Gorka Cornejo
Al editar conjuntamente, y por primera vez de forma completa, los scores de “Klute” y “All the President´s Men”, Film Score Monthly ha creado un disco homenaje a la peculiar y fascinante forma de entender y necesitar la música en el cine del director y productor Alan J. Pakula, uno de los más interesantes renovadores de la estética hollywoodense durante la década de los 70, figura a redescubrir que combinó, no siempre de forma equilibrada, exigencia artística y compromiso comercial a lo largo de su larga trayectoria. De las 16 películas que dirigió, 9 llevaron música de Michael Small, dato elocuente del grado de compenetración que alcanzaron músico y director. Pero lo interesante es comprobar cómo los compositores que, como David Shire, trabajaron ocasionalmente con él (Marvin Hamlisch, James Horner o John Williams), se plegaron a su concepción de la música en el cine, ajustando sus respectivos estilos a un esquema que era la plasmación musical de una forma de entender la puesta en escena y la narración audiovisual. El presente disco ofrece, por tanto, la gran oportunidad de analizar y valorar, por encima de las aportaciones personales de cada compositor, el estilo de música de un determinado director, rasgo que pocas veces es tan fácilmente detectable.
“Klute” es una película fría y distante que debe entenderse como un experimento por parte de un Pakula especialmente osado. Hija de su década, la película muestra por un lado una trama detectivesca que aporta al género una atmósfera especialmente intensa de conspiración política y paranoia antisistema muy propia de los 70, pero por otro lado, en lo que sería sin duda una constante en el cine de Pakula, se preocupa por describir a un trío de personajes, la prostituta aspirante a actriz interpretada por Jane Fonda (protagonista absoluta), el sobrio investigador privado que busca a su mejor amigo y se enamora de la prostituta (Donald Sutherland) y el asesino y verdadero culpable, mano derecha del desaparecido, que espera con paciencia el desenlace de la investigación, oculto en las alturas de su poder, para irrumpir en la acción y tratar de no dejar testigos de sus fechorías. “Klute” no es más que un retrato a tres bandas, pero sobre todo un retrato femenino (y como tal, es todo un documento sociológico), con apariencia de thriller. El retrato más desapasionado y aséptico posible, eso sí. A Pakula se le siente queriendo dosificar con cautela las más mínimas emociones: coloca la cámara lejos de la acción, se engolfa en planos fijos, compone (con la inestimable ayuda del gran fotógrafo Gordon Willis) naturalezas muertas a base de objetos y personas. Y quizá por tratarse de una apuesta demasiado radical, “Klute” pasa un poco indolentemente por el espectador, absorto en la contemplación de las oscuras intimidades de los personajes con los que, sin embargo, no puede simpatizar del todo, dada la distancia con la que nos es narrada la historia. Sólo en contadas ocasiones Pakula acepta un acercamiento cálido, comprensivo, sobre todo cuando quiere describirnos el extraño amor que va surgiendo entre Fonda y Sutherland (un amor tan analizado, psicoterapizado, alejado de todo romanticismo, un amor nihilista).
Fría, distante, esquemática y obsesiva es, a grandes rasgos, la música que Michael Small compone para esta película. Conceptualmente abarca dos grandes temas, por un lado la intriga y el suspense que genera en el espectador el conocimiento de la existencia de un desconocido que observa, espía, llama por teléfono y atosiga a Fonda, y por otro, el amable retrato de la pareja protagonista y su amor floreciente. Esto último recibe de Small un planteamiento previsible: música ligera, de cierta sonoridad jazz, de una calidez contenida (“Takes Care of Me”, “Fruitmarket”) y que cumple la función de distender al espectador. La música de intriga es lo más original de la contribución de Small, si bien nos recuerda a no pocos ejercicios realizados anteriormente por gente como Morricone o Nicolai (el sonido de sus célebres giallos), especialmente por el uso colorista y fantasmagórico de una voz femenina, cantando lánguida y expresivamente. La orquestación de Small es prolija en percusiones de todo tipo, desde pianos, arpas, marimbas, xilófonos, cítaras, etc., un auténtico tour de force en busca de una sonoridad especial, escalofriante, con los que construye bloques elásticos, muy maleables en duración y progresión, sutiles de pequeños cambios y variaciones mínimas (“On the Roof”, “Nightmare”, “Hand on Fence”).
