José-Vidal Rodriguez
En 1985, el australiano Peter Weir se ponía tras la cámara para dirigir un sólido thriller que cosecharía gran éxito de critica y público. ”Witness” no sólo se benefició de la intachable interpretación de la pareja protagonista, Harrison Ford-Kelly McGillis (amén del joven debutante Lucas Haas), sino que además su oscarizado guión ahondaba con destreza en el choque cultural y moral de dos mundos bien dispares y alejados entre sí: el “frívolo” way of life norteamericano de la década de los 80, enfrentado al entorno de una comunidad de costumbres pseudo-ancestrales, como es la de los Amish.
Tras la colaboración de ambos en ”The Year of Living Dangerously”, Weir confió de nuevo las labores musicales del presente filme al gran Maurice Jarre. Un autor cuyo estilo compositivo se hallaba, en aquella mitad de los 80, en plena ebullición electrónica (imaginamos que algo tuvo que ver el repunte de su hijo Jean-Michel Jarre en el ámbito de la música sintética). Impronta ésta que parecía, a priori, demasiado osada como para servir de soporte a una cinta que reflejaba, con cierto respeto y detalle, las tradiciones atávicas de un colectivo aferrado prácticamente al siglo XIX. Sin embargo, Jarre no pierde la oportunidad de experimentar con los teclados, ofreciendo una obra basada no tanto en el anacronismo, sino en el contraste expreso entre dos realidades, así como en la paulatina desaparición de una moral tan peculiar como la predicada por los Amish. Temáticas ambas que, aparte del hilo principal de suspense, son precisamente los propósitos fundamentales del guión firmado por el trío Earl W. Wallace, William Kelley y Pamela Wallace.
De este modo, el galo escribe una obra totalmente electrónica, logrando no sólo dar rienda suelta a su pasión sintética de la época, sino consiguiendo además un singular subrayado musical para el abismo existente entre los Amish y Book (Harrison Ford), un violento policía que por gajes del oficio deberá ocultarse y convivir con aquel grupo religioso aferrado a la creencia en la antítesis del progreso y el escrupuloso respeto a las antiguas tradiciones. Este acercamiento electrónico contaría con el beneplácito de un Weir nada ajeno al uso de los sintetizadores en sus filmes (recordemos las adaptaciones a los teclados de Albinoni en “Gallipolli”, o el uso de una famosa pieza de Vangelis en “The Year of Living Dangerously”), propiciando de esta forma la creación de un score de original y sugerente encaje visual, pese a los poco agradecidos pasajes que reserva en su audición aislada, sobre todo para los oídos más puristas.
Ya en el “Main Title”, Jarre esboza el melódico motivo asociado a aquella pacífica existencia de los Amish, el cuál funciona con solvencia en su intención descriptiva del caracter rural y "old fashioned" de este colectivo. Una solvencia que parece fuera de toda duda, siempre y cuando el oyente disculpe la más que discutible expresividad que le proporcionan las sonoridades verdaderamente simplistas de los sintetizadores de la época.
Como contraste al comedido lirismo de este tema inicial, los tintes inequívocos de thriller son resueltos con sencillez pero con oficio, en cortes destinados a potenciar la urgencia y la tensión ante los hechos que conmocionan la tranquila vida de los Amish (muy efectivo el asfixiante “The Murder”, o el fragmento “Beginning of the End” del corte 7). No obstante lo anterior, quizás sea el motivo dedicado a esa atracción imposible surgida entre los protagonistas (“Rachel and Book (Love Theme)”), el menos logrado por Jarre de toda la partitura. Y no sólo por lo tibio e inexpresivo de su acabado, sino porque el verdadero sustento musical romántico que los espectadores recordamos asociado a la pareja, fue a la postre la canción “Wonderful World” de Sam Cooke, aquella que ambos bailaban bajo los focos de un coche en la recordada escena del pajar.
El momento culminante del trabajo es, sin duda, el track “Building The Barn”, una pieza que por sí misma explica seguramente la por entonces polémica nominación de este ”Witness” al Oscar a la mejor música original. Con una clara y buscada estructura de canon, Jarre desarrolla íntegramente el tema escuchado en los títulos de crédito iniciales, en aras de acompañar aquellas secuencias en las cuáles los Amish en pleno (con el personaje de Ford ya admitido por la comunidad), se afanan en la construcción de un granero para una pareja de recién casados. La colectividad entregada al bien individual, encuentra en la frase un soporte vivaz y clásico en cuanto al fondo, si bien las formas sintetizadas convierten a este excelente tema en un peculiarísimo “canon vanguardista”, si se me permite la expresión. Tal sería la repercusión del mismo, que Jarre se vería casi obligado por los aficionados, a regrabar años más tarde este “Building The Barn” con la Royal Philharmonic Orchestra, en una radiante versión sinfónica destinada a otro de los numerosos recopilatorios del autor.
”Único Testigo”, con sus virtudes y defectos, es como vemos, un trabajo arriesgado, entregado de lleno y sin concesiones al contraste, y servil en todo momento con el devenir de las imágenes. Por estas razones y por su planteamiento en ocasiones meramente ambiental, el score resulta tan sólo puntualmente atractivo en su edición discográfica. De ahí que el verdadero interés de la música, se patentice cuando la misma entra en contacto contextual con el largometraje, constituyendo uno de las más sólidos encargos de aquel Jarre circunscrito a la electrónica, y que le serviría para seguir ahondando en esta vertiente musical para futuros encargos (véanse títulos tales como “Fatal Attraction”, “Enemy Mine” o incluso numerosos pasajes de su conocida “Ghost”).
5-enero-2008
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