cuarta idea y última sobre la que gira el score. Asociada a la redención, acaba siendo la parte más manipuladora de la obra de Rand, la más arquetípica y aleccionadora expresión del triunfo del individuo sobre los que se oponen al progreso. Pero musicalmente, Steiner aporta un seductor tono elegíaco que convierte su mirada en compasiva hacia unos personajes que en el fondo sufren en su mediocridad. Introducido en “The Ambulance”, adquiere su sentido más completo al final del corte “Roark Interviewed”.
Estamos ante un trabajo muy estimulante en cuanto análisis de situaciones, en cuanto metáforas ocultas que Steiner maneja con diplomacia y encanto, reflejo de un avance hacia nuevos tratamientos musicales (“Piano for Secondhanders”) que vislumbran el final de un camino que no muchos años mas tarde representará la irrupción musical abanderada por North, Rosenman o Bernstein.
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