José-Vidal Rodriguez
”Mysterious Island”, filme de aventuras estrenado en 1961, supuso el reencuentro de dos genios absolutos de la Historia del Cine: Ray Harryhausen, el mago de los efectos especiales de mitad de siglo XX, y el maestro Bernard Herrmann, un compositor que a estas alturas, no necesita carta de presentación. Tras “Simbad y la Princesa” y “Los Viajes de Gulliver", esta pareja de excelsos profesionales en sus respectivos apartados artísticos, coincidían de nuevo en una mítica producción fantástica con la técnica del stop-motion de Harryhausen actuando como un protagonista más de la trama.
Secuela del “20.000 leguas de Viaje Submarino” (aunque curiosamente la aparición del Capitán Nemo no se produzca hasta casi la mitad del metraje), el filme vuelve a recrearse, como en aquél, en la filmación de elaboradas imágenes de criaturas monstruosas, habitantes de una remota isla a la que arriva un pequeño grupo de incautos náufragos. De este modo, “La Isla Misteriosa” conjuga lo mejor del cine de aventuras con ciertos aspectos grotescos y bizarros, mezcla perfecta que llevó a la cinta a cosechar un gran éxito comercial, sobre todo en nuestro país.
La labor de Bernard Herrmann en las tareas musicales, trajo consigo la creación de una de sus grandes obras maestras, al menos en lo que al género de aventuras se refiere. Quizás no la más recordada, ni la más agradecida en su escucha aislada (sobre todo ante el cariz incidental de muchos de sus pasajes). Pero ”Mysterious Island” es, sin lugar a dudas, otro grandioso ejemplo de cómo la música debe interactuar con las imágenes, de cómo cada secuencia tiene su “por qué” sonoro y su matiz particular. En definitiva, la obra se convierte durante sus más de 70 minutos de duración, en un auténtico referente para entender no sólo la peculiar idiosincrasia del compositor, sino también su total creencia en lo que debía ser un impecable acompañamiento sonoro para un filme de estas características.
El tono global de este colosal trabajo, acaba por moverse en una pléyade de patrones musicales claramente distinguibles por el oyente: en primer lugar, el autor apela a la violencia sinfónica, a una especie de caos orquestal -bien entendido- (la orquesta sinfónica casi se duplica respecto a su tamaño normal) que encuentra en el tono grave y constreñido su principal color. Con ello, elude ahondar en una posible complejidad melódica que seguramente no tenía cabida dada la estética del largometraje, y opta así por lo directo (no en vano el tema central, aunque conozca diversas variaciones a lo largo del álbum, no deja de ser una mera confrontación de dos o tres notas a trompas). Desde esta premisa básica, Herrmann despliega todo su talento en aras a convertir la parte armónica en el verdadero motor de expresividad, construyendo una muy estudiada orquestación y encauzando el tono de la partitura hacia cromatismoss que tan pronto tornan en premonitorios y tensos, como posteriormente se presentan en clave agreste, urgente y fuertemente incisiva.
En este sentido, la constante utilización del ostinato resulta esencial a la hora de comprobar la total comunión música-imagen. Herrmann apabulla al espectador con frases cortas que reitera de forma mecanizada, casi obsesiva, hecho que apreciamos con meridiana claridad en los leitmotivs aplicados a las peculiares criaturas que asolan a los protagonistas. En ellos, el compositor parece ir incluso más lejos en esta obstinación estructural, equiparando la música a la fisionomía de la criatura casi de forma prácticamente onomatopéyica: los golpes percusivos del “The Giant Crab” parecen simular las pinzas de aquel enorme cangrejo; las cuerdas a lo Korsakov, imitan perfectamente el aleteo de la abeja en “The Giant Bee 1 & 2”; incluso Herrmann adaptará una fuga a maderas (original de Johann Ludwig Krebs), para musicar el asedio aéreo de esa especie de pollo gigante (“The Bird”).
Otro bloque de cortes abandona este lado violento del argumento, para aludir de forma directa al misterio intrínseco a esta isla desconocida, así como a la posterior estancia de los protagonistas en el mítico Nautilus de Nemo. Para potenciar su expresividad, cortes como “Exploration”, “The Clouds A”, “Underwater” o “The Pipeline” acaban por entregarse al misticismo propio de sinuosas arpas (ni más ni menos que 4, usadas al unísono en determinados fragmentos), generando una sensación de “calma tensa” francamente lograda por el compositor.
Con todo ello, ¿qué es lo que Bernard Herrmann consigue?. Ni más ni menos que cubrir musicalmente todas y cada una de las sensaciones que, sobre el guión, acaba plasmando con fortuna el director de la cinta, Cy Endfield. La música multiplica así el temor y angustia de los intérpretes por el entorno hostil y desconocido en el que se ven obligados a sobrevivir. Sobrecoge igualmente al espectador en la lucha de los mismos contra los enemigos que se interponen en su supervivencia (incluido Nemo), y ello mediante otra serie de ostinatos a metales que, ganando en tempo y en configuración rítmica, devienen perfectos para estas escenas de acción (“The Escape”, The Balloon 2”, “Gunsmoke” o el casi caballeresco “The Battle”). Y finalmente, la música también ofrece puntuales instantes de respiro al espectador, a través de aquel ligero lirismo apreciado en cortes tales como “Narration” o la parte final de “The Beach”.
Mención especial merece la impresionante labor del dúo Morgan/Stromberg (junto con la productora Anna Bonn) en la reconstrucción y dirección de la partitura. Como ya sucediera en “Farenheit 451” (el segundo álbum tras éste, con el que arrancan su recién creado sello Tribute Film Classics), la pareja se afana por ofrecer al oyente todos y cada uno de los matices de la obra original, con el aliciente no sólo de contar con la totalidad de temas escritos por Herrmann, sino también confiando en ese baluarte fundamental que supone la inconmensurable interpretación de la Moscow Symphony Orchestra, completada para la ocasión hasta alcanzar la friolera de casi 130 miembros (y con 8 trompas que ejecutan de manera admirable algunos pasajes de suma dificultad interpretativa).
”Mysterious Island” es, en definitiva, una banda sonora imprescindible y necesaria para entender algunos rasgos de la impronta herrmanniana y la talentosa forma del maestro newyorkino a la hora concebir el arduo lenguaje musico-narrativo. Obra magna y pletórica, que además es recogida en un álbum de intachable factura, el cual nos depara incluso una sorpresa final en su corte 62: El “Prelude” del score para “King of the Khyber Rifles”, escrito por Herrmann en 1953.
20-diciembre-2007
|