Tres notas repetidas incansablemente por el piano, acoplado a las escalas ascendentes y descendentes que efectúan marimba y similares, sirven a Small para crear una atmósfera a la vez delgada en volumen pero densa en malos presentimientos, una música en suspenso, siempre idéntica, que ilustra a la perfección la incertidumbre constante en que viven los personajes. Cuando se trataba de hacer thrillers, Pakula admiraba los motivos musicales simples (generalmente, además, interpretadas al piano) y su constante aplicación con leves pero significativas variaciones; “Klute” es el ejemplo paradigmático.
También en “All the President´s Men” observamos esa tendencia a la poca música, rodeada de grandes silencios, y a la música simple, casi monolítica, sólo sutilmente discursiva. En esta ocasión, el grande, el exacto David Shire, que cuando vio la película no creyó necesaria música alguna, realiza un ejercicio de modestia creando una banda sonora pequeña, destinada a subrayar “el corazón” o “la naturaleza humana” de los personajes retratados (palabras de Pakula). Significativa, sin duda alguna, esta indicación, ya que nos devuelve al tema de la distancia y la frialdad con la que, de nuevo, el director relata las investigaciones llevadas a cabo por los periodistas del Washington Post que llevaron a hacer público el escándalo Watergate (permítaseme una digresión: algo parecido ha querido hacer David Fincher en su espléndida “Zodiac”, casualmente con música de Shire). El caso es que la partitura de Shire no podría ser más escueta: empecinada en una sola dirección, aplicando siempre la misma música, variada y con interesantes progresiones, claro está, consiste en una combinación de dos sonidos totalmente diferentes, por un lado las guitarras punteando acordes y el piano repitiendo un motivo de cuatro notas, y por otro una reducida sección de viento (generalmente metales) ejecutando una melodía amable y de cierta majestuosidad. Aventurando una interpretación, considero que en este planteamiento hay una voluntad de enfrentar la pequeñez, la sencillez, la honestidad de dos hombres corrientes, dos periodistas, luchando contra el poder absoluto, las altas, impenetrables, ominosas esferas.
Aunque puede resultar aburrido para el oyente acostumbrado a más vistosos fuegos artificiales, esas bandas sonoras llenas de melodías que tan gratos momentos nos hacen pasar en nuestras casas, trabajos como el de Shire para “All the President´s Men” resultan de inexcusable valoración y asimilación por parte del verdadero aficionado. Elaborar tema a tema, bloque tras bloque, la lógica de las pequeñas variaciones, esa búsqueda de nuevas formas de expresar lo mismo o de introducir ligerísimos cambios que ayuden a avanzar el relato fílmico, es un trabajo difícil sólo al alcance de los verdaderos compositores de cine. Hagan la prueba: escuchen seguidamente los bloques “Library of Congress”, “The Dahlberg Check”, “The CREEP List v.2”, “To Segretti”, “To Deep Troath II v.1” y “Finale and End Title”, en el que se incorpora inteligentemente el mini-motivo destinado a subrayar la caída de Nixon (“Exit Nixon”). Un ejemplo de exigente diseño musical y de maestría en la ejecución de una banda sonora que pretende quedar en segundo plano, pasar casi inadvertida, insinuar y apoyar con sutileza.
En definitiva este es un disco altamente recomendado para el aficionado que no se conforma con escuchar bandas sonoras. Las hay mucho mejores para poner a todo volumen un domingo por la mañana. Pero ninguna de las dos películas aquí compiladas pudieron recibir mejores ni más pertinentes composiciones.
8-febrero-2007
|