Miguel Ángel Ordóñez
El primer acercamiento del francés Alexandre Desplat al género de la aventura fantástica no ha podido saldarse con mejor resultado. “The Golden Compass” es una banda sonora que sin rehuir los estereotipos del género (empleo de coros, profusión de temas épicos que funcionan como contrapeso a la introducción de material oscuro y siniestro, ampuloso y dinámico muestrario de temática de acción, nítida separación de colores orquestales que ahondan en la disociación del bien y el mal, etc.) pretende ofrecer una lectura cuanto menos original e inteligente de un producto liviano y confuso, que acaba esbozando únicamente una idea interesante: la aplicación del libre albedrío frente a las corrientes dominadoras e intolerantes del pensamiento, representadas por una poderosa congregación religiosa, lo que ha llevado a la cinta a ser blanco de las críticas de grupos fundamentalistas cristianos (recordemos que la historia se basa en una trilogía del novelista Philip Pullman, ateo confeso y humanista).
Ese componente místico, inherente en la novela de Pullman y utilizado como comodín meramente estético en la obra de Weitz, forma la piedra angular sobre la que se sustenta el tema entregado al aletómetro, a la brújula dorada, representación simbólica de la verdad en un mundo dominado por las mentiras. Frente a una religiosidad temerosa de la negación divina promulgada por los librepensadores (insisto, representada bajo una iconografía cristiana), Desplat entrega el tema central a una sucesión de cinco notas, expresión de la subjetividad y el individualismo personal, que conecta con una idea budista (la esperanza se esconde tras la meditación). Presentada al gamelán (“The Golden Compass”), la idea acaba arropada bajo cantos tibetanos, asentando la lucha del bien y el mal sobre contradictorios componentes litúrgicos, rituales.
Es curioso como Desplat arropa a los personajes más identificados con la verdad, más auténticos y libres, con una propuesta musical de marcado tono étnico. Si la brújula representa una realidad sin falsedades, los gypcios, nómadas acuáticos de estética cíngara, apátridas de un mundo terrestre, terrenal, garantes del bienestar de Lyra (la niña predestinada a liberar al mundo de los nocivos efectos de la religión), son retratados con una marcha de componentes arábigos (mezclando elementos turcos y del sureste europeo) en “Lyra´s Escape”, temática desarrollada posteriormente en la dinámica “Lord Faa”, donde le asiste como contrapunto el tema del polvo, de la brújula, como muestra de la conexión de ambas ideas.
Desplat, en un alarde de imaginación sin precedentes en la introducción de más de una docena de temas y motivos diferentes, parece querer asumir el estilo Williams frente al concepto dinámico del leitmotiv wagneriano. Sus motivos son fijos, estáticos en su construcción melódica. El color, la orquestación, la variada construcción armónica, son los soportes sobre los que estos leitmotiv crecen y varían emocionalmente. Así, la contención mostrada en la presentación del tema de la bruja (“Serafina Pekkala”) exhala un hálito de epicidad cuando ésta trata de salvar la vida de Lyra en “Battle with the Tartars”. De la misma manera, Iorek, el oso vencido que regresa junto a los suyos para recuperar el trono, es la sombra de lo que un día fue en “Iorek Byrnisson”. Sin embargo, la presentación victoriosa del tema cuando cumple su función de feroz guerrero (“Iorek Victory”, “Battle with the Tartars”) le da completo sentido a su existencia. Una idea recurrente en Desplat, que sirve para conectar a estos vagabundos desubicados con la pequeña Lyra (cuyo tema se muestra invariablemente inocente y noble, en la decisión más discutible del score), héroes devueltos al primer plano por la intercesión de ésta.
La misma idea, pero desarrollada con sutil inteligencia, se aplica a Mrs. Coulter (Nicole Kidman) y Lord Asriel (Daniel Craig), centros neurálgicos de la existencia de Lyra. La primera, jefa de los “devoradores”, secuaces esbirros del Magisterio; el segundo, tío de Lyra, aquel que le abre la puerta a la brújula dorada, al conocimiento de la verdad, poniendo fin a su inocencia. Desplat juega en ambos con la ambigüedad. En el corte “Mrs. Coulter”, el francés ofrece una visión lo suficientemente seductora del personaje como para atraer la atención de Lyra, sin embargo, en la posterior “Mother”, cuando aquella le confiesa la relación materno filial que las une, el tema adopta una postura de protección y calidez que parece manifestar una clara intención de forzar la empatía de la hija, sin una evolución posterior, un momento fugaz que no oculta su condición de villana. Lord Asriel, por el contrario parece funcionar sin un tema definido, al menos Desplat juega con esa idea desde el inicio. Sin embargo, un recurrente motivo principal asociado al viaje que emprende Lyra (arranque de “Sky Ferry”), a la aventura y los peligros que se sucederán en adelante, puede considerarse como el tema que conecta a Lord Asriel con la niña. Utilizado a modo de intersección y unión de escenas, especialmente en aquellas que devuelven al primer plano narrativo a ambos, en esta historia de verdades a medias, de oscuros pasados, el viaje no es sino el camino que lleva a Lyra a conocer y entender las acciones de aquel (hasta entonces situadas en una nebulosa misteriosa y hermética). Detrás de la búsqueda de la verdad se encuentra Lord Asriel, el padre desconocido, la razón del viaje y la demostración palpable del triunfo de la razón sobre la religión (Nietzsche decía que la “Fe es no querer conocer la verdad”, aquí la verdad es dolorosa pero supone una conquista de Lyra).
Junto a un glosario de temas de acción soberbios donde Desplat juega magistralmente con los motivos introducidos (baste echar un vistazo al buen trabajo de su batería de orquestadores, encabezados por Conrad Pope, en “Samoyed Attack”, “Ice Bear Combat” o “Battle with the Tartars”), el compositor de “El Velo Pintado” no se muestra especialmente incisivo en su representación del mal, pero tampoco, lo cual es de agradecer, crudamente esquemático. “The Magisterium”, con un tortuoso empleo de la cuerda, parece dejar claro quienes están llamados a ocupar la posición de villanos en la cinta (con el tema de Mrs Coulter ejerciendo de contrapunto al piano), mientras uno de los cortes más sugerentes de la grabación se presenta con “Ragnar Sturlusson”, en donde Desplat introduce material tenso y oscuro para acompañar al usurpador del trono de los osos del Norte. Vanidoso, el personaje queda adscrito a un motivo para ensemble de cinco pianos, en un corte que se desarrolla con los maestros rusos Mussorgsky y Stravinsky (ese seco empleo de la cuerda) en el horizonte.
Muy alejado del horror vacui que domina la mayor parte de las partituras de acción actuales (véase piratas caribeños, robots con fijación en coches deportivos o héroes en la cincuentena que viven de exterminar terroristas), “The Golden Compass” es una completa delicatessen llamada a convertirse en clásico del género. Una obra musical en la cima de un más que discreto 2007.
18-febrero-2008
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